Pleno del Parlamento de Canarias | Fin de la legislatura

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Irse a la toma de posesión de un ministro antes que asistir a un pleno parlamentario dibuja muy bien la cultura política del PSOE | El señor vicepresidente es hoy por hoy un Napoleón Bonaparte con bigote

Julio Pérez, Gabriel Matos y el nacionalista José Miguel Barragán ojean un cómic editado por el Parlamento. | | MIGUEL BARRETO/EFE

Julio Pérez, Gabriel Matos y el nacionalista José Miguel Barragán ojean un cómic editado por el Parlamento. | | MIGUEL BARRETO/EFE / Alfonso González Jeréz

Alfonso González Jeréz

En la sesión plenaria de ayer, la última de la legislatura angelical, como diría un creyente (antes llamado militante) de las Juventudes Socialistas, los diputados, que hace quince días ya se estaban despidiendo – las despedidas largas son las mejores en los restaurantes caros– entraron en un fase de cariñitos irreprimibles, y fue maravilloso contemplar a Manuel Marrero, látigo del capitalismo monopolista de Estado y de la derecha criminal española, hacer carantoñas con algunas señorías del PP. Es que tiene un corazón muy rojo, pero muy grande. El otro diputado de Podemos, Francisco Déniz, llegó a sentarse pecaminosamente en los bancos de Coalición Canaria y se pasó un ratito hablando con David de la Hoz y todo. Vaya a saber usted de qué palicaron en sus últimas horas como diputados.

–¿Y si tú pones la hoz y yo pongo el martillo?

–Tampoco.

También se pudo ver a Narvay Quintero, diputado de la Agrupación Herreña Independiente, galantear con Melody Mendoza quien, a pesar del escepticismo de algunos lectores, es una persona real, no una diputada imaginaria inspirada en un culebrón colombiano. Alejandro Narvay le sonreía de pie junto al escaño de la discípula de Casimiro Curbelo mientras se acariciaba sensualmente el cogote. Mendoza sonreía e incluso soltó alguna breve y cantarina carcajada. Todo el salón de plenos irradió por unos minutos prologales afecto, compañerismo y buen rollo, y la excepción parcial era la desconexión entre los diputados del PSOE y los de Coalición Canaria, dos fuerzas políticas que se detestan, pero que entienden perfectamente que es bastante probable que se vean obligadas a pactar un gobierno en el próximo mes de junio. Tal expectativa les produce una evidente urticaria. Es muy parlamentario el hecho de que cuando dos fuerzas parezcan destinadas a entenderse comience a fluir entre ambas una náusea perfectamente constatable.

En el banco azul destacaba una ausencia sorprendente. El presidente Ángel Víctor Torres estaba en Madrid, en la toma de posesión de Héctor Gómez como ministro de Industria, Comercio y Turismo. Torres repitió hasta hartarse durante toda la jornada que es muy importante para Canarias que un ministro sea canario, lo que en absoluto deviene evidente. Es muy importante para los socialistas canarios tener a un compañero en el Consejo de Ministros. Es absolutamente comprensible que se alegren mucho. Pero un ministro ni puede ni debe actuar favoreciendo en su gestión ningún interés territorial concreto. Dicho de otra forma: Gómez será un mal ministro si prioriza a Canarias en su hoja de ruta al frente de Industria y Turismo. Y, por supuesto, no lo hará: es una persona demasiado seria, escrupulosa y responsable. Lo relevante, en realidad, es la foto, es decir, que hoy ustedes puedan ver al presidente Torres sonriendo junto al ministro Gómez, como si estuvieran recibiendo ex aequo el Nobel de Física o hubieran ganado la lotería Primitiva. Irse a la toma de posesión de un ministro antes que asistir a un pleno parlamentario en tu país (o tu comunidad autónoma) dibuja muy bien la cultura política del PSOE canario – cualquier cosa menos federalizante– y su relación fraternalmente idolátrica con el poder central.

La figura del vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez, ocupó casi todo el espacio en ausencia del jefe del Ejecutivo, que responderá esta mañana a las últimas preguntas. Le cuesta poco a Rodríguez ocupar todo el espacio entre oriente y occidente con su vozarrón bien templado y su olímpica seguridad a prueba de evidencias. Se le preparó por parte de su compañera, la diputada Esther González, un par de comparecencias de lucimiento, y no tanto para cantar las glorias del Gobierno, sino para liliputizar a la oposición, a la que volvió a agredir con una furia totalmente alocada. Como Esther González también desprecia a la oposición parlamentaria hasta rayar con el asco, uno y otro, vicepresidente y diputada, alimentaron mutuamente su propensión al desafuero bailando sus insultos y descalificaciones contra CC y el PP, como unos Ginger y Fred coreografiando una chifladura.

En su primera comparecencia Rodríguez se arrogó la conquista 75% del descuento de los viajes aéreos – se limitó a mencionar al pobre Pedro Quevedo como si fuera el doctor Watson, patoso y leal– porque él lo negoció personalmente con Mariano Rajoy. Me vino a la cabeza una espantosa imagen: Román persiguiendo a Rajoy en taparrabos con una añepa en la mano por los jardines de La Moncloa y Soraya Saenz de Santamaría mirándolo desde una ventana entre suspiros estremecedores. Tuve que bajar y toma un café para despejarme. Cuando regresé a la tribuna (sí, por supuesto, ya no había nadie) todavía pude escuchar un invento de Rodríguez: los mesetarios. Los mesetarios –deduje– son aquellos que en lo alto de la administración del Estado no saben nada la de la fiscalidad canaria ni de los acuerdos firmados con el Gobierno central. Gran invento, lo de los mesetarios. Ni es Madrid, ni son los socialistas, sino los mesetarios, y así se elude hablar del PSOE ni parecer demasiado nacionalista. Rodríguez termino chillando (literalmente) que no habría paso atrás en lo del 75%. Peor, mucho peor, fue la segunda de sus comparecencias, destinadas a hablar de la evolución de los presupuestos de la Comunidad autónoma durante la legislatura, Ginger y Fred comenzaron a dar vueltas por la pista como un asteroide definitivamente chiflado. Sí, Esther González sacó el rosario que suele utilizar Torres. Hasta Thomas Cook citó su señoría. Y la crisis económica. Y los incendios. Y un volcán que estalló, por La Palma dicen. Y más crisis económica. Y los rusos invadieron Ucrania y comenzó la inflación. Afortunadamente estaba ahí don Román Rodríguez, a la que González llamó un par de veces «presidente», en un lapsus poco creíble. Poquísimas veces he visto una exhibición tan impúdica de grosería, mentira y burda propaganda en la Cámara regional. Algo así como una síntesis de los peores, más chafarmejas y triunfalistas discursos de Rodríguez en los últimos cuatro años. El mejor orador del Parlamento reducido –por propia voluntad – a un meme de sí mismo. Esther González consintió igualmente en perder el tino. Cuando el diputado del PP, Fernando Enseñat, señaló que la mayoría de los fondos Next Generation no se habían ejecutado, González respondió furibundamente que mentía y que había licitados un montón de millones. Y es cierto, pero que una parte sustancial –no la mayoría– de los FNG se hayan adjudicado a proyectos u obras todavía en fase de licitación demuestra, precisamente, que no se han ejecutado. Enseñat contemplaba entre sorprendido y divertido las imprecaciones de González. A Rosa Dávila el vicepresidente le acusó casi directamente de trabajar para la banca grrrrr. Y uno que no se enteró de nada. Al final, definitivamente engorilado, Rodríguez se subió a su cocotero y proclamó que este Gobierno era honesto, era honrado, era eficaz, gestionaba mejor que nadie, estaba al lado de los débiles frente a los poderosos y había mejorado a Canarias como nunca, frente a los gobiernos del pasado, gobiernos del retraso, gobiernos de la incapacidad, gobiernos gimoteantes, gobiernos que no saben defender Canarias frente a Madrid y a Bruselas, gobiernos de mortadela (sic). Al final pidió 30 segundos más al presidente de la Cámara, Gustavo Matos, para advertir, dirigiéndose a CC, que se quedarían de nuevo en la oposición a partir de mayo, y se arregostó en su escaño sonriente y satisfecho. Por cierto: ni un mísero aplauso de la mayoría. Hubiera sido como marchar al Hospital Febles Campos y aplaudir frente a la fachada hasta que se asomara Napoleón por una ventana. El señor vicepresidente es hoy por hoy eso: un Napoleón Bonaparte con bigote que se cree Román Rodríguez.

Por supuesto que hubo mucho más. Blas Trujillo demostrando por enésima vez que el caos sanitario no perturba su apetito frente al cansancio posibilistas de Miguel Ángel Ponce y las ironías melancólicas de José Alberto Díaz Estébanez, otro diputado que Coalición sacrificará torpemente. María del Río Sánchez pidiendo una ley de Sanidad Mental para la próxima legislatura. Socorro Beato exigiendo que se cumplan los presupuestos generales en lo referido a las plazas en los conservatorios profesionales. Las cientos de solicitudes de información solicitadas al Ejecutivo en los últimos tres años y medios y no respondidas, como recordó con infinito hartazgo y precisión jurídica Luz Reverón en nombre del PP y, en realidad, de la transparencia fingida y la razón parlamentaria vapuleada. Pero yo me quedó, al menos hasta mañana, con la irritación incontrolable del consejero de Obras Públicas, Sebastián Franquis, por alguna declaración de la oposición. «¿Por qué deforman la realidad? ¿Por qué lo hacen? Lo hacen en lo de las ayudas a La Palma, en la subvención del 75%, en la política de viviendas, en todo, en todo». Para el señor Franquis –ha quedado claro reiteradamente– manipular significa, en su neolengua ligeramente carrasposa, no coincidir exactamente con el juicio, la interpretación o la voluntad del Gobierno. Para contentar al señor Franquis lo más pertinente sería abolir el Parlamento. Y lo comprendo. A mí me ocurre lo mismo cada vez que lo escucho.

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