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El jardín que cambió la historia de Canarias: aquí germinaron los primeros mangos de las islas

Un enclave donde el trópico, la ciencia y la historia se abrazan bajo el sol atlántico

Jardín de Aclimatación de Tenerife

Jardín de Aclimatación de Tenerife / Hola Islas Canarias

Johanna Betancor Galindo

Johanna Betancor Galindo

Las Palmas de Gran Canaria

En el corazón del Puerto de la Cruz, donde las montañas y la humedad abraza las hojas, existe un lugar que parece suspendido en el tiempo. Allí, cada planta no solo respira, sino que susurra historias porque este no es un jardín cualquiera. Es el primero que tuvo España con vocación científica, nacido de una necesidad imperial y sostenido por la obstinación ilustrada.

El Jardín de Aclimatación de La Orotava nombre original del conocido Jardín Botánico del Puerto es, según el biólogo Guillermo Sicilia-Pasos, “una de las primeras infraestructuras científicas de la historia de Canarias”. Junto a la gestora patrimonial Elena Marrero, ambos desvelan que este espacio no solo alberga especies de medio mundo, sino también la memoria botánica del archipiélago.

Desde que Carlos III lo ordenó fundar en 1788, el jardín ha sido mucho más que una parada turística o un paseo entre sombras exóticas. Es un legado de la Ilustración y un homenaje a la terquedad vegetal.

Jardín de Aclimatación deTenerife

Jardín de Aclimatación deTenerife / Hola Islas Canarias

Un jardín nacido del error

A finales del siglo XVIII, la corona española tenía un plan ambicioso: aclimatar especies tropicales procedentes de América y Asia para introducirlas en la península. Pero Madrid o Aranjuez no ofrecían las condiciones necesarias. Así surgió la idea de crear un jardín intermedio, donde las plantas pudieran “acostumbrarse” al nuevo entorno. Hoy sabemos que la aclimatación no funciona así “una planta no cambia en meses, necesita miles de años de evolución”, aclara Guillermo Sicilia-Pasos, pero aquel intento fallido nos dejó una joya botánica.

El encargo recayó en Alonso de Nava y Grimón, figura clave de la Ilustración canaria. El noble lagunero no solo asumió la dirección del proyecto, sino que lo financió incluso cuando la Corona dejaba de aportar. El terreno fue una cesión gratuita y el agua llegó gracias a la Junta de Caballeros del Agua. “Este lugar es el bello resultado de un fracaso”, apuntan, “porque aunque nunca se usó para lo que fue creado, nos ha dejado un espacio inigualable”.

Jardín de aclimatación de Tenerife

Jardín de aclimatación de Tenerife / Hola Islas Canarias

Donde el mango echó raíz

Entre los senderos empedrados y los muros crecen maravillas como la palmera chilena, el árbol del pan, heliconias multicolores o un Ficus macrophylla la higuera de Lord Howe que, pese a su porte majestuoso, “solo” tiene 150 años. “Aquí germinaron las primeras semillas de mango de Canarias, traídas desde Filipinas, y también se desarrollaron muchos cultivares de aguacate”, relata Guillermo.

Este jardín no solo fue testigo de aclimataciones, sino también de visitantes ilustres. En 1799, el mismísimo Alexander von Humboldt, tras pisar suelo canario, quedó “fascinadísimo” con el lugar. Tras la muerte de Alonso de Nava, el jardín cayó en abandono hasta que, en 1860, el botánico suizo Hermann Wildpret lo rescató del olvido. Él fue quien describió científicamente la palmera canaria (Phoenix canariensis) y es antecesor del reconocido catedrático Wofredo Wildpret de la Torre.

Patrimonio vivo y científico

Hoy, el Jardín de Aclimatación forma parte del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA). Sirve como centro de investigación sobre la flora canaria, a la vez que abre sus puertas a visitantes que aman las plantas tanto como la historia. A lo largo de sus más de 20.000 metros cuadrados se pueden admirar colecciones de palmeras, bromelias, aráceas, moráceas y otras especies tropicales y subtropicales únicas.

“Estamos llamando mal a estos jardines”, recuerda Marrero, “porque su verdadero nombre La Orotava tiene que ver con el antiguo nombre del Puerto de la Cruz, que antes era Puerto de La Orotava”. Un detalle que recuerda cómo la historia se esconde incluso en los topónimos.

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