Solo el 3,6% de la población mundial está en movimiento. Es uno de los datos con los que arrancaba la semana en Casa África, en el espacio de la Organización Internacional de las Migraciones y de la Global Migration Media Academy, Migrando Miradas, al que han asistido estudiantes de periodismo de Senegal, Guinea, Marruecos y Gran Canaria, además de jóvenes periodistas españoles. Los diferentes ponentes que han participado en este encuentro, convocado bajo la Regla de Chatham House, han dejado claro que los porcentajes y las cifras son necesarios al igual que peligrosos: nos encontramos con una realidad que, en muchas ocasiones, queda reducida a simples datos que ya no despiertan pasiones ni indignación. 

Aun así, ante la visión de desbordamiento y avalancha que se ofrece desde los poderes públicos en lo que respecta al movimiento de personas —y muchas veces desde los propios medios de comunicación—, se puso de manifiesto la necesidad de recordar que de los casi ocho mil millones de habitantes que hay en el mundo, solo 281 millones son personas en movimiento; recordar que la mayor parte de esas personas que están en Canarias (287.826 en 2021, según el Instituto Nacional de Estadística) son italianos, británicos, venezolanos, colombianos; recordar que, los que no vienen en avión (13.122 personas en 2022), no lo hacen por no poder pagar un billete —subir a una patera es mucho más caro— sino porque no les queda otra opción. 

Cuando se quiere, se puede

España es el quinto país que más refugiados ucranianos ha recibido desde que empezó la guerra el pasado 24 de febrero. Canarias ha acogido a 3.500. Ningún medio, ningún político ha hablado de “avalancha masiva de ucranianos”.

A diferencia de lo que ocurre con las personas que vienen de otros países no europeos en los que también hay guerras y conflictos, a los ucranianos se les ubica en Centros de Recepción, Atención y Derivación (CREADE) en los que, entre muebles de Ikea y ludotecas para los más pequeños, reciben todas las atenciones necesarias. Motivo de orgullo y también de vergüenza: la situación evidencia que cuando se quiere, no hay impedimentos burocráticos ni de las autoridades para acoger a las personas que lo necesitan. La situación evidencia que hay seres humanos —por lo general, los que vienen de los países africanos— a los que se discrimina de manera flagrante por su lugar de origen, por su color de piel o por sus creencias.

Estas y otras reflexiones se han intercambiado a lo largo de la semana entre profesionales del periodismo de las Islas, como Nicolás Castellano, José Naranjo, José María Rodríguez, Ángel Medina, Nayra Santana o Txema Santana, entre otros; profesionales de la comunicación como Dounia Mseffer (Marruecos), Salif Sakhanokho (Senegal) o Lucas Chandellier (Guinea) de distintos países de África; y especialistas en el ámbito de las migraciones como María Jesús Vega (ACNUR), Juan Carlos Lorenzo (CEAR Canarias) o María Greco (Asociación Sociocultural Entre Mares).

Juan Carlos Lorenzo (CEAR) y María Jesús Vega (ACNUR) en el encuentro ‘Migrando Miradas’ de la OIM en Casa África Joan Tusell

Periodistas, profesionales y estudiantes de ambas orillas que han cuestionado —y cuestionan— las narrativas actuales que los medios emplean para hablar de las personas que se mueven de un sitio a otro para buscar una vida mejor o reunirse con sus familiares.

Un imaginario que hay que cambiar

Migrante. Migrante. Migrante. La palabra resuena en la cabeza y da lugar a todo un imaginario que suele venir acompañado de pobreza, tristeza y drama. Cuando se habla de migrantes, no se piensa en el italiano que te sirve el cucuruchito de helado en el paseo de Las Canteras, en los jubilados ingleses o alemanes que estiran sus cuerpos rojos en la arena de la playa, en los nómadas digitales que vienen a las Islas a teletrabajar, porque aquí todo es más barato, mientras cotizan en sus bienaventurados países de origen y ocupan viviendas céntricas —suelen tener más poder adquisitivo— haciendo que la gente local quede relegada a la periferia. El término migrante ha sido empleado infinidad de veces en estas jornadas en las que se ha llegado a la conclusión de que, debido al manido uso de la palabra, es mejor hablar de “personas en movimiento”

La historia se invierte pero siempre es la misma

Los participantes en estas jornadas también se han referido al método que se emplea para narrar estas llegadas, un mismo modelo para contar —en los dos sentidos de la palabra—: número de personas, cuántas mujeres y hombres, cuántos niños y de qué nacionalidad. Una narrativa de cifras que anula y despersonaliza un contexto vital, un viaje, unas esperanzas que se pueden resumir en querer dar una mejor vida a la familia que quedó atrás, con la presencia hueca de su ser querido que, como una sombra, en mitad de la noche, se subió a un barquito en un mar inmenso y al que no saben si volverán a ver. 

En 1949, “160 inmigrantes ilegales canarios llegan a Venezuela. Esta es una de las noticias que se expuso a los estudiantes presentes en las jornadas de la OIM. En 1994, la primera patera llegaba a Canarias, saharauis guiados por la luz del Faro de Entallada hasta Fuerteventura que tardaron 24 horas en llegar a tierra y que fueron recibidos con los brazos abiertos. De esa fiesta inicial, se ha pasado, tal y como se explicaba desde Migrando Miradas, al rechazo, a Arguineguín en 2020 y a las manifestaciones xenófobas que por primera vez hacían acto de presencia en las calles de la Isla, contexto que muchos han recordado a lo largo de la semana. 

Este caldo de cultivo de realidades distorsionadas es el que ha propiciado que este año se hayan triplicado los delitos de odio en España, odio al diferente, concebido como un enemigo común, como si los extranjeros que llegan a nuestro país fuesen los causantes de todos nuestros problemas. Y se olvida que aquí se vivía la misma situación: familiares que se iban a un país que se antojaba lejano, con un idioma nuevo, comidas distintas y paisajes diferentes a los que la mirada y las emociones se tenían que acostumbrar. Y se olvida que, algún día, la dirección de los flujos migratorios —otro término despersonalizador— se puede volver a invertir.

El sentido de los movimientos de personas cambia: antes eran los canarios, los españoles, los que se marchaban a América Latina o a otros países europeos a ganar dinero para mandarlo a las familias que dejaban detrás. Esos abuelos y padres que se iban a Alemania a trabajar de repartidores y dejaban a sus mujeres con bebés recién nacidos en casa. Ahora la situación se invierte. Pero lo que parece no cambiar es el discurso: se habla de “lucha”, de pateras “interceptadas”, de personas que “asaltan” una valla, de seres humanos como algo a combatir, como algo ilegal.

¿Por qué la gente viene? ¿Por qué alguien se sube a un cayuco, con un bebé, con un niño chiquito, con una pequeña mochila de papeles mojados, y cruza el océano sabiendo que puede morir? ¿Por qué alguien que reúne 2000, 3000, 5000 euros no puede ir a España, Inglaterra o Francia en avión? Estas y otras preguntas se han tratado de responder durante estos días en Casa África con la OIM. 

La frontera más dura: la burocracia

Una de las conclusiones a las que se ha llegado, es que hay mecanismos perfectamente ideados para impedir estos viajes, como los muros y las vallas, como las barreras burocráticas que se cuecen en las embajadas, en los consulados que piden una solvencia económica desorbitada, una cantidad ingente de papeles y un importe muy elevado para dar un visado a alguien del sur global, a alguien marroquí, senegalés, guineano, sudanés, nigeriano, nigerino o maliense, para poder ir al norte del planeta, a la burbuja de cristal que es Occidente.

Personas que se enamoran, que tienen familiares fuera, que sienten incertidumbre, miedo, preocupación. Personas que quieren ver y ayudar a la gente a la que quieren pero no pueden porque el mundo les dice: no, no puedes venir aquí. Como si la Tierra fuese una jaula cuyas puertas se abren para unos pocos afortunados. El jardín que es Europa, como lo llamaba Josep Borrell hace unos días, protegiéndose de la jungla que hay fuera. Y mientras tanto, fronteras militarizadas, empresas de armamento, de cámaras de seguridad, de fabricantes de concertinas, de todo tipo de “elementos de seguridad pasiva”, ganando millones y utilizando fronteras como las de Ceuta y Melilla como laboratorios de prueba de sus productos que luego importarán al resto de fronteras occidentales. 

Buscando respuestas y recetas, los estudiantes, periodistas y profesionales que durante tres días han estado intercambiando reflexiones y opiniones en Casa África de mano de la OIM, llegaban a la conclusión final de que una de las claves es crear redes, hacer un trabajo colaborativo en el que los periodistas y profesionales en el ámbito de la migración de todo el mundo puedan hacer visible lo invisible y cambiar un discurso deshumanizador y criminalizador que, cada vez más, está dividiendo y destruyendo a la sociedad canaria, a la española y, en resumen, a la sociedad global.