Ya se sabe que Twitter no es otra cosa que una intangible barra de bar donde hacer el payaso, poner la oreja o buscar gresca; también es, últimamente, una prolongación del parlamentarismo con otros medios. Ayer, segunda jornada del pleno parlamentario, el debate se trasladó durante unos minutos a Twitter porque la consejera de Derechos Sociales, Noemí Santana, le afeó a la diputada de Ciudadanos, Vidina Espino, por no asistir nunca a la comisión parlamentaria sobre la infancia. Más tarde Santana y Patricia Hernández hicieron en la red social más popular un pequeño auto de fe con Espino. Santana se quejaba de los ataques que recibe constantemente de los medios de comunicación, Hernández recordó lo que tuvo que sufrir al respecto. La conservadora, con un fuerte sabor martirológico, tenía su punto de fascinación. Espino, en efecto, no puede asistir los jueves a dicha comisión porque (siendo madre separada) le corresponde cuidar de su hijo, y que esté o haya estado en algún cuatrimestre dando clases es irrelevante: tiene la compatibilidad concedida por la Cámara. Esto están intentado convertirlo, asombrosamente, en un pequeño escándalo. La comisión en cuestión se celebra los jueves y ha sido su presidenta -la diputada de Podemos María del Río- quien se ha empecinado en que sea inamovible en el calendario. Al margen del juicio que merezca el trabajo parlamentario de Espino, basta consultar la estadística parlamentaria para comprobar que es una de las diputadas más activas y participativas. 

Obviamente lo más relevante, políticamente, fue la designación de Santiago Pérez como senador autonómico después de semanas de trifulca interna en el PSOE. Pérez parecía satisfecho, pero ligeramente cansado, y saludó los más bien escasos aplausos agitando la mano y mandando un besito volado. En el grupo parlamentario de CC se debatió en varias ocasiones la postura a adoptar. Desde un primer momento varios diputados se mostraron disconformes y argumentaron que Pérez no era, simplemente, un dirigente político crítico con Coalición Canaria, sus dirigentes o su gestión. Santiago Pérez ha definido en varias ocasiones el proyecto de CC como una organización mafiosa y a varios de sus dirigentes más relevantes como responsables de comportamientos corruptos, empezando por el secretario general y expresidente del Gobierno, Fernando Clavijo, contra el que ha actuado judicialmente. No es, por lo tanto, una situación exactamente habitual. Un grupo parlamentario no suele ser sometido a la situación de votar a favor de un político que proclama su voluntad de reducirlos a ceniza y encarcelar a su líder. Después de algunas resistencias por parte de los coalicioneros más institucionaloides se decidió, simplemente, no participar en la votación y Pérez consiguió una ajustada mayoría absoluta para su nombramiento y así ascendió en cuerpo y alma al Senado, también conocido como el Empíreo, donde quien quiera podrá tocar las llagas supurantes causadas por su lucha contra el Maligno.

A la salida de la sesión plenaria algún optimista antropológico afirmaba que, al menos, el infausto debate entre Blas Acosta y Santiago Pérez había reanimado “el interés por el Senado”. Pero parecía y probablemente era un chiste. Otros auguraban debates ciceronianos entre Fernando Clavijo y Santiago Pérez, sinceramente, harto improbables. Por supuesto que nadie ha dado una explicación racional sobre la candidatura de Pérez ni se ha explicado lo que ocurrirá en la Concejalía de Urbanismo ni lo que piensa hacer con su agrupación de electores, Avante. Sus señorías leían y releían en sus móviles las noticias procedentes de la Villa y Corte: Díaz Ayuso convocaba elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid. Se disparaban todas las cábalas. “Pedro convocará elecciones el año que viene para quitarse de encima a Podemos”, comentó un socialista experimentado. “Igual aquí se puede hacer lo mismo con los nuestros”, ironizaba otro. “Pues un gobierno autonómico del PSOE con apoyo externo de Coalición sería gracioso… Habría que ver a Santiago en esta tesitura allá en Madrid”. Y re reían. Los socialistas se reían mucho. Todos, excepto el presidente Ángel Víctor Torres: descargado de Santiago Pérez todavía estaba doblado por el peso de Blas Acosta sobre la chepa.