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Crisis migratoria | Las historias de los menores no acompañados

El futuro está a 5.000 kilómetros

Bakary tarda dos años en alcanzar su meta tras huir de la pobreza y la guerra en Malí | 43 menores no acompañados salen hacia Cataluña, que asume ahora su tutela

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Menores migrantes son trasladados a un centro de Cataluña José Carlos Guerra

Un grupo de 43 menores migrantes no acompañados partió ayer rumbo a Cataluña, comunidad que asumirá su tutela a partir de ahora. Entre abrazos y risas, los jóvenes se despidenen en el aeropuerto de los educadores que les han acompañado durante su estancia en Gran Canaria. Uno de los chicos, un maliense de 16 años, comparte el largo y duro viaje que emprendió para llegar a Europa. Pasó ocho meses caminando a través de Mauritania y El Sáhara y después se embarcó en una patera que le trajo a Gran Canaria. Ahora, vuela a Barcelona para completar los casi 5.000 kilómetros que le separaban de un futuro mejor.

“Caminé durante ocho meses para llegar a la costa y poder coger una patera”. Bakary (nombre ficticio) recorrió a pie los casi 2.000 kilómetros que separan su aldea natal, Binèou, –en la frontera maliense con Mauritania–, hasta la ciudad de Dajla. Una distancia similar a la que hay entre Cádiz y París. La ruta no estuvo exenta de dificultades para un niño que, con apenas 14 años, dejaba atrás a su familia, huyendo de la guerra que asola su país y de la extrema pobreza. El viaje lo hizo junto a un amigo de su pueblo, con el que compartía los numerosos obstáculos y las pocas alegrías que se encontraban por el camino. “Unos días podíamos comer y otros no, pero eso es lo normal en África”, explica el joven en la terminal de salidas del Aeropuerto de Gran Canaria, mientras espera para embarcar en su vuelo con rumbo a Barcelona. Junto él viajan otros 42 jóvenes migrantes que han llegado durante el último año a las costas canarias y que ahora pasarán a ser tutelados por Cataluña.

Bakary, que ahora tiene 16 años y llegó a Gran Canaria en febrero de 2020, explica que pasó largas jornadas caminando para atravesar Mauritania y el Sahara. “Íbamos parando algunos días en los sitios en los que podíamos trabajar para poder ganar algo de dinero y comer”, señala el joven sujetando la pequeña maleta en la que lleva todas sus pertenencias. Las noches las pasaban al raso, excepto cuando algún amigo que hacían durante la marcha les ofrecía un techo bajo el que pernoctar. Cuando llegaron a la costa de Dajla, Bakary y su amigo no dudaron en subirse a una patera con rumbo desconocido. Solo 500 kilómetros le separaban de Europa. Él era consciente de que arriesgaba su vida, pero atrás dejaba un país que no le podía ofrecer un futuro. “Me gustaría estar con mi madre, pero en África un hombre tiene que levantarse y abandonar su pueblo si quiere conseguir ser alguien”, apunta. La travesía por alta mar duró toda una semana. Siete días en los que el joven soñaba con llegar a Europa y encontrar un trabajo para poder ayudar a su familia. La realidad no fue esa. Además, sus primeras semanas en la Isla no fueron fáciles. Sufría fuertes dolores de estómago y terminó más de una vez en el hospital.

La familia de Bakary consigue sobrevivir en Malí porque faenan esporádicamente en la agricultura. “Pensaba que aquí iba a encontrar un trabajo, pero no es así. Las cosas no van tan rápido como yo esperaba”, lamenta. No obstante, el joven no pierde la ilusión por estudiar y poder trabajar como mecánico cuando sea mayor de edad. Recordar a sus padres y a su hermano pequeño le conmueve y reconoce que los hecha mucho de menos, porque lleva casi dos años lejos de ellos. “Cuando los llamo insisten en decirme que me porte bien y que no haga nada malo. Yo vine a España para buscar trabajo, no problemas”, afirma tajante.

Con 14 años, pasa ocho meses caminando y una semana en patera para llegar a las Islas

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Él informó a sus padres sobre su intención de subirse a una patera, pero sabe que hay muchos chicos que lo hacen sin que sus familias tengan conocimiento de su propósito. “En África sabemos que cuando no tienes noticias de alguien durante mucho tiempo es porque se ha ido a coger una patera. Por eso cuando llegamos queremos llamar rápido a nuestros padres, para que sepan que no hemos muerto”, explica.

Malí es uno de los países más pobres del mundo y la población tienen un bajísimo nivel de vida. A esto se suma una guerra que dura más de una década y una fuerte militarización del Estado. “En mi pueblo hay guerra todo el día”, declara el joven, quien puntualiza que cuando llega el Ramadán los conflictos cesan, porque “la gente deja de hacer cosas malas, pero vuelven a la guerra cuando ese mes termina”.

Bakary ha pasado por varios centros de menores gestionados por Quorum Social desde que llegó a Gran Canaria. Por último, estuvo en La Garita, junto a otros 34 chicos. “Estoy muy contento por poder ir a Cataluña. He estado esperando mucho tiempo a que llegaran y me dijeran que me podía ir”, sostiene. Su intención inicial era viajar hasta Francia donde vive un tío suyo, pero al final ha decidido quedarse en España. “También tengo un tío en Murcia y, aunque no es lo mismo que un padre o una madre, es mi familia”, alega el joven migrante.

Nervios compartidos

En los 14 meses que lleva en Gran Canaria ha aprendido a defenderse en español con soltura, algo que él achaca a que sus padres se esforzaron en enseñarle francés. Ahora, esa base lingüística le ha servido para aprender el idioma con más facilidad. Solo, apoyado en la pared de la terminal, Bakary observa con ojos curiosos a sus compañeros de viaje y trata de identificar a algún compatriota con el que poder conversar y compartir los nervios que tiene por enfrentarse a su primer vuelo en avión, para recorrer los últimos 2.200 kilómetros que le separan de su futuro. En pocos minutos se integra en un grupo de malienses a los que reconoce porque hablan en sunike, su lengua materna.

A su alrededor se suceden abrazos de despedida, llenos de sentimientos y gratitud, entre los chicos y los educadores que les han acompañado durante su estancia en la Isla. Se han formado grandes familias y los responsables de los centros se han convertido en hermanos mayores o padres de esos niños. A pesar de estar protegidos por las mascarillas, las sonrisas se perciben a través de los ojos de los jóvenes, quienes muestran sin pudor su alegría por poder dar un paso más en su proceso migratorio. “¡Pórtate bien en Cataluña!”, le dice una educadora a uno de los migrantes de menor edad del grupo y, mientras se funden en un cariñoso abrazo, le amenaza cariñosamente con ir a buscarlo si se entera de que se ha metido en algún lío.

“En África tienes que abandonar tu pueblo si quieres ser alguien”, afirma Bakary

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Entre los 43 jóvenes, hay solo tres chicas. Una de ellas es Fatiha (nombre ficticio), que junto a su hermano pequeño, Said (nombre ficticio), llegó a Gran Canaria con el objetivo de reencontrarse con su madre, que están “arriba”, en Barcelona, y a la que hace más de tres años que no ven. Los jóvenes, con 14 y 16 años, decidieron embarcase en una patera desde Dajla, con la esperanza de encontrar un futuro mejor al otro lado del Atlántico. Durante tres días navegaron por alta mar y ahora, por fin, podrán volver a ver a su madre. Con la mirada puesta en el futuro, Fatiha espera convertirse en una gran chef , mientras que su hermano se inclina más por la peluquería.

Estos chicos cuentan su historia con la ayuda de Rachid (nombre ficticio), quien intenta actuar como traductor. El desparpajo y la energía de este niño –que asegura tener 14 años, pero aparenta muchos menos por su corta estatura– sobresale por encima de la de todos los demás. Va de un grupo a otro conversando y riendo. Saluda con alegría y entusiasmo a todos los que van llegando al aeropuerto, y no puede contener su emoción por saber que en unas horas estará en la Península.

Rachid nació en El Aaiún y lleva un año y medio en Gran Canaria. Su sueño es llegar a ser capitán de barco, aunque es consciente de todo lo que tiene que estudiar para poder ejercer esa profesión. Su plan B, por si su objetivo se tuercen, es aprender a cocinar y trabajar en algún restaurante.

Capitán de barco o chef

Youssef (nombre ficticio) nació en Dajla, la ciudad africana que se ha convertido en el último año en la mayor lanzadera de pateras hacia la ruta atlántica. Cuando él era pequeño, asegura, no se escuchaba hablar de las pateras, ni se veía partir embarcaciones con personas a bordo. “La ciudad ha cambiado y ahora llegan muchas personas de otros puntos de África”, detalla el joven de 17 años. Hace cinco meses él se aventuró a seguir el camino que habían emprendido miles de africanos antes que él. Pasó tres días navegando por alta mar y sobrevivió con un poco de agua y algo de pan hasta llegar a Gran Canaria. Primero pasó la cuarentena en un centro en Puerto Rico y después lo trasladaron hasta Bandama, donde aprendió el español suficiente para defenderse en el día a día y poder relatar su historia. “Vine por lo mismo que todos, porque quería buscar un futuro mejor y ayudar a mi familia”, asegura Youssef. Quien, antes de partir, estaba convencido de que “en Europa habría un futuro mejor y encontraría más seguridad”. Ayer despegó hacia Barcelona, donde espera forjase como profesional y poder formarse, ya que reconoce que siempre le ha gustado estudiar. A pesar de que viajar en avión le da algo de miedo, por enfrentarse a lo desconocido, le pueden más las ganas de llegar a la Península, porque “todo el mundo dice que allí se está mejor”.

“Creía que en Europa habría un futuro mejor y más seguridad”, expone Youssef

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El Gobierno de Canarias tiene actualmente bajo su tutela a cerca de 2.800 jóvenes migrantes. Una cifra que incrementada en los últimos meses por la llegada de 171 menores no acompañados desde mitad de enero. La Consejería de Derechos Sociales trabaja para alcanzar alianzas con el resto de comunidades autónomas para que acojan a estos chicos en sus recursos alojativos. Hasta el momento, se han logrado acordar cerca de 200 plazas repartidas por toda la Península.

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