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Agus Morales Periodista y director de Revista 5W

Agus Morales: «La sociedad cierra los ojos ante la realidad de los migrantes»

Agus Morales, periodista ganador del IV Premio Saliou Traoré. Anna Surinyach

El periodista Agus Morales recoge mañana en Casa África el IV Premio Saliou Traoré de Periodismo por su trabajo ‘Una chabola al final del camino’, publicado en la Revista 5W, de la que es director. El reportaje pone rostro a quienes llegan a Europa a través de las diferentes rutas migratorias.

¿Qué historias relata el reportaje Una chabola al final del camino, por el que ha ganado el IV Premio Saliou Traoré?

Fuimos, antes y después de la pandemia, a los asentamientos chabolistas de la provincia de Huelva para conocer la realidad de los trabajadores migrantes. Hablamos con personas que tienen su situación administrativa regularizada y con personas que llevan muchos años trabajando en España sin papeles. A través de sus historias pudimos hacer una especie de mapamundi de las rutas migratorias que terminan en Europa.

¿Cómo se gestó la idea de trabajar en esta información?

Para nosotros es fundamental tratar temas actuales, dándoles un poco de mimo y dedicándoles tiempo. Se trata de escribir de forma que los lectores puedan tocar y sentir lo mismo que las personas que están allí. Este es el último reportaje de un proyecto que se llama The Backway, que sigue las rutas migratorias desde África hasta Europa. En agosto de 2019 hicimos una primera cobertura y cuando comenzó la pandemia volvimos para reflejar el antes y el después. En aquel momento, en el que la realidad estaba dividida entre covid y no covid, me llamó la atención que las vidas de los migrantes seguían prácticamente igual. Esto simboliza que vivimos de espaldas a esa realidad y la convertimos en algo invisible. El objetivo del reportaje era correr el velo para mostrar lo que hay en esos asentamientos chabolistas.

"El sistema, tal y como está construido, margina a los migrantes y les impide trabajar"

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¿Hubo alguna historia que les marcara especialmente?

Las historias de Alaji y de Beleti son las que más recuerdo y las menos negativas, aunque también están llenas de obstáculos. Alaji montó un equipo de fútbol en Lepe, que está abierto a toda la gente que trabaja en el campo y sirve como actividad para integrar a quienes se acercan, y Beleti logró montarse un bar. Entre las más duras, está la historia de Kalifa, quien después de muchos años trabajando de manera irregular en España mostró abiertamente su enfado con la situación y aseguró que desde que pueda se volverá a Malí. 

¿En España somos conscientes de las vivencias que traen en sus mochilas los migrantes que llegan a nuestras costas de manera irregular?

Estamos informados de que existen asentamientos chabolistas en los que malviven trabajadores explotados. Pero, ya sea por racismo o indiferencia, la sociedad cierra los ojos ante la realidad de los migrantes. No se toma plena conciencia de la situación de esas personas, que son las que ponen la mayoría de la fruta y la verdura sobre las mesas de buena parte de Europa.

La realidad de los migrantes, independientemente de la comunidad autónoma en la que se instalen, es bastante similar. ¿Están condenadas al olvido?

No creo en las condenas, porque no creo que estén predestinados a vivir determinadas experiencias. La realidad es plural y muchas personas logran salir adelante. Lo que es innegable es que el sistema, tal y como está construido, los margina y les impide trabajar, que es algo fundamental para lograr su integración. Esto conlleva una serie de problemas muy difíciles de superar, aunque no es algo exclusiva de España. A estas circunstancias se une un ambiente creciente de racismo y xenofobia. Los migrantes viven una situación muy compleja, que no parece que vaya a cambiar. Ejemplo de ello es que, en plena pandemia, se reclamó la regularización de las cerca de 500.000 personas que se calcula que están en situación administrativa irregular, pero no se llevó a cabo porque no existe voluntad política para hacerlo a corto o medio plazo. 

¿En los últimos años ha mejorado algo la integración de los migrantes en España?

Creo que lo primero que tendríamos que hacer es revisar el concepto de integración. Desde el momento en el que unas personas forman parte de la sociedad, ya están integradas en ella. La integración es trabajar para que los migrantes se adapten al lugar en el que viven, aunque la sociedad de acogida también puede enriquecerse. Por ejemplo, en Barcelona cada vez hay más jóvenes que juegan al cricket porque la comunidad pakistaní e india es muy numerosa y ha impulsado la práctica de este deporte. A nivel socioeconómico, la integración pasa por darles la oportunidad de trabajar. Sin ese primer paso, lo demás es muy difícil. 

"Los partidos que creen en un sistema de acogida digno no se atreven a defender sus alternativas"

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¿La mala gestión de la integración de los migrantes que llegan a España podría ser el detonante de un problema social?

Ya lo es. Esto es como la llamada crisis de los refugiados de 2015. Llenó portadas, pero los titulares no se referían al sufrimiento de esas personas, sino a la crisis que afrontaba Europa para gestionar la llegada de más de un millón de personas en un año. Hablamos de migraciones pero, en realidad, hablamos de cómo se gestionan las migraciones y de los efectos y debates políticos que se generan en torno a ello. Además, creo que este marco interpretativo lo dominan los sectores más xenófobos y así es muy difícil construir. 

¿Teme que, de cara a las próximas elecciones, esa mala gestión de la integración de los migrantes pase factura en las urnas y se radicalicen los votos en determinadas regiones de España?

La inmigración es una de las grandes armas que utilizan los partidos de extrema derecha en toda Europa. El problema es que las formaciones políticas que creen en un sistema de acogida digno y en que es posible gestionar las migraciones de otra forma no se atreven a defender sus alternativas, a reflejarlas claramente en sus programas y a discutir en serio. Así, la ciudadanía está expuesta a la manipulación emocional y política. Esto tiene consecuencias electorales que son imprevisibles. No sabemos lo que ocurrirá, pero los ingredientes están ahí. 

Elaborar un reportaje como Una chabola al final del camino requiere tiempo para reposar las historias. ¿El modelo de periodismo actual va en contra de este tipo de trabajos?

Sí. Pero reconocimientos como el Saliou Traoré nos anima a seguir por este camino. En Revista 5W, que dirijo y en la que normalmente escribo, nos centramos en las crónicas de larga distancia y lo que intentamos hacer es usar lo más valioso que tenemos, el tiempo, para contar historias. Esto significa ir a los sitios y pasar allí el tiempo suficiente para que los protagonistas se abran. Uno de los grandes objetivos es intentar trasladar a los lectores a esos lugares. Es maravilloso lograr que el lector pueda tocar y pueda sentir la realidad que le estás contando. Quizás esto va reñido con la forma que tenemos de consumir información. Las noticias de última hora son fundamentales, pero en el otro lado de la balanza tiene que haber tiempo para pensar y elaborar reportajes que pueden llevarte meses. Tal vez este planteamiento sea contracultura e, incluso, antieconómico para el sistema, pero para el periodismo tiene todo el sentido.

¿Cree que la información sobre África se trata correctamente desde Europa o se ve como una realidad que nos queda muy lejos?

La gran paradoja es que África está aquí al lado. Creo que cada vez hay más interés por conocer lo que pasa en el continente africano. Aunque es un interés que ha crecido en los últimos diez años, sigue siendo minoritario. Además, creo que cada vez está más alejado del cliché de guerra y hambre, que es una realidad que hay que cubrir, pero no es la única en el continente. Por otro lado, cada vez se dedican menos recursos a informar sobre lo que ocurre en África, ya sea en forma de corresponsales o en forma de coberturas. En muchos casos son profesionales freelance, con proyectos personales, los que están en el sitio para informar sobre los acontecimientos del continente, y este no es el panorama más estimulante para contar lo que ocurre en África.

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