Elsa López contempla a su nieto en la misma habitación en la que tres generaciones se dan de la mano. Su hija descansa y ella coge el teléfono para hablar un ratito de lo que la literatura le ha dispensado a lo largo de una trayectoria que también siente como un parto donde el arte ha hecho mella en las letras que ha ido dejando en el camino. La escritora ha sido distinguida con el Premio Canarias de Literatura 2022 y atrapa la alegría de un fruto que ha ido abonando, cuidando y mimando después de una vida sostenida por la pluma y el papel. «Es una alegría saber que lo merezco, sin vanidad, sobre todo en un panorama por el que hemos luchado y por el que escritoras, profesoras y ensayistas se han dejado la piel». 

Entre las literatas que rememora están Mercedes Pinto, Josefina de la Torre, Pino Ojeda o las jóvenes generaciones que han acercado la lupa a los resquicios del pasado, como Blanca Hernández, Alicia Llarena o Covadonga García Fierro, cuyos esfuerzos se plasman en las últimas dedicatorias del Día de las Letras Canarias, las reediciones y la ebullición de proyectos que logran aupar el patrimonio isleño. «Gracias a ellas, las demás pudimos dar un segundo y tercer paso hacia delante, por lo que es bueno que ese esfuerzo colectivo haya dado este reconocimiento, me siento identificada con ellas y tantas escritoras que nadie nombra ni menciona, pero que están luchando por vivir». 

Nacida en Guinea Ecuatorial en 1943, su madre le enseñó a leer a través de los pájaros y a los cuatro años desembarcó en La Palma. Después de doctorarse en Filosofía y alcanzar la cátedra, alternó el ejercicio docente y académico con una extensa y continuada actividad literaria a la vez que decidía volver a la isla. En paralelo, comenzó a publicar sus poemarios, artículos, guiones y novelas. El primero de ellos fue El viento y las adelfas, en 1973, a la que vendrían Del amor imperfecto, La Fajana Oscura y Ofertorio, entre otros. Reconocida por la Medalla de Oro de Canarias, varios galardones internacionales y embajadora de Buena Voluntad de la Reserva de La Biosfera de La Palma ante la UNESCO, este honor destaca a una de las figuras más emblemáticas del Archipiélago. 

«Existe lo que veo, toco, lo que emociona, estaría tomando notas de las cosas que siento»

Creció en una posguerra y una sociedad cambiante preparada para la transformación que resultó de la caída del régimen y la eclosión de la democracia. «Para mí, ha sido fundamental desde que era muy joven y ponía voz a los poetas que estaban en la lucha en primera fila trabajando por sacar adelante el país, desde ese momento empecé a notar que podía ser útil en ese campo», dice acerca de su motor creativo. Interrumpe si se menciona la inspiración, ¡ella es hija de la observación! «Existe lo que veo, toco, lo que emociona, y si no fuera porque tengo que comer, dormir, estar con gente, estaría tomando notas de las cosas que siento provocada por lo que ocurre a mi alrededor», ya sea una noticia, un gesto, un silencio, el movimiento de la vida que la descubre adivinando los significados de quienes la rodean y, ante todo, opinando. Como hacía su amigo José Hierro en Madrid, ella escribe en lugares comunes como en un bar de su pueblo donde el dueño la recibe recitando como homenaje a la escritora. 

En 1989, fundó Ediciones La Palma, lugar en el que Cecilia Domínguez, Dolores Campos-Herrero, Chantal Maillard o Andrés Sánchez Robayna forman parte de los autores a los que ha acompañado a lo largo de las décadas hasta llegar casi, a punto, del número redondo. «Puedo presumir que no he ido hacia atrás, a los 30 seguí, a los 40 aumentó ese afán por luchar y a los 80 por cumplir todavía tengo la energía interior de los 20 años al seguir teniendo esa rabia, ese empuje». El amor, la naturaleza, las costumbres y la defensa por la libertad han marcado el discurso poético de su bagaje en donde un lenguaje claro y directo ha marcado el ritmo con el deseo de ser comprendida por quienes la leen, ya sea en papel o internet. 

Una globosfera digital que no ha echado de menos y a la que prefiere las cartas que le llegan a su buzón llena de dibujos que contrarrestan la debacle de una sociedad tecnificada. «Hemos creado un horror de mundo en el que tocas un botón nos quedamos a oscuras, creas una guerra con miles de muertos, y eso es lo que la gente llama civilización y avance», reflexiona. Charla con las generaciones más jóvenes y reconoce la sensibilidad y nota sus ojos abiertos ante los testimonios que les ofrece, pero nota un retroceso en su educación en humanidades y la falta de empatía de unos adultos que repiten los mismos errores de un tiempo pasado.

La pandemia y el volcán han marcado la última etapa de la escritora que guarda una novela sin publicar

La pandemia le hizo escribir con dolor un texto que revisará dentro de poco. El volcán explosionó con ira mientras regresaba en avión a su hogar. Dos sucesos que han bloqueado a la humanidad y de la que ha resurgido de dos formas: a un lado, el movimiento cultural en las grandes urbes que Elsa López intuye en las Islas, «hay tal cantidad de cosas guardadas en dos años y medio que hay una necesidad de que los proyectos salgan adelante, ¡es una expresión de júbilo!, como destaparse la cara, pero la gente se cansará, no nos hagamos ilusiones, por lo que hay que cuidar el poco jardín que tenemos»; y la otro, la boca que surgió de la tierra la llenó primero de rabia y luego de tristeza.

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«La naturaleza hace lo que quiere y el ser humano intenta contenerla, cuidarla, vivimos en una isla volcánica, por ejemplo, un amigo mío lo perdió todo y acerca de la reconstrucción quiero dejar claro que las instituciones hacen lo que pueden, pero estoy cansada de los depredadores que surgen cuando una ciudad se derrumba». Apela a un nuevo paradigma donde la unión en la ciudadanía sea el principal esfuerzo para que el futuro proyecte posibilidades ecuánimes y respetuosas porque «el turismo no puede salvar una isla»

Antonio Gala, escritor y amigo de la poeta, bromeaba diciéndole que en su epitafio pondría «Elsa López, por fin nos dejó descansar en paz». Ríe, incapaz de contener sus palabras, sensibles y duraderas que persiguen a la novela que ha tardado diez años en hacer y a los retos que vendrán.