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Crisis volcánica | Imágenes para el recuerdo

Viaje al interior del volcán

El fotógrafo Saúl Santos muestra su obra tras dos meses de trabajo empotrado a un grupo de científicos de Involcan

Una pluma de lava incandescente se abre paso entre una nube oscura de ceniza y piroclastos en el volcán de La Palma. SAÚL SANTOS

El palmero Saúl Santos, nacido en Fuencaliente, a muy poca distancia de donde erupcionó el 19 de septiembre el volcán de Cumbre Vieja, vivió dos meses empotrado a un grupo de científicos de Involcan, sintiendo en su piel los latidos y la respiración del gigante rojo.

Existen lugares en el mundo cuya visión queda en la retina para siempre. Desde un temporal oceánico en El Golfo, en la isla de El Hierro, a las cuevas de cristal azul de hielo de Glaciar Grey, en Patagonia, pasando por un atardecer en el Machu Picchu, un paseo a la sombra de los kraken arbóreos del Parque Nacional de las Secuoyas, en California, el Salar de Uyuni, Bolivia, en temporada de lluvias, el rocío que levanta las cataratas de Iguazú desde la vertiente brasileña o el andar sobre las aguas del Mar Muerto en Jordania.

Momento en el que comienza la formación del primer delta lávico que arrasó con la playa de Los Guirres. | | SAÚL SANTOS

Todos esos instantes han sido captados por el objetivo del fotógrafo palmero Saúl Santos a lo largo de sus viajes por este planeta azul que cuelga del Sistema Solar mal llamado Tierra, pero ninguno, a pesar de la rivalidad extrema, se acerca «a la fuerza el poderío y el sonido indescriptible», que durante tres meses ofrecía el volcán aún sin nombre de La Palma.

Viaje al interior del volcán | SAÚL SANTOS

Santos vivió el fenómeno desde las entrañas, empotrado con el Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan), acompañando a los científicos que convirtieron la erupción palmera en la más monitorizada del planeta. «A lo largo de mi carrera profesional he visto espectáculos naturales en medio mundo, glaciares, montañas, altiplanos y cosas brutales, pero nada es comparable a lo que pude observar a este volcán».

Viaje al interior del volcán

La primera incursión que realizó Santos le llevó al interior de Tacande, con una caterva de elementos de seguridad, desde gafas a máscaras antigás, «sobrecogía», afirma. «Observarlo de lejos ya impresionaba, como todos sabemos, pero cuando te acercabas no podías dejar de pensar en lo pequeños y vulnerables a la naturaleza que somos los seres humanos”, para indicar que ya antes de iniciar la entrada en las zonas de alto riesgo, «debía firmar una carta en la que te haces responsable de lo que puede pasar. Y tenía muchos puntos, muchas cosas, esa carta».

El trabajo científico que realizaron los especialistas de Involcan, «con todo lo que yo pueda describir nunca estará ponderado, asumiendo en la entrada a la zona de fuego una línea difusa entre la vida y la muerte con el objetivo de ofrecer todo lo contrario a la sociedad: seguridad y certeza en la medida de los posible», destaca el fotógrafo, al que acompañó durante dos de los tres meses de actividad.

«El riesgo que asumían los especialistas era el de una línea difusa entre la vida y la muerte»

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Santos, especialmente por su condición de palmero, captaba tras el visor de sus cámaras dos fotografías mentales en una. «La de la indescriptible desgracia que suponía el volcán, con el reguero de amargura y desasosiego para los que perdieron o no podían acceder a sus casas o sus fincas, y el de la responsabilidad profesional de retratar ese escenario de enorme relevancia histórica y trasmitir todos esos sentimientos en cada una de las imágenes que tomaba. Para que el receptor sienta lo que yo he sentido».

Esto lo logra, entre otras muchas, con una imagen que también ha sido publicada en el último número de National Geographic, la de un dantesco infierno de fuego rojo abrazando una antigua casona del valle palmero.

El volcán en éxtasis pone a prueba todos los sensores del cuerpo humano, continúa, «y cuando estás muy cerca sientes el suelo vibrar cuando respira, que es cuando te da la sensación de que en un momento a otro te va a aplastar como un insecto».

Su monumental fuerza provocaba, que en esas incursiones, todo fuera posible. «Miraras donde miraras cada día ofrecía una sorpresa, tanto a los propios científicos como a mi. Nos repetíamos continuamente que no podría haber algo más que lo del día anterior, pero no, todos los días ofrecía una cosa nueva que se mezclaba con la tristeza y la emoción. Algo que no te permite estar concentrado al cien por cien con el trabajo fotográfico, porque tienes que estar atento a los gases, a las piedras del suelo, a los piroclastos, para que no te caigan encima, de forma que lo primero de todo que hacíamos antes de entrar era ponerte el casco, la FP2 en la cara, y asegurarte de que llevabas contigo la máscara antigas para garantizarte el momento en el que los detectores encontraban elementos tóxicos en el aire, siempre en un estado anímico de máxima tensión. Era una situación de riesgo, sí, pero como también me dijo un científico que nos acompañaba, a veces en la vida no queda otra opción que correrlo».

Esa situación de vivir al filo tuvo su momento culminante el día en el que la lava arrasaba el cementerio de Las Manchas. «Nos avisa una compañera de Involcan que a unos 500 metros de donde nos encontrábamos se había abierto una fisura delante de una casa», en una imagen que dio la vuelta al mundo.

«Al llegar a la fisura que se abrió delante de la casa, pensé que el volcán nunca iba a tener fin»

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«Cuando llegamos nos dio la sensación de vivir algo absolutamente irreal, y nos preguntábamos, pero Dios mío, ¿adónde va a parar esto? La lava salía a una velocidad muy rápida, justo delante de la puerta de la vivienda, y en unas cantidades increíbles. Ahí pensaba que el volcán no solo no iba a tener fin, sino que la presencia de esa fisura en un lugar tan inesperado indicaba que en cualquier momento se podía abrir el mundo debajo de tus pies».

El elenco de entregas del volcán se sucedía por horas. Entre ellas la de la llegada de la lava a la costa de Tazacorte. «Al poco de entrar la masa incandescente en el océano pudimos entrar con los científicos gracias a que los gases tiraban hacia la montaña, e incluso nos acercarnos a unos escasos diez metros del delta lávico, impresionados por el agua hirviendo y cómo implosionaba la materia por debajo de lámina». Santos asevera que la radiación que emitía esa masa informe en forma de cascada «era absolutamente insoportable, y a pesar de contar con las gafas y capas y capas de ropa, aún así notabas ese calor tan abrasivo que te impedía acercarte más».

El tercero de sus grandes episodios a lo largo de la crisis se produce casi al final, cuando de repente se abre una nueva boca en Cabeza de Vaca que le producía la sensación de que vibraba toda la bola planetaria, «con aquellas coladas bajando por los acantilado mientras las piedras volaban”.

Algunas de estas fotos, como la citada de la vivienda engullida por el fuego en el barrio de El Paraíso, han sido publicadas en el primer número de National Geographic de este 2022.

«Cuando estás muy cerca sientes como respira, y parece que te va a aplastar como un insecto”»

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No es la primera vez que Santos, nacido en Fuencaliente, La Palma, exhibe su obra en la prestigiosa publicación, a la que se suman las que a lo largo de su trayectoria ha difundido en El País, El Mundo, ABC y La Vanguardia, Viajes de National Geographic, Hola Viajes, Visión Salvaje, Lonely Planet, GEO, Viajeros, Viajar, Natural, Integral, El Mundo de los Pirineos, Ronda Iberia, Oxígeno, Más Viajes, o Turismo y Aventura.

Esto en España, porque en el ámbito internacional, la interminable lista incluye publicaciones en una veintena de países, con diez libros firmados como autor o coautor, y que incluyen cabeceras tan prestigiosas como National Geographic de Italia, Alemania y Portugal, Digital Camera de Inglaterra; Ateko de Polonia; Unike Imagen de Taiwán; o Popular Photography & Imaging de New York (USA), entre otras muchas

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