La primera llamada de Aliou tras sobrevivir a la ruta canaria: «Mamá, estoy bien»
La primera llamada que hacen los niños y jóvenes migrantes que llegan solos a Canarias desborda de alegría a las familias, después de pasar días sin saber nada de ellos. Los padres quieren escuchar su voz y confirmar que han sobrevivido a la travesía, pero también les preocupa saber si sus hijos pueden ser deportados.

Un niño habla con sus padres por teléfono, junto a Mónica Galán, directora de un centro de menores de Quorum Social 77. / José Carlos Guerra

Llegó a bordo de un cayuco, con un aspecto tan frágil que llamaba la atención. El primer día lo pasó tranquilo, compartiendo el tiempo con sus compañeros. Pero, al caer la noche y meterse en la cama, rompió a llorar. Los responsables del centro al que las autoridades lo habían derivado organizaron todo para que Aliou –nombre ficticio– pudiera ponerse en contacto con su familia. Tras más de cinco minutos de llanto descontrolado a ambos lados de la línea telefónica, sin poder articular palabra, Aliou por fin pudo decir que estaba bien. Cuando su madre logró controlar la emoción, intentó calmar a su pequeño: «Ya no tienes que dormir más en una barca en el mar. Vas a estar bien». El pequeño, con apenas 9 años, había sobrevivido a la mortífera ruta canaria. Una travesía llena de peligros que para los niños supone, además, un proceso de separación de sus padres, de sus seres queridos y de todo aquello que han conocido.
«La primera llamada que hacen a sus padres después de la llegada está cargada de emoción. Los niños suelen ser muy parcos en palabras, porque están asustados y confundidos, pero en las familias se desata la alegría», relata Mónica Galán, directora del centro de menores de Quorum Social 77 en el que actualmente vive Aliou. Ese primer contacto se intenta propiciar lo antes posible. Algunos tienen su propio teléfono móvil y pueden avisar a sus familias de que han llegado bien desde el primer momento. Otros, especialmente los más pequeños, traen apuntado el número de teléfono en un papelito que protegen como un valioso tesoro entre sus escasas pertenencias o en el bolsillo.
Están en un lugar seguro
Después de pasar varios días sin saber nada sobre sus hijos, a las familias les da un vuelco el corazón al ver en sus teléfonos una llamada desde un teléfono con prefijo de España. «Lo que más les preocupa en ese primer contacto es si podrán mantener la comunicación con los niños. Además, muestran un agradecimiento muy profundo. Tanto con sus palabras como con sus gestos», explica Galán, quien señala que todos los niños hablan con sus familias, al menos, cada dos días. Desde el centro les transmiten a los padres que sus hijos están en un lugar seguro, que van a ir al colegio y, sobre todo, les garantizan que todas sus necesidades van a estar cubiertas. Los educadores también aprovechan ese momento para recabar información sobre los niños y preguntan si tienen algún problema de salud o requieren algún tipo de tratamiento médico.
Los niños al llegar están asustados y confundidos y son parcos en palabras en la primera llamada
«Les contamos que van a estudiar, que se les arreglará la documentación, que irán a clases de español y les decimos las comidas que hacen», señala Adil Elaissaoui Imad, educador en un centro de la Fundación SAMU, quien también destaca la gratitud que expresan las familias al saber que sus niños están bien después de pasar una semana en alta mar. «Algunas veces hasta nos ponen en un compromiso, porque nos suplican que les cuidemos como si fueran nuestros hijos», apunta el educador de Fundación SAMU. Una de las preguntas más habituales que hacen los padres es qué va a pasar con sus hijos, si se podrán quedar en España o si se les va a deportar. Los responsables del centro los tranquilizan explicándoles la ley del menor.
Algunas de esas primeras llamadas también van cargadas de dolor. «He presenciado cómo algunos niños han tenido que informar a sus padres de que un primo o un amigo con el que viajaban había fallecido durante la travesía. Son momentos muy duros, para los niños y para sus familias», lamenta Elaissaoui Imad.
A las familias les preocupa saber si podrán mantener contacto habitual con sus hijos
Quien recuerda perfectamente cómo fue su primera llamada a sus padres es Youssouf Toure, un joven maliense que llegó a Canarias siendo menor de edad y que ahora trabaja como auxiliar en un centro de la Asociación Coliseo. «Les conté que estaba bien, en un centro con más niños, que me atendían y que me trataban como si fueran mis padres. Fue una llamada que les dio la tranquilidad de que yo iba a tener un futuro», rememora Toure, quien añade que para su familia fue una alegría enorme saber que podía estudiar, comer y jugar. Ahora, Toure ayuda a otros chicos que, como él, llegan en cayuco a las costas de Canarias y que se tienen que enfrentar a situaciones iguales a las que él vivió hace solo unos años. «Algunos necesitan unos días para respirar y reponerse del viaje. Les ayudamos a que entiendan dónde están y a que conozcan el centro para que sepan qué contarle a sus padres», explica el joven maliense, que tras su viaje en cayuco estuvo una semana entera sin poder levantarse de la cama debido a la dureza de la travesía.
«Cuídalo como a tu hijo»
Cuando llevan un tiempo en Canarias y ya se han integrado en la rutina de los centros, la comida es uno de los temas que más llama la atención de los niños y es una de las primeras cosas que les cuentan a sus padres. «Les extraña comer cinco veces al día y el tipo de platos. Les parece mucha cantidad y, al principio, los sabores les parecen muy extraños. Pero terminan acostumbrándose», apunta Elaissaoui Imad. También les sorprende la disciplina de los horarios de los centros, tanto para las comidas como para ir a la cama. «Cuando les llamamos la atención nos dicen que sus padres les dejaban hacer otras cosas, pero les insistimos en que aquí hay que cumplir las normas», explica Elaissaoui Imad, quien relata que hay que contarles que aquí los niños no están en las calles a determinadas horas porque están estudiando.
Las llamadas entre los niños y sus familias siempre se hacen con la supervisión de un adulto, que toma nota del contenido de la conversación. Los responsables de los menores aprovechan el contacto con los padres para contarles su evolución. Lo que más les importa es que sus hijos puedan tener un futuro y les asombra la cantidad de puertas que se les abre aquí. El educador de Fundación SAMU señala que «a algunas familias les cuesta entender que lo primero que tienen que hacer los chicos es estudiar y formarse, para después integrarse en el sistema laboral y poder colaborar con la economía familiar».
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