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Crisis migratoria | Menores no acompañados

Un sueño como único equipaje

El albergue municipal de Moya acoge a 45 menores no acompañados | Todos huyen de la pobreza extrema y arriesgaron su vida con el deseo de encontrar un trabajo

Dos jóvenes participan en un juego con globos, en el patio del albergue municipal de Moya. | | ANDRÉS CRUZ

Solos, lejos de su familia y en un país extranjero. Cuatro de los 45 menores migrantes no acompañados que están acogidos en el albergue municipal de la Villa de Moya relatan la historia de cómo llegaron a Gran Canaria y la situación que les empujó a abandonar su casa. A todos les impulsó un mismo anhelo, salir de la pobreza extrema y conseguir un trabajo para poder ayudar a sus familias. Tras superar los peligros de la travesía por alta mar, los jóvenes han encontrado una realidad que no se corresponde con lo que habían imaginado. Aún así, no pierden la esperanza de poder cumplir su sueño.

Desde bien temprano, los ecos de risas y de juegos se expanden por los pasillos hasta el patio del albergue municipal de Corvo, al que poco a poco va saliendo el medio centenar de menores migrantes no acompañados acogidos tras llegar en patera a Canarias. En este tranquilo enclave moyense, convergen desde hace un año las historias de estos jóvenes que, tras superar una larga y dura travesía, tratan de sobrellevar de la mejor manera posible su nueva situación. Lejos de sus familias y sin la posibilidad de cumplir el objetivo de trabajar para enviarles dinero con el que mejorar sus recursos en origen. Proceden de países como Malí, Senegal, Nigeria o Gambia y todos huyen de la pobreza extrema. Deciden arriesgarse porque no tienen nada y prefieren elegir entre la esperanza de una vida mejor o la muerte. Emprenden solos un peligroso viaje, que a muchos les deja secuelas psicológicas y, en algunos casos, físicas. Su mayor anhelo es “ser alguien en mundo”. Así lo expresa Tidiane (nombre ficticio), maliense de 17 años, quien llegó a Gran Canaria hace cinco meses tras cuatro días en alta mar, sin poder dormir, sin agua potable y sin comida.

“Un mal amigo me convenció para que me metiera en la patera”, trata de explicar Tidiane con un español recién aprendido en las clases que se imparten todos los días los trabajadores en el centro. El joven relata que su viaje comenzó con cuatro largas jornadas en coche, durante las que recorrió los más de 2.500 kilómetros que separan su pueblo natal de la costa mauritana, desde donde se embarcó hacia Canarias. “Los días que pasé en la patera fueron muy difíciles. No conocía a nadie, venía solo y no puedo ni recordar cuántas personas viajaban conmigo”, relata con timidez y reconoce que es incapaz de rememorar los detalles de su travesía marítima porque, incluso, llegó a perder la visión durante los dos últimos días de viaje, debido a su mal estado de salud. “Nada más llegar me llevaron al hospital, que fue donde recuperé la consciencia y las enfermeras me explicaron que había estado muy malo del estómago”, detalla.

La familia de Tidiane vive de la agricultura, como el 80% de la población de Malí, uno de los 25 países más pobres del mundo. Tiene tres hermanos y uno de ellos emigró en patera al mismo tiempo que él, pero lo hizo por la ruta mediterránea y partió desde Libia hacia la costa italiana, para después ir a Francia. “Todavía no he encontrado aquí lo que soñaba, pero espero poder encontrarlo algún día”, lamenta el joven y expresa su deseo de trabajar “en lo que sea”, porque para él lo importante es “sobrevivir y ahorrar dinero”.

Cada día reciben clases de español. | | ANDRÉS CURZ

Su principal motivación para reunir el valor necesario para subir a una patera es ayudar a su familia. “Cuando llevas una vida tan austera y naces en un entorno tan pobre, piensas que tienes que hacer algo”, afirma el joven, para subrayar que “al ver que los hijos de la gente que ha emigrado a Francia están más desarrollados que los otros niños del pueblo, tienen mejor ropa, pueden comprar una casita y vienen con coche, se te abren los ojos y quieres esa vida para ti y para tu familia”, reconoce Tidiane, quien para contar su historia recurre a ratos a su amigo y compatriota Salif (nombre ficticio), que ya lleva un año en Gran Canaria y le ayuda con la traducción.

“Por qué no iba a llegar yo”

Este otro joven se fue de casa sin avisar a su familia. Un día decidió partir hacia lo desconocido junto a dos amigos y un primo suyo. Tardaron tres meses en llegar desde su lugar de residencia en Malí hasta la costa de Senegal. Hacían paradas en diferentes pueblos para trabajar unos días y así poder ganar algo de dinero para poder alimentarse y pagar la gasolina del coche en el que viajaban. Los cuatro chicos se embarcaron en una patera con otras 35 personas. “Navegamos nueve días y pasé mucho miedo. Pero sabía que había personas que habían llegado así a España y me preguntaba por qué yo no podría lograrlo”, recuerda Salif, quien ahora tiene 16 años. Una vez en Gran Canaria, el joven llamó a sus padres para explicarles dónde estaba y lo que había hecho. “Se quedaron muy tristes, pero vine para buscar un empleo y ayudarles, porque mi madre está enferma y mi padre solo trabaja algunos días en el campo”, explica. Ahora habla con ellos cada semana, les da detalles de su nueva vida y trata de explicarles que está aprendiendo español para poder buscar un trabajo cuando cumpla la mayoría de edad. “Les hecho de menos y me gustaría que ellos pudieran venir a vivir aquí conmigo”, reconoce.

“Pensaba que en Europa habría mucho trabajo y mucho dinero”, afirma Adiouma

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Salif sueña con llegar a ser futbolista como su ídolo, Ansu Fati, el delantero bisauguineano nacionalizado español que juega en el F. C. Barcelona, aunque a él le tiran más los colores del Manchester United. “Todas las semanas voy a entrenar con el Bañaderos y juego como delantero”, señala el joven, al que por primera vez se le dibuja una sonrisa en la cara y bromea con David Squaglia, subdirector del centro, sobre lo rápido que es en el campo y los goles que mete.

Hace cuatro meses, Bocar (nombre ficticio), de 16 años, llegó a Gran Canaria desde Senegal junto a sus dos hermanos mayores. Pero ellos no son los primeros de su familia en emigrar. Su padre vive en Valencia y los tres jóvenes esperan ansiosos que llegue el día en el que puedan reunirse con él, porque no lo ven desde hace 14 años. De carácter extrovertido y con una permanente sonrisa, en estos meses en Gran Canaria, Bocar ha aprendido a desenvolverse con gran soltura en español. Sus dos hermanos han mostrado pasión por la percusión y empezarán a recibir clases de música en las Escuelas Artísticas de Moya.

“Nos subimos a la patera cerca de nuestra casa y navegamos ocho días junto a otras 84 personas. Todos eran hombres y no conocíamos a ninguno”, recuerda Bocar y detalla que durante esas largas jornadas sobrevivieron a base de arroz. “Sabía que el viaje iba a ser peligroso, pero nunca pensé que lo fuera tanto”, reconoce el joven, cuyo único objetivo es conseguir un trabajo en España para poder mejorar la calidad de vida de su madre y su hermana, que siguen en Senegal.

El viaje de Adiouma (nombre ficticio), de 17 años, fue accidentado. Durante la travesía por mar se hizo una importante herida en la pierna y, debido a la gravedad de la infección, terminó en el hospital. “Nada más llegar me ingresaron y tuvieron que operarme dos veces”, apunta el joven senegalés, que pasó una semana dentro de un cayuco junto a 50 personas a las que no conocía de nada. “Lloré mucho por el camino y pasé unos días muy tristes”, afirma Adiouma, quien pensaba que en Europa “habría mucho trabajo y mucho dinero”, ya que, como todos, emprendió el viaje para buscar un empleo y mejorar su futuro. “Estoy esperando a que hagan una reagrupación familiar, para poder ir a Madrid, donde viven mi padre y mi hermano gemelo, quienes también emigraron en patera hace unos años”, concluye el joven.

En el centro, cedido por el Ayuntamiento de la Villa de Moya para la acogida de migrantes y gestionado por Quorum Social 77, trabajan 25 educadores que tratan de crear un ambiente acogedor para estos chicos de procedencia y costumbres dispares. “Entienden muy rápido lo que es la disciplina, se acostumbran a los horarios y colaboran con todas las tareas del centro, desde hacer las camas hasta ayudar en la cocina o poner la lavadora”, apunta Squaglia. Quien detalla que todos los días los jóvenes reciben dos horas de castellano y hacen deporte. Además, participan en talleres en los que les enseñan las costumbres españolas, para que puedan integrarse en la sociedad con facilidad, y les explican cómo desenvolverse en el día a día, para que cuando lleguen a la edad adulta tengan las herramientas y los conocimientos necesarios.

Los chicos se encargan de acondicionar sus habitaciones. | | ANDRÉS CRUZ

Las lenguas maternas de los chicos que viven en este centro son bambara, sunike y wolof, aunque la mayoría hablan francés y algunos inglés o árabe. En cada uno de los turno hay un educador que puede entenderse con ellos en alguno de estos idiomas y el resto les habla en español, lo que les ayuda a interiorizar la lengua con mucha rapidez. “Lo importante es llegarles de alguna manera y buscar fórmulas para romper la barrera del idioma”, explica el subdirector del centro.

De los 45 menores que hay en el albergue moyense, diez están escolarizados en centros educativos del municipio norteño. El resto, para poder ser matriculados, tiene que esperar a que les realicen las pruebas óseas y el examen forense que determina su edad, para que un juez confirme que son menores. En Canarias hay 2.600 migrantes no acompañados que son menores de edad y, por tanto, están bajo la tutela del Gobierno de Canarias. No obstante, hay más de 2.000 que están pendientes de las pruebas óseas.

“Todas las semanas voy a entrenar con el Bañaderos”, explica Salif, quien juega de delantero

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La Villa de Moya fue uno de los primeros municipios en ofrecer instalaciones para la acogida de migrantes. Primero, en diciembre de 2019, en estas instalaciones se atendió a medio centenar de adultos; y desde abril del pasado año, hace lo propio con los jóvenes no acompañados. “Nos pusimos a disposición del Gobierno de Canarias desde el primer momento para colaborar en esta crisis humanitaria”, manifiesta el alcalde, Raúl Afonso, quien subraya que “son seres humanos que requieren ayuda y nuestro municipio ha sido muy sensible y solidario”. Además, este gesto altruista del Consistorio norteño ha repercutido en la economía local y en la creación de empleo, pues “los víveres que se consumen en el centro se compran en comercios del municipio y se ha contratado personal moyense para la atención a los chicos”. Afonso también destaca que en Moya no se ha producido ningún incidente entre los migrantes y la población local, que los ha acogido con hospitalidad. “Si la situación sanitaria lo hubiera permitido, podríamos desarrollar más acciones de integración entre estos jóvenes y los jóvenes moyenses”, si bien ya han participado en diferentes actividades y en el día a día del pueblo.

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