Los ocupantes del cayuco que el pasado 26 de abril fue localizado a unos 500 kilómetros de la isla de El Hierro con tres supervivientes y 24 cadáveres a bordo se hicieron a la mar con menos de un litro de agua por persona para una travesía que, como mínimo, lleva cinco días de navegación.

Según adelantó El País y confirmaron fuentes policiales, los tres supervivientes, dos hombres y una mujer, han facilitado con su testimonio la reconstrucción de un viaje que ellos mismos califican como «un infierno».

El cayuco salió el 4 de abril de Mauritania, no precisan desde qué punto exacto pero la Policía sospecha que fue más al sur de Nuadibú, el punto más cercano en línea recta para alcanzar el Archipiélago.

El tiempo promedio de una travesía en una embarcación de estas características es de unos cinco días, si no más, en función del estado del mar y de lo cerca que sea avistada y rescatada en altamar por algunas de los recursos de Salvamento Marítimo, o bien si llega a la costa por sus propios medios.

Los tres supervivientes discrepan respecto a cuántas personas se embarcaron. El que más dice que eran 68 y el que menos, 62.

En cambio, coinciden en un dato: iban pertrechados con 42 litros de agua, con lo que a cada ocupante le correspondía menos de un litro.

Además de la escasez de líquido, el testimonio de los supervivientes, al que se añade el de un hombre que se identificó como pareja de la mujer que ha podido contarlo, lleva a otra deducción igual o más siniestra que la anterior: si fueron rescatadas con vida tres personas, además de 24 cadáveres, habría al menos otras 30 desaparecidas.

Cuentan los tres supervivientes que el cayuco llevaba tres motores que los patrones –dos senegaleses, un gambiano y un guineano– iban tirando por la borda para aligerar peso.

Entre el tercer y el cuarto día de viaje se quedaron sin combustible. Así pues, estuvieron aproximadamente 18 días a la deriva, abandonados a su suerte en medio del Océano Atlántico.

La escasez de agua llevó a algunos de los ocupantes de la barcaza a beber del mar. La peor de las alternativas porque la sal del agua acelera la deshidratación.

A los que morían los iban tirando por la borda y se quedaban con sus prendas para abrigarse del frío por las noches.

Los supervivientes cuentan que alguno de los ocupantes enloqueció y se tiró por la borda

Pero llegó un momento en el que ya no tenían ni fuerzas ni para eso. De ahí que fueran rescatados rodeados de cadáveres, exhaustos, sin fuerzas para pedir siquiera ayuda.

Las autopsias determinaron que las muertes se produjeron entre una semana y un día antes de que el cayuco fuera avistado a la deriva, a punto de perderse en medio del Atlántico.

Entre los desaparecidos hay quien enloqueció y se suicidó saltando al mar, incapaz de aguantar un segundo más ese «infierno» del que pudieron salir, al menos los tres supervivientes, de milagro.

Nadie buscaba al cayuco. Fue localizado por un avión del Ejército del Aire durante un entrenamiento fuera de los límites habituales, muy al sur del Hierro. El mitad de ninguna parte.

El sargento primero Fernando Rodríguez y el cabo primero Juan Carlos Serrano, los dos rescatadores que se descolgaron del helicóperado del Servicio Aéreo de Rescate (SAR) recordaban la experiencia, dos días después, como algo «terrible». Tuvieron que recoger en brazos a los supervivientes –deshidratados, incapaces siguiera de levantarse– y moverlos por el cayuco sorteando travesaños y cuerpos.

Lo más terrible para ellos, relatan los rescatadores, no fue la visión de los cadáveres, sino levantar la vista, cambiar la perspectiva y sentir en carne propia la angustia que habían vivido aquellas personas: Cuando pisaron el cayuco y miraron al horizonte, sintieron el golpe de la realidad. «Era la nada», «estaban en mitad de ninguna parte», «cuando ves lo que vieron ellos durante 22 días, te das cuenta de lo que habían pasado», aseguran.

El cayuco estuvo alrededor de 18 días a la deriva, sin rumbo en medio del Atlántico

Con todo, la travesía no ha terminado. Los 24 cadáveres permanecen aún a la espera de que se les dé sepultura en las instalaciones del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Santa Cruz de Tenerife. La jueza instructora trata de busca familiares que los pueda identificar para evitar enterrados en fosas comunes. Quiere darles un nombre. De momento una familia en el País vasco ha reclamado uno de los cuerpos y para ello han familitado ya ADN de uno de los miembros.