CRÓNICA PARLAMENTARIA

El Gobierno que llevó la contraria a Dostoievski

La mayoría parlamentaria madrileñiza deleznablemente el debate político canario por puro espíritu sucursalista y sectario

La bancada nacionalista en el inicio del pleno de ayer.

La bancada nacionalista en el inicio del pleno de ayer. / MARÍA PISACA

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Ruyard Kipling, que detestaba a los periodistas, Dios lo bendiga, les censuraba que reprodujeran las citas literarias con las que los oradores políticos adornaban sus discursos. «Los políticos», escribió Kipling «envuelven sus discursos en citas igual que un mendigo ansiaría envolverse en la púrpura de los emperadores». En el caso de los parlamentarios canarios no reclaman ir tan lejos. Con unas citas del montón que les permitan salir bien de la tintorería les basta. Ayer, por primera vez desde hace años, los portavoces emplearon citas como pañuelos de baratillo y bisutería de ocasión para un pleno parlamentario que tuvo dos puntos básicos: la última fase del debate y aprobación definitiva de los presupuestos generales de la Comunidad autónoma para 2023 y la estruendosa denuncia de un golpe de Estado cuyo único efecto comprobable es la denuncia de un golpe de Estado. Lo primero fue una exhibición de triunfalismo aburrido y lo segundo, simplemente, vergonzoso.

El cuatripartito que sostiene al Ejecutivo decidió transformar el último proyecto presupuestario de esta legislatura en un humilde pero muy sentido homenaje a sí mismo. A tal fin eligieron dos métodos: el cuantitativo, es decir, la repetición obsesiva del incremento de recursos monetarios, como si gastar más fuera una evidencia de capacidad política y de gestión, y la descalificación de la oposición que, en el caso de Coalición Canaria estaba impregnada de desprecio y en el del Partido Popular de una impugnación democrática. Ayer todos los diputados y diputadas de la mayoría eran Espartaco. Espartacos con dietas, pero Espartacos a los que el despotismo del Tribunal Constitucional (sic) no podrá acallar jamás.

El que abrió la puerta de la casa de citas fue Casimiro Curbelo, sumo sacerdote de la Agrupación Socialista Gomera, que mencionó primero al pobre de Antonio Machado. Curbelo quiso dejar más o menos claro lo que sus conciudadanos le deben a Ángel Víctor Torres, Román Rodríguez, Noemí Santana y a sí mismo: «Hemos hecho historia en el peor momento que le ha tocado vivir a la Humanidad». Sin anestesia.

Uno no se imagina ni a Charles de Gaulle expectorando una patujada tan grandiosa, pero Curbelo tiene permiso para cualquier cosa, para cualquier exceso, para cualquier petulancia desopilante. Nadie se va a reír. ¿Por qué Machado? Porque el Gobierno había andado sobre el mar o algo por estilo, don Casimiro se extravió por la metáfora y no supo regresar. Los presupuestos generales, como es obvio, son los mejores posibles, y el líder gomero está seguro, en fin, que la oposición lo reconocería si no debiera obediencia a sus siglas. Y entonces citó a Manuel Azaña, como quien se rasca la oreja para espabilarse. Tampoco es fácil imaginar al presidente Azaña caminando sobre el mar como el milagrosos señor Curbelo y sus aliados políticos. Lo peor estaba por llegar, pero llegó enseguida.

Manuel Marrero advirtió al principio de su intervención que se referiría, por puro compromiso con la democracia, a la aviesa decisión del Tribunal Constitucional de impedir que se votase en el Senado lo que la mayoría de los senadores querían votar, lo que calificó como un golpe de Estado en sordina «de togas y gaviotas». Aunque el señor Marrero en los últimos tres años ha dejado un rico legado de majaderías, cuchufletas, fantasías delirantes, franquismo resudado y ensueños moralistas ayer se superó ampliamente a sí mismo y se emborrachó –metafóricamente– con populismo de garrafón. Lo que menos cabe exigirle a un diputado es que conozca la ley orgánica que regula el funcionamiento del Tribunal Constitucional. El PP ha presentado un recurso de amparo al derecho de participación política –definido en el artículo 23 de la Constitución– ya que el Gobierno español –y las fuerzas que lo sustentan– pretendían deslizar en una proposición de ley modificaciones de dos leyes orgánicas, y hacerlo, además, por el trámite de urgencia. Una de las modificaciones, en efecto, afectaba al propio Tribunal Constitucional y a las condiciones para elegir a sus magistrados miembros. Por una mayoría ajustada, el Constitucional decidió admitir el recurso del PP y conceder medidas de suspensión cautelar de la votación. Eso no significa en absoluto – como insistía ayer Marrero, y todos los marreros de la jornada, en su porfiada ignorancia– que el TC autorice o impida una votación. Lo que ha impedido es actuar legislativamente sin el respeto debido al marco jurídico vigente. El desarrollo de la labor legislativa se debe efectuar precisamente en ese marco, que fija reglas para impedir la arbitrariedad y establece los contrapesos consustanciales con una democracia parlamentaria. Ya los mismos letrados del Congreso de los Diputados advirtieron de la fétida trapacería jurídica que se estaba perpetrando. Ocurre lo contrario de lo ululado por los marreros en las últimas 48 horas: la utilización perversa de una proposición de ley tramitada urgentemente pretendía eludir los debidos informes exigidos por la modificación de leyes orgánicas y la misma discusión de las enmiendas de adición introducidas de contrabando.

Es el Gobierno, en definitiva, el que pretendía con esta estrategia procedimental evitar el debate político y la máxima transparencia informativa y es el Tribunal Constitucional el que reclama una tramitación correcta que garantice el debate político y la máxima información sobre el objeto de la reforma. Si el Gobierno (y sus aliados) pretenden reformar el poder judicial, el Supremo y el Constitucional, ¿qué tal si presenta para su debate tres proyectos de ley en el Congreso de los Diputados?

Al señor Marrero no le iban a quitar su juguete. El juguete de una conspiración universal justo del tamaño de una pelota de fútbol que él pudiera patear una y otra vez. En su caso Marrero citó a León Felipe, un poeta bastante espantoso y estropajoso, que en unos versos inolvidables y sin duda ya olvidados habló de que el pueblo español ya se sabía todos los cuentos de sus élites. Lo de Marrero, por supuesto, no son cuentos, sino la verdad verdadera, y en un momento de su catalinaria contra todos los franquistas que infectamos el jardín de las Hespérides comenzó a dirigirse a los diputados del PP, que observaban estupefactos el numerito del diputado de Podemos. Para Marrero a Luz Reverón se le estaba poniendo cara de teniente coronel de la Guardia Civil. Como continuaba con su heroica perreta, e insistía, ya consumido la mitad de su turno para hablar de los presupuestos generales, en que el PP era una fuerza facinerosa los diputados conservadores protestaron una y otra vez al presidente de la Cámara, Gustavo Mato, que no se atrevió a llamar al orden de Marrero, tal vez temeroso de que terminara siendo calificado de franquista.

Visto que su solicitud para que el presidente fijara límites a la intervención de Marrero caía en saco roto el PP decidió abandonar el salón de plenos. El diputado de Podemos supo leer la situación perfectamente: el Partido Popular no quería oír la verdad. Matos le pidió suavemente y con todo género de cortesanías que ajustase su intervención al asunto de la convocatoria. Todavía Marrero dio tres o cuatro lecciones magistrales sobre el complot fascista en marcha y después habló diez o doce minutos para explicar que los presupuestos eran, por así decirlo, inmejorables.

El salón de plenos ya hedía a narcisismo político, prepotencia cazurra y conspiraciones fascistoides. Cuando todos esos elementos se concentran en el aire el poder comienza a despreciar a la oposición simplemente por serlo. La retahíla interminable y ya puro regüeldo de insultos y descalificaciones vertidas sobre el PP por Esther González. La advertencia de Carmen Hernández a la oposición de que el pueblo mandó a la oposición «a rincón de pensar» y que ahí debería quedarse, callada y pensando, porque no tienen derecho a hablar en nombre de la ciudanía canaria. Todo este cúmulo de barbaridades y miserias circularon ayer por el pleno parlamentario como si formara parte del sistema de aire acondicionado. El Gobierno no pretendía prioritariamente exponer su gestión presente y futura de los asuntos públicos, sino deslegitimar a la oposición por el simple hecho de serlo. La mayoría parlamentaria está trasladando a la Cámara regional las estrategias discursivas y retóricas de las Cortes cuando aquí, en Canarias, la oposición ha mantenido generalmente una actitud constructiva y razonable. Están madrileñizando deleznablemente el debate político canario por puro espíritu sucursalista y sectario.

El portavoz socialista Iñaki Lavandera eligió a Dostoievski nada menos para su coquetuelo sombrero de plumas. «Decía Dostoievski», aseguró, «que el hombre era un ser capaz de adaptarse a todo, pero este Gobierno está decidido en llevarle la contraria». No quedó muy claro. ¿Llevarle la contraria al ser humano o a Dostoievski? Después de cascarle al PP y a Coalición felicitó a Marrero por su valiente intervención antifascista. «Decía Orwell que en tiempos difíciles decir la verdad era algo revolucionario». A Orwell un diputado como Lavandera le duraría dos minutos. Marrero tal vez 30 segundos. Izquierdistas al servicio de sí mismos y de sus fábulas de poder. Ustedes, señorías, delante de Orwell, no sabrían ni por dónde empezar a correr.

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