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Crisis migratoria | Las manos que los reciben

«Llevo trabajando en esto desde 2006 y sigo sin acostumbrarme»

El patrón de la guardamar ‘Talía’ de Salvamento Marítimo y el responsable de Ayuda a Inmigrantes de Cruz Roja se enfrentan al drama diario de la migración

Personal de Salvamento Marítimo y Cruz Roja ayudan a una menor a desembarcar en el muelle de Arguineguín. | | QUIQUE CURBELO / EFE

Antes de que las pateras zozobren o alcancen tierra, con los afortunados que logran sobrevivir a la ruta atlántica de la inmigración, las patrullas de Salvamento Marítimo se enfundan sus equipamientos y salen al rescate de los exhaustos migrantes. Son los ángeles del mar, héroes que tratan de mitigar en la medida de sus posibilidades el drama dentro del drama. En la orilla esperan los voluntarios de Cruz Roja. Manos amables que con su calor hacen saber a los recién llegados que están en un lugar seguro. Su desembarco supone poner fin a frías noches en altamar y a largos días a merced del oleaje, en una embarcación que apenas logra flotar con el peso que soporta; pero también significa cumplir el objetivo de llegar al destino en el que han proyectado su futuro y sus sueños, quizá durante muchos años de desesperación entre pobreza o conflictos bélicos que merman cualquier posibilidad de supervivencia y progreso en sus países de origen.

Hace más de una década que Tito Villarmea, patrón de la Guardamar Talía de Salvamento Marítimo, y José Rodríguez Verona, responsable autonómico del Equipo de Ayuda Humanitaria a Personas Inmigrantes de Cruz Roja, se emplean a fondo en la atención de los migrantes que llegan de forma irregular a las costas canarias. «Llevo desde 2006 trabajando en esto y sigo sin acostumbrarme. Es ver el drama humano a pie de playa», reconoce Verona, quien coincide con Villarmea en que es imposible llegar a ser indiferente ante la tragedia de la inmigración. El patrón de la Talía sostiene que, por muchos rescates que haya llevado a cabo, sigue empleándose al máximo porque «una vida sigue siendo una vida».

Villarmea reconoce que rescatar vidas en el mar «más que un trabajo es una vocación»

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El móvil de Villarmea está disponible las 24 horas del día. Desde que suena con el aviso de una emergencia tiene menos de 20 minutos para que la guardamar y sus ocho tripulantes estén saliendo del puerto. Los escenarios a los que se pueden enfrentar son múltiples. El rescate puede estar condicionado por el estado del mar y de la embarcación en apuros, así como por el número de ocupantes y su salud. «Nos ponemos a máxima velocidad, porque en estos casos siempre es positivo ganar un minuto, y nos dirigimos hacia la ubicación de la patera», explica el patrón de la Talía. Una vez la tienen localizada, comienza la maniobra de aproximación, uno de los momentos más delicados de la intervención. Con el lenguaje universal de los gestos y un escueto listado de frases en inglés y en francés, la tripulación trata de calmar a los migrantes y evitar que se muevan bruscamente al verles y que puedan causar un accidente. Este año se ha incrementado el uso de neumáticas para llegar a Canarias desde las costas africanas, añadiendo aún más peligrosidad a la ruta. «Vienen cargadas muy por encima de sus posibilidades y si los migrantes se ponen en pie dentro de la lancha, podría desfondarse y ocasionar una tragedia», destaca Villarmea y añade que un simple golpe de la guardamar a la zódiac puede tener un fatal desenlace, ya que se rajan con facilidad.

Cuando todos los ocupantes del cayuco están en la cubierta, la patrullera de Salvamento informa al Centro Coordinador de Emergencias y Seguridad (Cecoes) sobre el número de personas que han rescatado, sus características y su estado de salud, para facilitar la preparación del dispositivo en tierra. Durante la travesía hacia la costa, la tripulación respeta el descanso de los migrantes, por lo que la interacción con ellos se reduce a hacerles sentir protegidos y atendidos con humanidad. Sin embargo, hay instantes que se les clavan en el alma. «Era una personita de unos doce años y discutíamos sobre si era un niño o una niña para hacer el recuento. Cuando me fijé, vi que la madre sacaba algo del bolsillo del abrigo. Eran unos pendientes. La niña los recuperó y se los puso», rememora emocionado el patrón. Fue un gesto sencillo y cargado de cotidianidad para quien lo ve desde la comodidad de Europa, pero con gran simbolismo y liberación desde la perspectiva de quien ha arriesgado su vida y la de su hija en una dura y peligrosa travesía por tierra y mar. «Pensé en los motivos que llevaron a esa madre a cortar el pelo de su hija y a vestirla con ropa masculina», reconoce Villarmea. Y es que la ruta desde sus lugares de origen hasta la costa para coger una patera es un camino lleno de amenazas sobre todo para las mujeres y niñas.

Verona confiesa que «verles llegar es fortalecedor, porque han logrado su objetivo»

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«Su mirada de alivio y tranquilidad al llegar al muelle es conmovedora», apunta Verona. Tras desembarcan de la guardamar, Cruz Roja les recibe con ropa seca y mantas, productos de higiene básica, algo de comida y bebida caliente para recorfortarlos después del trayecto en patera. Los sanitarios de la ONG se encargan de realizar un triaje para saber si precisan atención médica en un centro hospitalario, ya que en muchas ocasiones sufren hipotermia, deshidratación o quemaduras. Patologías que se empeoran en el caso de los que viajan en neumáticas. «Lo más duro es cuando tenemos que desembarcar los cuerpos de migrantes fallecidos, especialmente si son niños que no han superado la travesía», admite el responsable de Cruz Roja y apunta que en esos momento siempre se pregunta qué hubiera pasado si hubieran llegado antes a la costa. No obstante, señala que todas las actuaciones son duras emocionalmente, porque todos los que participan en ella son conscientes de las condiciones en las que viven en sus países de origen y que les empujan a subir en una embarcación precaria rumbo a Canarias, desde donde la mayoría quiere continuar su ruta hacia el continente europeo.

Verona recuerda con claridad su primera intervención con migrantes. Fue en 2006, en plena crisis de los cayucos. Estaba de guardia en el puesto de Cruz Roja y lo activaron porque había arribado una embarcación a la playa de Tarajalillo, en el sur de Gran Canaria. «Al llegar vimos que se trataba de un cayuco con 70 personas. Yo estaba asombrado. No teníamos nada para atenderlos. Dependíamos de lo que nos facilitaba la gente que pasaba por allí. Unos nos dejaban ropa, otros comida o garrafas de agua y los hoteles nos llevaban mantas», explica.

A pesar de la dureza de los rescates y de las intervenciones con migrantes, ambos reconocen que cuando termina su jornada se sienten gratificados por haber ayudado a personas que huyen de la pobreza, de la guerra o de algún tipo de persecución. «Es una labor muy bonita. Más que un trabajo es una vocación», afirma Villarmea. Por su parte, Verona apunta que de cada intervención se lleva algo positivo y concluye que «somos muy afortunados de poder ayudar. Verles llegar es fortalecedor, porque sabes que han logrado su objetivo».

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