El libro se presenta el martes 24 de enero en el Cabildo de Gran Canaria

Héroes de chabola

Un manuscrito del intelectual Antonio Junco Toral, fallecido en 1955, desvela las barbaries cometidas durante la represión franquista en los campos de concentración de Canarias

La familia Junco Lojendio en su casa de Ciudad Jardín en agosto de 1953. Antonio Junco en el centro.  | | LP/DLP

La familia Junco Lojendio en su casa de Ciudad Jardín en agosto de 1953. Antonio Junco en el centro. | | LP/DLP / Flora Marimón

‘Héroes de chabola’ ve la luz 87 años después del inicio de la Guerra Civil. No es un libro común. Su autor, Antonio Junco Toral, un intelectual vinculado al periodismo que sufrió en carne propia la represión franquista, falleció en 1955. Esta obra celosamente guardada durante años por sus familiares desvela a los victimarios y homenajea a los presos que sufrieron las barbaries cometidas en los campos de concentración de Canarias.

Cuando llegaban al campo de concentración de La Isleta con sus escasas pertenencias les hacían vaciar sus bolsas y al agacharse para recoger sus enseres los apaleaban con fustas. Luego les cortaban el pelo al cero y como se quejasen, las orejas. Los metían en chabolas, unas casetas de lona donde dormían hacinados en colchonetas con los pies en la tierra y casi sin abrigo, y por la noche venía lo peor: los cabos de vara -denominación que se daba a presos comunes o políticos útiles al régimen- bajo las órdenes, entre otros, del sargento Ballón, apodado por los representados como el Malacabra, apalizaban a los que pillaran sin dormir, solo por tener los ojos abiertos.

Los golpes y la humillación en realidad eran diarios y a veces acababan en muerte, aparte de los insultos continuos durante los trabajos forzados para construir carreteras, cargados como mulas y espoleados con latigazos.

Héroes de chabola | LP/DLP

Héroes de chabola | LP/DLP / Flora Marimón

Hoy parece una película, pero ocurrió: los represaliados por sus ideologías eran tratados como animales, sin ninguna consideración a los Derechos Humanos, mientras las cuadrillas de secuaces falangistas observaban sentados como «emperadores, con una botella de coñac», jaleando el dolor que les causaban a los presos -llegaron a haber 1.200 cautivos en el campo de concentración de La Isleta- de todo tipo y condición: intelectuales (los más odiados por sus captores), obreros, gente del campo, en definitiva, padres, hermanos e hijos, arrancados de sus hogares sin haber cometido delitos, solo por estar vinculados de cerca o de refilón a los ideales de la República. Asesinatos impunes, torturas y humillaciones continuas vertebraron los campos de concentración en Canarias durante la Guerra Civil española. Delitos de sangre y odio perpetrados, sin un castigo posterior, por el régimen franquista.

Héroes de chabola

Héroes de chabola / Flora Marimón

Las memorias de Antonio Junco Toral (Oviedo 1899- Las Palmas de Gran Canaria, 1955), un represaliado durante la Guerra Civil por sus ideas republicanas, arrojan esta realidad aterradora en Héroes de chabola, un libro que narra con todo detalle la barbarie que sufrieron los presos, como él, en los campos de concentración y prisiones de Canarias por parte de los militares franquistas y falangistas. Pero es más, cuenta con detalle, por primera vez, quiénes fueron los verdugos y hace un homenaje a aquellos que conoció durante su cautiverio, muchos de ellos asesinados. De ahí también el temor de que se descubriera este manuscrito guardado celosamente por su familia hasta hoy. Ya no hay miedo de represalias y es la hora de la verdad.

Héroes de chabola

Héroes de chabola / Flora Marimón

Una de sus hijas, la única que aun vive y ya es nonagenaria, María del Carmen Junco, decidió impulsar la publicación de estas memorias póstumas, escondidas por sus familiares durante décadas. Sergio Millares, historiador y vinculado a la familia, hizo una extensa investigación de todas las personas que nombraba Antonio Junco, a veces solo con el apellido o el nombre. Llegó a identificar a un centenar de las víctimas. Junto a la nieta del autor, Cristina Vallejo Junco, y su tía, María del Carmen Junco, Sergio Millares presentará este martes este valiosísimo libro que narra en primera persona las atrocidades que se cometieron durante la Guerra Civil en Canarias por los franquistas. En el acto estará presente el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales.

Para Millares, uno de los planteamientos centrales de Junco Toral que aparece en todo el libro es la identificación de los victimarios, distinguiendo entre los que toman las decisiones y los que las ejecutan. El símil del guiñol le funciona muy bien como recurso: por un lado, los directores del guiñol y los titiriteros que mueven las marionetas; y, por otro, las propias marionetas que ejecutan las órdenes de aquellos.

El autor, un intelectual vinculado al periodismo que sufrió la represión franquista, identifica a los verdugos

«En la propia introducción lo dice muy claro y a lo largo del libro aparecen los dos perfiles. Los comparsas vestidos de azul, los falangistas, y ejecutores directos como García Uzuriaga, Otero, Rafael Díaz-Llanos, Antonio Wiot, Lázaro, Cabrera, Ballón, Marín y muchos otros son aquellos que ejecutan las órdenes. Y los que están detrás, sin mancharse de sangre, de una hipocresía insuperable, no dejan de ser señalados por el autor: los generales Ángel Dolla Lahoz y Guillermo Camacho González, el coronel José Cáceres Sánchez y el comandante Fernando García González. Estos cuatro junto con otros que no aparecen en el libro, pero que también se pueden considerar directores del guiñol, como son el general Teódulo González Peral y el teniente coronel y auditor de guerra Lorenzo Martínez Fusset son los que van a dirigir la represión en las Islas y, por tanto, los responsables directos de todos los crímenes cometidos», expone.

«Claro, por encima de ellos están los jefes que dirigen todo el gran teatro: Sanjurjo, Cabanellas, Queipo del Llano, Mola y, naturalmente, Franco, todos en la península, en el frente o más bien en la retaguardia de las tropas, aunque la evolución natural de las cosas llevó a que el llamado caudillo se quedara solo al frente de todo». Ahí están los nombres.

El historiador Sergio Millares considera esencial este relato que Antonio Junco Toral escribió tras varias detenciones desde el 19 de julio de 1936 y pasar periodos de encarcelamiento en prisiones y en los campos de concentración de La Isleta, de Gando y Fyffes, en Tenerife, durante la Guerra Civil. Se desconoce con exactitud cuándo lo escribió, pero es posible que comenzara sus memorias una vez que logró su libertad, a mediados de 1938, después del consejo de guerra que lo absolvió de los cargos de rebelión a raíz de la resistencia en el Gobierno Civil de Las Palmas, por defender a la República.

Héroes de chabola

Héroes de chabola / Flora Marimón

«Dos veces he comenzado a escribir este libro y las dos, ante registros domiciliarios policiacos, tuve que condenarlo al fuego», escribe el autor al inicio de esta obra. «Verás pasar sufrimientos, penas, dolores por las represalias, dolores soportados por los hombres demócratas de estas Islas», señala, y tilda de «repugnantes» a los represores, quienes por su incultura y sus complejos de inferioridad se ensañan con los que consideran la «brigada de intelectuales».

La familia Junco Toral vino desde Asturias a Canarias en 1906 cuando Antonio tenía siete años, y fue aquí donde desarrolló toda su vida. Su padre fue destinado a Tenerife y después a Las Palmas de Gran Canaria como jefe de Correos y Telégrafos. Antonio Junco era un intelectual. El sexto de siete hermanos, hizo sus estudios en la Escuela de Comercio de Tenerife donde se graduó en 1918. Empezó a trabajar en 1921 en el Cabildo de Gran Canaria donde desempeñó distintos cargos.

En 1935 era el oficial Jefe de contabilidad del departamento de cuentas y presupuestos. Pero el 4 de agosto de 1936 el Cabildo lo suspende de empleo y sueldo como consecuencia de su detención por su actividad política.

A los presos les daban aceite de ricino, les atizaban mientras cargaban piedras y muchos morían

También fue profesor de la Escuela Profesional de Comercio de Las Palmas, pero en septiembre de 1939 Junco Toral fue también destituido por sus ideas políticas. Sin duda, exponen Cristina Vallejo Junco y Carmen Fernández Junco, en el prólogo, su actividad profesional más importante fue en el mundo del periodismo, vinculado al Diario de Las Palmas, que se había sido creado en 1893. Entró a trabajar en abril de 1928 y el periódico fue clausurado en 31 de mayo de 1939, una vez finalizada la guerra por decisión unilateral del Gobernador Civil. En 1953, después de 14 años cerrado, vuelve a salir el Diario de Las Palmas editado ya por Editorial Prensa Canaria, con Matías Guerra como presidente, y Antonio Junco jugó un papel muy importante en la gestión y publicación del periódico. El 19 de julio de 1936 es detenido en su casa después de estar durante un día en el Gobierno Civil de Las Palmas negándose a acatar el bando militar. Tenía 36 años y seis hijos de los diez que tuvo con María de la Cruz Lojendio Clavijo, con quién se casó en 1923.

Fue liberado, pero en agosto de ese mismo año es de nuevo detenido y enviado a la prisión provincial, esta vez por hacer gestiones, junto con Nicolás Díaz-Saavedra, para promover el indulto a los que iban a ser fusilado esos días: Eduardo Suárez Morales y Fernando Egea, que serían asesinados el 6 de agosto de 1936.

El libro, que narra una desgarradora realidad escrita en primera persona, se presenta el martes en el Cabildo

En septiembre lo vuelven a liberar pero con una multa de 1.500 pesetas, cinco veces el sueldo mensual de un empleado medio. Pagó vendiendo muebles de su casa a precio de saldo. De nuevo es detenido y lo llevan al campo de concentración de La Isleta, a donde llega en noviembre de 1936 y permanece hasta el 11 de febrero de 1937, fecha en que fue trasladado a los calabozos del hospital de San Martín por posible fractura de una pierna, como consecuencia de las palizas recibidas en el campo de La Isleta, lugar en el que descubrió la crueldad a la que puede llegar el ser humano.

Madrugadas de apaleamientos

Como a uno de sus héroes de chabola cita a Juan González, la víctima de una de esas madrugadas de apaleamientos. Tenía tan solo 17 años. Le dieron aceite de ricino, seguido de una bárbara paliza: «cuatro hombres, cuatro pistolas, cuatro látigos, en despoblado». Con la cabeza vendada y el pecho erguido cargó por la mañana la cesta a su espalda llena con 70 kilos de tierra para construir una carretera. También cuenta como a los hermanos Félix y Eduardo González los machacaron a golpes, y los 1.200 hombres cautivos, llenos de ira, observaban con impotencia lo que sucedía, vigilados por las ametralladoras que los apuntaban. Esa noche ninguno comió el rancho que les daban como acto de protesta y se les castigó sin almuerzo al día siguiente. Los dos hermanos fueron asesinados un mes después.

Entre sus múltiples vivencias relata también cómo apalearon a un inglés una mañana brumosa de «chipi chipi». Por la cima de la montaña una patrulla de soldados armados traía a un hombre de unos 40 años «muy bien portado» y nadie entendía lo que decía. Se le pidió a un preso que tradujera al «chone». Al parecer era un ingeniero destinado a unas exploraciones de África y había llegado como pasajero de un buque que había atracado en el Muelle Grande en Las Palmas de Gran Canaria. Como vio instalaciones petrolíferas se bajó del barco y se acercó a la zona y lo capturaron. Para el oficial no había duda: era un espía. Así que le dieron una somanta de palos, aunque el hombre peleó. Al final lo redujeron a golpes y le raparon la cabeza. A las dos horas llegó un automóvil con el cónsul de Inglaterra. El detenido subió al coche y nunca más se supo. El autor de estas memorias quiso inmortalizar el martirio y muerte de los grandes héroes de chabola, y descubrir a quienes cometieron estas atrocidades.

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