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Chispazos del polvorín africano frente a Canarias

Chispazos del polvorín africano frente a Canarias

La irrupción de China y Rusia, el anticolonialismo, la alianza de Marruecos con Israel y la expansión yihadista agitan el Sahel

Los países del África Occidental y el Sahel se alejan de Francia. El vínculo histórico entre el Elíseo y esta región está tan desgastado que, tras casi una década combatiendo el avance yihadista en el país con la operación Barkhane, las tropas galas y sus aliados saldrán de Malí en un plazo de entre cuatro y seis meses. La tirantez de las relaciones entre la metrópolis y las antiguas colonias, sumado al hastío y al sentimiento anticolonialista de la población local, ha derivado en los últimos meses en revueltas y motines contra los gobiernos. En poco más de año y medio se han registrado en estos países hasta seis golpes de Estado –dos en Malí, Chad, Guinea Conakry, Sudán y Burkina Faso– y dos intentos de derrocar a un Ejecutivo –en Níger y Guinea Bisáu–. Cada levantamiento tiene su génesis particular, pero todos ahondan la desestabilización e inseguridad de una zona en la que conviven jóvenes y débiles democracias. Rusia y China han sabido ver en el distanciamiento de los países africanos con Europa una oportunidad para postularse como nuevos socios y cada día cuentan con más presencia en el sector económico, militar y político del África subsahariana. Pero estos dos gigantes no son los únicos nuevos actores que han irrumpido en el continente. Marruecos ha firmado un ‘matrimonio de conveniencia’ con Israel y, en pleno brote de tensión de Rabat con Argelia y el Frente Polisario, ha convertido al país judío en uno de sus principales proveedores armamentísticos.

La maraña geopolítica del noroeste africano, enturbiada con gobiernos de transición y potencias mundiales desplegando sus redes sobre los recursos de la región, augura a medio plazo un futuro de inseguridad por el avance yihadista y conflictos internos que convierten la zona en un polvorín frente a las costas canarias, que podría desatar nuevos flujos migratorios hacia territorio europeo y, en particular, hacia el Archipiélago. A tan solo 850 kilómetros de Fuerteventura se encuentra la frontera norte de Malí, país de donde procede el 12% de los migrantes que llegaron a las Islas de manera irregular el pasado año –unas 2.500 personas–. Durante la crisis migratoria de 2020, una de cada cinco personas que arribó a Canarias a bordo de una embarcación precaria era maliense. Así, en solo dos años, unos 6.700 migrantes de este país desembarcaron en las Islas.

Por ahora, según explica la investigadora y consultora especializada en seguridad y terrorismo en el Sahel y en Europa, Beatriz de León Cobo, quien gobierne en Malí, Burkina Faso o Guinea, no generará una oleada de exiliados políticos como ocurrió en las guerras de Sierra Leona o Costa de Marfil, pero el deterioro de la seguridad en estos territorios sí podría ocasionar el movimiento de personas. El historiador Dagauh Komenan apunta que mientras la población local mantenga la esperanza en que la situación puede mejorar, se reducirá la salida de migrantes; pero, por el contrario, el fracaso de los cambios que se han gestado en la región durante los últimos meses podría incrementar los flujos de personas hacia Europa.

De los seis países del África Occidental cuyos gobiernos han sido derrocados por la fuerza en los últimos 19 meses, Malí es el más sacudido por la inestabilidad política, con un golpe de Estado dentro de otro golpe. El gobierno provisional maliense tenía de plazo hasta finales de este mes para iniciar un proceso electoral, pero en el último trimestre de 2021 planteó a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) ampliar la transición cinco años, con la excusa de disponer de margen para realizar las reformas institucionales necesarias. Ante esta idea, la organización regional impuso unas duras sanciones a Malí que agotó la paciencia de la población de estos territorios. «Este evento fue uno de los desencadenantes de los movimientos anti-occidentales y de solidaridad con el pueblo maliense», según detallan Beatriz de León Cobo y Mohamed Ag Ahmedou en su publicación El nuevo orden en el Sahel: golpes de Estado y estrategias antiterroristas revisadas.

Detrás del golpe de Estado de Burkina Faso –perpetrado el pasado enero– se encontraba la escalada de inseguridad por la explosión yihadista en el país y la falta de confianza entre el Gobierno y el Ejército. No en vano, los militares que ejecutaron el derrocamiento se vieron empujados por el creciente descontento de la población hacia el expresidente Roch Kaboré, quien además se había postulado a favor de las sanciones impuestas a Malí. «Existe una tendencia al alza por reafirmarse en el africanismo, por coger las riendas de los gobiernos que, según la impresión de varios panafricanistas, han estado sometidos al yugo occidental», detalla De León Cobo, también coordinadora del Grupo de Expertos Foro de Diálogo Sahel-Europa. La intrusión de Francia en la política nacional de los países africanos ha colmado el vaso de la población civil y, sobre todo, de las élites. Consideran que apoyar a los golpistas, a los «hombres fuertes» que son capaces de levantarse y decir no a Occidente, es una manera de reafirmarse.

Sentimiento anticolonialista

En las revueltas que han precedido a los golpes de Estado se han ondeado banderas rusas, pero también pancartas con mensajes contra Occidente y consignas insultantes hacia Francia y el presidente galo, Emmanuel Macron. «Françafrique se percibe como una forma de depredación que provoca rechazo entre la población de las antiguas colonias francesas en el continente africano. Ese malestar deriva en manifestaciones que acaban desafortunadamente en golpes de Estado», recalca Komenan, autor del libro El Sahel Occidental frente a los Objetivos del Desarrollo Sostenible.

La génesis de la inestabilidad de las jóvenes democracias africanas se sitúa en los años 90, con los golpes de Estado surgidos como única herramienta para la alternancia política tras décadas de gobiernos unipartidistas que aprovecharon el proceso de descolonización de esta zona para perpetuarse. Al multiplicarse las formaciones políticas, los gobiernos optaron por concentrar todo el poder, sin una oposición efectiva, destaca Komenan. El historiador marfileño lamenta que cuando se produce un descontento entre la población «no existe un recurso legal para hacer frente al Gobierno y la única vía de demostrar el malestar son las manifestaciones populares». Ante un bloque político, el Ejército interviene por la fuerza, derroca al Ejecutivo y promete poner en marcha una nueva dinámica en la que la voluntad popular será respetada. Sin embargo, reconoce Komenan, «termina por formarse un nuevo Gobierno civil que repite los mismos errores que el anterior».

Las ansias de emancipación han llevado a los países del África Occidental a buscar nuevos aliados. Con la salida de las fuerzas francesas de Malí, la Junta Militar de Assimi Goïta tendrá la oportunidad de probar qué son capaces de hacer por sí mismos frente al yihadismo. Ahora tienen como aliadas a las milicias del grupo Wagner, una formación paramilitar rusa, teóricamente privada, que opera como punta de lanza de los intereses comerciales del Kremlin en el extranjero y sobre la que la Unión Europea ha decretado sanciones por abusos y torturas. Las capacidades que Francia ha mantenido sobre el terreno durante nueve años para luchar contra el avance terrorista no son comparables con las de los mercenarios soviéticos. Pero si hay algo que diferencia a los Wagner es que proceden al margen de toda regulación internacional, sin rendir cuentas a ningún organismo, y carecen de límites morales en sus intervenciones. «Están en todo su derecho de probar nuevos socios», señala De León Cobo pero prevé que los ataques yihadistas se intensificarán. Una situación que, estima, se tardará en percibir entre seis meses y un año, a menos que las fuerzas malienses tripliquen sus efectivos en la lucha contra la presencia de grupos terroristas.

Tras el golpe de Estado en Malí, el propietario de los Wagner, Yevgueni Prigozhin, una figura muy cercana al presidente ruso Vladímir Putin, afirmó que esta sublevación formaba parte de una «nueva era de descolonización». De León Cobo señala que esa frase fue «un golpe bajo para los europeos», que están perdiendo capacidad de influencia en el Sahel, donde el país soviético lleva años extendiendo sus tentáculos sobre el continente africano como parte de su plan expansionista. El Kremlin gana terreno a Occidente con cuantiosos acuerdos comerciales y de defensa. La potencia soviética se ha convertido en el mayor exportador de armas al África Subsahariana y el 20% del armamento que vende al exterior termina en manos africanas.

Uno de los atractivos que ofrece Rusia como aliado es que «no juzga» el proceder de los gobiernos africanos, destaca la coordinadora del Grupo de Expertos Foro de Diálogo Sahel-Europa. «Cualquiera que esté gobernando en el África Occidental puede hacerlo por el tiempo que quiera y con el régimen que quiera. La situación democrática en África no es algo en lo que interfieran los rusos», señala De León Cobo. Por su parte, Komenan sostiene que Rusia y China han aprendido de los errores de los franceses. «Hacen casi lo mismo que Francia, pero ellos dan a los gobiernos una de cal y una de arena», subraya el historiador. China teje una red sobre África con el objetivo de devorar recursos, que son su alimento para crecer como potencia emergente, y buscar oportunidades de negocio. Por otra parte, el gigante asiático ofrece ventajosos préstamos a largo plazo, muy adaptados a las necesidades de las frágiles economías africanas. Así, Pekín forja relaciones bilaterales con el paradigma win-win (ganar-ganar) que ofrece beneficios a todas las partes.

Relaciones Madrid-Rabat

A este enjambre de movimientos políticos e intereses comerciales se suma el idilio entre Marruecos e Israel. El expresidente norteamericano Donald Trump, en sus últimos días de mandato, reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, un gesto ligado al restablecimiento de los lazos entre Rabat y el país judío. La venta de armas se convirtió en el adhesivo entre las partes. Israel quiere vender y Marruecos quiere comprar. La carrera que libra con Argelia para mantener la supremacía militar de la zona y la lucha por la soberanía sobre la antigua colonia española han impulsado el rearme del Reino de Mohamed VI. Esta semana los medios de comunicación israelíes publicaron que el Ejército marroquí había adquirido un sistema de defensa antimisiles por más de 500 millones de dólares.

La renovación del armamento del país vecino coincide también con la crisis diplomática con España, que explotó en abril de 2021 cuando el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, fue atendido en un hospital de Logroño «por razones humanitarias». Diez meses después, con la crisis migratoria de Ceuta por medio, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, mantuvo el viernes un primer contacto con un miembro del Gobierno marroquí, en el marco de la cumbre entre la Unión Europea y la Unión Africana.

En su afán por recuperar la influencia, acercar posturas y convertirse en «socio predilecto» de África, los Veintisiete se comprometieron en esa misma cumbre a invertir 150.000 millones en infraestructuras y materias clave para el continente africano. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, subrayó que la UE quiere seguir siendo un socio económico «en el que se pueda confiar». Además, ambos bloques acordaron incrementar la cooperación para evitar la migración irregular, frenar el tráfico de personas y mejorar la gestión de las fronteras con una política efectiva de deportación y readmisión de migrantes. La declaración conjunta también incluyó abordar las raíces de la migración irregular y el compromiso de promover vías legales de tránsito. Entretanto, Canarias, como destino de la ruta atlántica de la inmigración, observa expectante este panorama de inestabilidad tan cercano y cómo puede repercutir en los flujos de personas que se adentran en el mar rumbo a las Islas con el objetivo de alcanzar Europa.

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