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Una comida caliente

José Romero, voluntario de Somos Red, prepara alimentos en su casa para los migrantes sin techo en La Isleta y los reparte en su vehículo

Una comida caliente F.M.

José Romero, de Logroño, lleva varias semanas preparando comida en su casa para los migrantes que duermen en la calle, muchos de ellos desalojados de los hoteles del sur de Gran Canaria. Decidió embarcarse en esta colaboración ciudadana de la Plataforma Solidaria Somos Red cuando vio la necesidad de estos chicos que se han quedado en situación de exclusión social sin que las instituciones públicas les presten auxilio. Piden un local para atenderlos.

José Romero es de Logroño y tiene 48 años. Es diseñador de páginas web. Con 22 años se fue a Irlanda y luego a Escocia donde conoció a su pareja, Adrian, de 73 años. Hace unos nueve años vinieron a Canarias y se casaron. José tiene un colectivo que se llama Carabrecol junto a Ivana Noemí Suárez y Gonzalo Blanco. Se dedican a realizar eventos en Las Palmas de Gran Canaria y en Tenerife de comida vegana. Con el dinero que obtienen han traído a bandas como Doom, Oi Polloi, Bratakus, Los Conejos, Último Gobierno, Axegrinder, Estigia, TV Smith o Cress, además de grupos locales como Malformaciones Kongénitas, Acrataka, Malamutte, Worst Choice, Infektor y Dregspitters, entre otros. José además forma parte de un grupo que se llama Agobio. Vive en La Isleta donde una parte de la Plataforma Solidaria Somos Red se está organizando para ayudar a las personas que están durmiendo en la calle en esta zona, como Manuel Cabezudo, que tiene albergados en su coliving a ocho senegaleses que carecían de techo y es uno de los fundadores de la Asociación Atlas Gran Canaria.

Entre ellos se conocen, así que José y sus compañeros de Carabrecol decidieron colaborar para atender a las personas que siguen en la calle. Son distintos grupos de cocina que dan alimentos a unos 200 migrantes sin techo en la ciudad diariamente, además de intentar buscarles cobijo para que no duerman a la intemperie. En La Isleta, en concreto, se van turnando. A José le toca los jueves y lleva comida a 24 personas llegadas en pateras y cayucos, senegaleses y magrebíes - -algunos de los cuales fueron expulsados del recinto Canarias 50- que pernoctan por la zona. Así que prepara en su casa elaboraciones para que estos chicos tengan comida. En las raciones pone bastante cantidad para que puedan aguantar todo el día, pues la mayoría de ellos no van a centros sociales porque están desbordados por la pandemia y la inmigración. Ninguno habla español, algunas palabras si acaso, y se encuentran en una situación de exclusión social que muchos vecinos de La Isleta intentan paliar.

Con su colectivo Carabrecol ha traído a bandas como Doom, Oi Polloi o Bratakus

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José ha iniciado una campaña de gofundme para recabar fondos con los que ayudar a estas personas. Un amigo alemán que tiene un negocio de serigrafía le acaba de contestar que quiere hacer un fundraising de camisetas para obtener dinero para mandárselo. Las comidas son costosas y todos los voluntarios, además del esfuerzo, ponen dinero de sus bolsillos en estos tiempos de crisis.

El jueves pasado José cocinó maafe, un guiso de cacahuetes, común en gran parte de África Occidental, y ayer les preparó hamburguesas de seitán, un curry tailandés de verduras, arroz y tarta de chocolate de postre. Él elabora comida vegana. Otros voluntarios no, pero la hacen teniendo en cuenta las tradiciones de estos jóvenes, la mayoría musulmanes.

Una comida caliente

Entre fogones y táperes reciclables, José estuvo ayer toda la mañana entregado a la cocina preparando el único alimento que tienen estos chicos a los que localiza por móvil. Luego toca el reparto. Pero antes pasa por la asociación de Manuel Cabezudo para recoger garrafas de agua y después por la casa de Tito Martín para la fruta, otro vecino de La Isleta implicado en esta acción de ayuda social. Tito ofrece lo que él llama “duchas solidarias” en su garaje y les lava la ropa. Hace un mes, cuando empezaron a verse personas en situación de calle, se encontró a 200 metros de su casa a tres chicos senegaleses durmiendo en la calle. Les compró comida y les ofreció su ducha en el garaje. Luego vinieron otros tres y está pendiente de otro grupo de marroquíes. Hizo una recaudación entre amigos y familiares y fue “asombroso”, cuenta. Ha logrado más de 1.000 euros con los que compra fruta en Mercalaspalmas dos veces en semana y agua, y otros voluntarios de Somos Red pasan todos los días por su domicilio para llevar estos productos a los migrantes de la calle porque la situación “es desesperante”, sentencia.

Este diseñador de páginas web elabora menús para que los chicos aguanten 24 horas

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Es militante de Podemos y entendía que el Ayuntamiento de la capital grancanaria, “con una mayoría progresista”, debía dar una solución a esta situación. Así que escribió a un político, del que prefiere no dar su nombre, diciéndole lo que ocurre con estos migrantes y el esfuerzo ciudadano que se está haciendo para socorrerlos. Le pidió al Ayuntamiento que, por ejemplo, les permita usar la antigua Fábrica de Hielo, en La Isleta, que se habilitó como un centro de día para las personas que duermen en la calle pero ahora está sin uso. Ese político le contestó que está muy bien la solidaridad vecinal y que sigan así, y ya está. Fue un jarro de agua fría, sostiene. Pero, al igual que José tienen la esperanza de que el Consistorio o quien sea les ceda un espacio donde poder centralizar esta ayuda voluntaria, que deberían estar haciendo las instituciones públicas.

Piden un espacio donde poder cocinar y que los jóvenes puedan ducharse

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Tras recoger la fruta en casa de Tito, José sigue su ruta. Toca repartir las bolsas con comida y el agua. Ha quedado al mediodía con los migrantes que viven en la calle. Aparecen primero dos senegaleses jóvenes, que recogen las bolsas preparadas con agradecimiento. Es la única comida que van a tener en el día, cuentan. La comunicación es difícil pues no hablan español, pero repiten una y otra vez: “ Todo mal, todo mal”. Duermen en la calle con otro chico que se une después. Llevan sin techo desde hace tres semanas porque no han querido ir al macrocentro de Las Raíces, en Tenerife, por miedo a ser deportados. Están en una zona escondida a la vista, llena de escombros y expuestos al duro sol del día, y por la noche hace “mucho frío”, afirman con semblante triste. Tienen familia en Barcelona y Murcia y solo quieren irse de Canarias pero no se lo permiten. Son pescadores pero no les importa trabajar donde sea y quieren aprender español.

Luego aparecen otros chicos marroquíes a coger sus bolsas. Todos están en la calle, nerviosos, esperando que la vida les dé una oportunidad para tener un futuro más digno.

Una comida caliente

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