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Canarios en Afganistán | Testigo directo de un proceso de paz roto

Un exmilitar canario: «Ir de misión a Afganistán era como retroceder a la Edad Media»

El excabo primero Antonio García Pacheco relata sus vivencias en tres estancias militares en tierras afganas en 2007, 2009 y 2011

Antonio Cipriano García Pacheco, el segundo por la izquierda, durante una de sus misiones en Afganistán. | | CEDIDA

Antonio Cipriano García Pacheco (Santa Cruz de Tenerife, 1979) se preparaba para ingresar en la Policía Nacional cuando optó por la vía militar. Entró en el Ejército el 9 de septiembre de 1999 y permaneció en él durante dos décadas. «Los recuerdos son buenos», dice ahora que ha cambiado la actividad castrense por el sector de la seguridad privada. Los conocimientos adquiridos, el compañerismo y, sobre todo, la posibilidad de participar en tres misiones internacionales en Afganistán son un aprendizaje que nunca se olvida. «Muchos hablan del dinero que te pagan en estas operaciones, pero ganar 2.500 euros sabiendo que puedes venir con los pies por delante (como sucedió con algunos compañeros destinados en Canarias) no es pago», comenta un exmilitar que tiene serias dudas sobre lo que se hizo en tierras afganas: «¿De qué sirvió todo aquello si hoy volvemos a hablar de un lugar en guerra?».

«Todos sabíamos que en cuanto las tropas de la coalición internacional abandonaran Afganistán los talibanes tardarían poco tiempo en recuperar el control». Esta idea, repetida hasta la saciedad en los últimos días, es la que transmite el tinerfeño Antonio García Pacheco, exmilitar que sirvió en el Regimiento de Infantería Canarias 49, antes de resumir las experiencias acumuladas en las tres misiones internacionales que le tocó vivir en primera persona en territorio afgano.

García Pacheco era cabo cuando estuvo destinado en un país que vuelve a estar en manos de los talibanes –los servicios secretos estadounidienses estimaban que esta maniobra de reconquista se podía alargar entre cuatro y seis meses, pero en realidad los insurgentes lo consiguieron en menos de dos semanas– debido al vacío que dejaron en la zona las tropas adscritas a la OTAN.

Más de un año en Afganistán pasó Antonio cuando le tocó participar en los relevos de las unidades canarias en 2007, 2009 y 2011. «Ir de misión a ese país era como retroceder a la Edad Media, una especie de descenso a los infiernos», comenta un profesional que se especializó en el mantenimiento del armamento. «Se supone que íbamos a ayudar en el proceso de paz y en la reconstrucción del país, pero una vez allí las cosas cambiaron», avanza. «Vivimos días complicados, aunque tampoco tengo recuerdos demasiado traumáticos».

Temperaturas extremas

Una de las postales que no ha podido olvidar García Pacheco de su primera misión fue el intenso frío que les sorprendió en la estación de invierno. «Hubo días en el que el termómetro llegó a marcar menos 35», subraya sin obviar los contrastes que se originaban en los meses más calurosos, cuando las temperaturas superaban los 50 grados.

La ciudad de Herat se convirtió en el eje central de la primera operación perteneciente a la Resolute Support que cubrió el protagonista de esta información en Afganistán. «Nos atacaron muchas veces, pero volvimos sin bajas», recuerda un militar al que habían encomendado la labor de mecánico de armamento en un equipo de recuperación (cuidado y supervisión de los recursos que participaban en las patrullas). «España aún no tenía una base estable, aunque se habían obtenido los permisos para levantar una (Qala-I-Naw) que ya estaba operativa la segunda vez que estuve allí».

La gran mayoría de los servicios que prestó el contingente canario en 2007 se vincularon con la protección a las caravanas solidarias –transporte de alimentos y material sanitario– a localidades que habían sido muy castigadas durante la guerra. «Los afganos llevan casi medio siglo de conflictos bélicos y muchas generaciones no entendían lo que estaba sucediendo porque nunca conocieron lo que era vivir en paz». El grado de desconfianza, pues, era grande entre las partes. «Las peladillas (los tiros) te podían caer en cualquier momento, pero no fue una misión complicada», aclara antes de dar algunas claves de la segunda.

Ya en la primera estancia en Herat les quedó claro a los soldados canarios que estaban ante otra realidad. «Sus valores están jerarquizados. Primero están los hombres, luego vienen las mujeres y, por último, los niños... Cuando un hijo nace con un problema lo desprecian y es como si no existiera. Bueno, en ocasiones lo usan como arma de guerra: a los niños con síndrome de Down los lanzaban contra las tropas internacionales cargados con cinturones de explosivos». Casi todos esos dramáticos episodios los sufrieron las unidades italianas cerca de la frontera con Irak.

Cuarentena por gripe aviar

La segunda vez que García Pacheco estuvo en Afganistán coincidió con la celebración de un proceso electoral que, lógicamente, no tuvo demasiado éxito. «Tratar de abrir una vía democrática en un país que desconocía el concepto de democracia era algo más que una misión imposible», afirma un soldado que estuvo de baja durante su segunda operación afgana debido a un brote de gripe aviar que encadenó varias cuarentenas. Esta vez permaneció más tiempo acuartelado, pero también acumuló patrullas que siempre venían anudadas a escenas llenas de violencia. «Una mañana nos encontramos a un grupo de hombres que le estaban dando una cuerada a una mujer... Nosotros no podíamos actuar en ese tipo de conflictos, pero eso estaba ocurriendo delante de la policía y unos militares. Nadie movió un dedo para impedir lo que estaba pasando», añadiendo que «muchas veces encontrábamos la complicidad de los locales cuando realizábamos alguna acción humanitaria, pero también veías a los niños que se colocaban al lado de un blindado y nos amenazaban: ponían su mano debajo del cuello y representaban que acabaríamos regresando a casa con la cabeza cortada».

Piedras, tiros y explosivos

Cualquier soldado que ha estado en Afganistán –España permaneció en suelo afgano 19 años, completó en torno a 28.000 patrullas e invirtió más de 3.500 millones de euros– sabe que le pueden volar la cabeza cuando menos te lo esperas. «Nos tiraban piedras, pegaban tiros y en alguna ocasión caímos en una emboscada con explosivos», cuenta en referencia a las víctimas mortales que acabaron tocando de lleno a los recursos canarios. «Allí no existen las carreteras y alrededor de las pistas se levanta una polvareda que parece gofio en suspensión. Es imposible ver si en el camino han podido colocar un IED (artefacto explosivo improvisado) como el que afectó de lleno a un vehículo español con el resultado de varias muertes».

En medio de una pobreza extrema, donde los privilegiados consiguen sobrevivir con un dólar o un euro al día, desplegaron todo su potencial los efectivos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Eso sí, no todos en igualdad de condiciones. «Nosotros no fuimos mal equipados, pero nuestros acorazados eran menos seguros que otros. Los italianos, por ejemplo, tenían vehículos de asalto mejor protegidos, una base con helicópteros de respuesta rápida y aviones de combate», enumera no sin hacer un pequeño chascarrillo. «Además de buenos medios, iban hasta perfumados... pero eso forma parte de su forma de entender la vida».

De los americanos dice que jugaban en «otra liga» en la que no les faltaba de nada. «Armamento de última generación, gafas de visión térmica, aparatos con conexión vía satélites...». Para explicar ciertas desventajas recurre a un ejemplo tan sencillo como cristalino. «En una base que tenía unos 300 metros cuadrados tenían cámaras en todas las esquinas para vigilar los movimientos del exterior, zonas de descanso con todo tipo de comodidades y hasta wifi... Nosotros, en cambio, nos teníamos que pagar una conexión a internet», explica sobre las condiciones en las que iban unos y otros a un territorio hostil.

Dos décadas en el Ejército


Antonio Cipriano García Pacheco (Santa Cruz de Tenerife, 1979) se preparaba para ingresar en la Policía Nacional cuando optó por la vía militar. Entró en el Ejército el 9 de septiembre de 1999 y permaneció en él durante dos décadas. «Los recuerdos son buenos», dice ahora que ha cambiado la actividad castrense por el sector de la seguridad privada. Los conocimientos adquiridos, el compañerismo y, sobre todo, la posibilidad de participar en tres misiones internacionales en Afganistán son un aprendizaje que nunca se olvida. «Muchos hablan del dinero que te pagan en estas operaciones, pero ganar 2.500 euros sabiendo que puedes venir con los pies por delante (como sucedió con algunos compañeros destinados en Canarias) no es pago», comenta un exmilitar que tiene serias dudas sobre lo que se hizo en tierras afganas: «¿De qué sirvió todo aquello si hoy volvemos a hablar de un lugar en guerra?». | J.D.

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