Crónica parlamentaria
Pequeñas miserias de Sebastián Franquis
Poquísimas veces he visto en este Parlamento una actitud tan mezquina, canallita y al cabo patética

La consejera de Sanidad, Esther Monzón, abraza a su consejero del Gobierno Mariano Zapata. / Andrés Gutiérrez
Un asunto protagonizó la primera parte del pleno parlamentario de ayer, el dedicado a la fiscalización de la acción del Gobierno, y lo hizo tanto en las preguntas al jefe del Ejecutivo como a la comparecencia de Fernando Clavijo a petición propia. A medio mañana llegó el día de la cita: el próximo día 10 se aprobará en el Congreso de los Diputados la modificación del artículo de la Ley de Extranjería que permitirá la distribución de la mayor parte de los menores migrantes no acompañados que actualmente acoge Canarias (ahora mismo, unos 5.800). No es que la actitud de la oposición fuera completamente inesperada, pero aun así resultó sorprendente. El fruto de un éxito político compartido, pero inequívocamente liderado por el presidente Clavijo, fue manipulado y hasta ninguneado tanto por el portavoz de Nueva Canarias, Luis Campos, como sobre todo por el portavoz del PSOE, Sebastián Franquis. Poquísimas veces he visto en este Parlamento una actitud tan mezquina, canallita y al cabo patética como la que demostró ufanamente el señor Franquis, con risitas de teleñeco, durante la jornada de ayer.
Antes se pronunciaron discursos más razonables en estas circunstancias, como la de Raúl Acosta, de la Agrupación Herreña Independiente, que ofreció un retrato vivo e intenso de la situación de emergencia que ha vivido su isla, una isla diminuta y corajuda, durante los últimos dos años. Pese a su habitual parsimonia Acosta pareció indignarse en algunos momentos recordando la solidaridad y la empatía de sus paisanos mientras que en comunidades autónoma de la Península se declaraban «desbordados» por acoger a 200 niños. Acosta hizo un canto a la política práctica basada en el trabajo, en la negociación y en el acuerdo y, como es obvio, sin dejar de reconocer el esfuerzo de todos, felicitó al presidente del Gobierno.
Últimamente lo único que se le puede agradecer a Luis Campos es su voz parlamentaria. La mayoría de los diputados hablan ante el micrófono como si estuvieran visitando un tanatorio. Es realmente extraordinario que sus señorías hayan olvidado una regla elemental de la oratoria: hay que alzar la voz. Afortunadamente Campos lo sabe perfectamente. Pero el contenido resultó decepcionante. El diputado entendió que lo que había que hacer era cascarle al Partido Popular. Pero ciscarse en el PP para, por una extraña ósmosis, reprocharle cosas a Clavijo, es decir, a CC, o viceversa. Campos repitió por centésima vez la supuesta paradoja de que quien es acusado de querer romper España (en alusión a JxC o Esquerra Republicana) tenga mayor «sentido de Estado» que el PP. Y eso es puro infantilismo. Por supuesto que JxC y ERC quieren romper la unidad política y territorial de España. La independencia es su principal objetivo estratégico, su obvia razón de ser, y ya lo intentaron ambas fuerzas políticas con la insurrección de octubre de 2017, cuando se pretendió abrogar la Constitución y el Estatuto de Autonomía. ¿Campos no tiene, al menos, un triste aparato de televisión en su casa? El diputado grancanario incluso se permitió llamar la atención de Acosta para decirle «que ha habido responsables de que esta situación se haya prolongado». El herreño lo miró fijamente. El Gobierno de Canarias ha inyectado dinero y recursos para auxiliar a El Hierro en este brete. El Gobierno español ha racaneado hasta la exasperación una prometida transferencia de cien cochinos millones de euros para afrontar los costes de alojamiento, manutención y atención a los menores migrantes. Ni un gesto político, económico o asistencial con la isla desde Madrid. La impresión generalizada es que el señor Campos no ha pisado mucho El Hierro.
Lo peor estaba por llegar. Lo hizo en cuanto Sebastián Franquis abrió la boca. El viejo fontanero del PSOE más anquilosado (y portavoz parlamentario en sus ratos libres) había montado un discurso nada celebratorio y dirigido, sin muchas ambigüedades, contra el presidente del Gobierno. A ver si Clavijo pensaba que si hacía bien las cosas iba a irse de rositas. Para empezar Franquis le reprochó no haberle agradecido sus desvelos a Ángel Víctor Torres. Por supuesto, el presidente había mencionado en su intervención al ministro de Política Territorial. Ha sido una norma de conducta para Clavijo -solo hay que repasar sus declaraciones desde hace muchos meses - no arrogarse personalmente los avances de la negociación ni menos aún el éxito final. Siempre ha insistido en la imprescindible labor de todos los sectores y agentes concernidos, incluida la «actitud colaboradora y comprometida» - esta frase la puede encontrar Franquis en un YouTube, si sabe lo que es - de Ángel Víctor Torres. Franquis, simplemente, se mostraba mezquinamente ante todos inventándose una mezquindad. Después, por supuesto, estaba el Partido Popular. El PP, la encarnación de todo el mal sin mezcla de bien alguno, responsable de que hasta el 10 de abril no se reforme la ley de Extranjería. Clavijo, en su réplica, preguntó a Franquis qué había cambiado desde que el PP votó negativamente a esta modificación legislativa el pasado año. No ciertamente la actitud del PP, sino la de JxC, socio del PSOE y de Pedro Sánchez. El PP merece una dura penitencia por su pecado de insolidaridad, pero al PSOE, de nuevo, le falló su frágil mayoría. En su escaño Franquis sonreía como en medio de un ataque de gastritis.
El relato de este largo proceso es, en esencia, bastante sencillo. No se trata de que un Gobierno central haya removido obstáculos para que la reivindicación de un Gobierno autonómico y su presidente pueda ser materializada legalmente. Es un Gobierno autónomo, y singularmente su presidente, quien le ha removido obstáculos al Gobierno central -incluida la desconfianza de socios del PSOE como el PNV o JxC-para que pueda aprobar una reforma legislativa que inicialmente consideraba imposible, improbable o indeseable. Una verdad incómoda para el PSOE y sus mamelucos.
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