Ana Bravo de Laguna: "En el colectivo LGTBIQA+ los patrones patriarcales se siguen reproduciendo"
"El feminismo, la justicia y la autenticidad son también parte de mi forma de estar en el mundo", confiesa

Ana Bravo de Laguna. / José Carlos Guerra

Lleva 19 años ejerciendo como abogada en uno de los despachos más prestigiosos de España, donde asesora y litiga en asuntos civiles, mercantiles y concursales. Le apasionan especialmente los procedimientos donde entran en conflicto derechos fundamentales como el derecho al honor y la libertad de información y expresión. Ana Bravo de Laguna dice que cree en una forma de ejercer el derecho más empática, honesta y comprometida con la sociedad. “El feminismo, la justicia y la autenticidad son también parte de mi forma de estar en el mundo”, confiesa.
¿Cómo acaba en uno de los despachos de abogados de los mejor valorados y más importantes del mundo?
Por pura casualidad. Un día, en clase de Derecho Mercantil, el profesor dijo que había una presentación de un despacho de abogados que buscaba talento joven canario. Yo, curiosa, fui a escuchar la charla y me fascinó: me presenté a las pruebas de selección y me ficharon antes incluso de terminar la carrera... hasta hoy. Empecé con 23 años y tengo 41.
El sector legal se vincula a una imagen tradicional. Con su visión progresista de asuntos como el feminismo, activismo LGTBIQA+ o religión, ¿le costó adaptarse a la dinámica de trabajo del despacho?
Aunque el mundo jurídico aún arrastra una imagen rígida y tradicional, mi experiencia ha sido que, incluso en entornos más clásicos, hay espacio para aportar una mirada más progresista y humana. Al principio no fue fácil porque hay que aprender a leer los códigos, a adaptarse y a elegir los momentos adecuados para posicionarse, pero con el tiempo he comprobado que ser fiel a una misma, sin imponer pero sin esconder, genera respeto. Y a veces, incluso, admiración.
Adaptarme a la dinámica del despacho fue y sigue siendo un reto en algunos aspectos, pero nunca sentí que debía renunciar a mis principios. Al contrario. Creo que mi visión ha aportado valor al despacho y ha contribuido a romper algunas barreras y abrir conversaciones necesarias.
Sus experiencias vitales le han servido para construir —o reconstruir— una personalidad coherente con la mujer que es a día de hoy. ¿Cuáles considera los principales puntos de inflexión?
Sin duda, mi compromiso con el feminismo. Fue un antes y un después. A lo largo de mi vida y mi carrera he ido tomando conciencia de las desigualdades estructurales que afectan a las mujeres. Ese despertar me llevó a cuestionar muchas ideas que tenía muy interiorizadas y a desarrollar una mirada más crítica y consciente. Fue un proceso que me ha hecho ser más firme en mis valores, más segura para expresar mis ideas y más comprometida con la igualdad real.
El feminismo no solo ha moldeado quién soy como mujer, sino también cómo ejerzo mi profesión.
Uno de los aprendizajes más liberadores fue darme cuenta de que nos habían enseñado a competir entre nosotras. A vernos como rivales. Romper con eso fue un regalo. Me encanta trabajar con mujeres: hay una complicidad, una fuerza colectiva, una forma de cuidar y liderar que a menudo se subestima. Para mí, el feminismo es un aprendizaje constante y un motor que sigue inspirándome cada día a crecer y a luchar por un mundo más justo.
Insiste con frecuencia sobre el distanciamiento que dentro del colectivo LGTBIQA+ del cual forma parte percibe entre feminismo y la mayoritaria presencia de hombres en dichas organizaciones. ¿Considera machistas algunos de sus discursos y comportamientos?
Aunque el colectivo LGTBIQA+ ha luchado —y sigue luchando— por la igualdad, la diversidad y la justicia social, eso no lo convierte automáticamente en un espacio libre de machismo. Como en cualquier grupo social, los patrones patriarcales se siguen reproduciendo, a veces de forma muy evidente y otras de manera más sutil.
He vivido actitudes y discursos poco inclusivos hacia mujeres —especialmente lesbianas, personas trans y feministas—, y eso decepciona. Porque una esperaría encontrar allí seguridad, respeto y alianza.
Dentro del colectivo, la ridiculización de lo femenino es muy común: la burla de los gestos, la voz o la estética femenina, como si todo lo ‘femenino’ estuviera asociado a algo negativo o débil.
También se percibe una discriminación en los propios entornos de ocio LGTBI, donde las mujeres somos ignoradas o directamente excluidas. Solo tiene que darse una vuelta por el Yumbo.
Además, creo que hay una hipersexualización del cuerpo masculino que deja fuera otras realidades del deseo y de la identidad, sobre todo en el caso de mujeres lesbianas, bisexuales y trans.
En general, todavía existe una mirada muy centrada en lo masculino, que resta diversidad y profundidad al colectivo.
El feminismo me dio las herramientas para verlo, para ponerle nombre y para no normalizarlo. Pero también me da esperanza, porque nos ofrece puentes.
El colectivo tiene que caminar de la mano del feminismo. Porque el feminismo lo cuida, lo amplía y lo protege. Lo hace desde la inclusión, desde la escucha activa y desde una crítica profunda al patriarcado que nos atraviesa a todes.
¿Cree que las mujeres bisexuales o lesbianas lo han tenido más fácil que los varones o las personas trans en el reconocimiento de sus derechos?
No lo creo en absoluto. Creo que los hombres gays han tenido más visibilidad mediática y política, y eso ha contribuido a que algunos avances legales o sociales se asocien más a sus reivindicaciones.
Pero eso no significa que lo hayan tenido más difícil, sino que las mujeres han estado muchas veces en un segundo plano, cargando además con la doble discriminación: por ser mujeres y por no cumplir con la norma heterosexual.
De hecho, la mujer lesbiana se ha asociado a una mujer fría, calculadora, sin feminidad o instinto maternal. Recuerdo que Dolores Vázquez “encajaba” en el perfil de asesina solo y exclusivamente por su homosexualidad. En un Estado de Derecho, una mujer fue condenada y pasó 500 días en prisión por meros prejuicios. No recuerdo que esto haya pasado al revés.
Por otro lado, si hablamos de las personas trans —y especialmente de las mujeres trans racializadas o con menos recursos—, estamos hablando de un nivel de vulnerabilidad y violencia muy profundo. Históricamente han sido las más expuestas a la precariedad, al estigma, a la exclusión laboral, sanitaria o habitacional. Y siguen siendo las más asesinadas dentro del colectivo. Así que, en ese sentido, no, no lo han tenido más fácil en absoluto.
¿Qué echa en falta y qué le preocupa?
Pues una mirada más interseccional, más consciente de que dentro del propio colectivo LGTBIQA+ también existen jerarquías, privilegios y violencias.
Me preocupa que muchas veces se dé por hecho que todos compartimos el mismo nivel de visibilidad, seguridad o reconocimiento, cuando la realidad es muy distinta si eres mujer, trans, racializada o si vienes de entornos más precarizados.
¿Cómo le baila usted a la vida tras decidir que había llegado el momento de vivir siendo acorde con la Ana real que es actualmente?
Con mi propia coreografía. Tomar la decisión de vivir siendo fiel a la Ana real no fue algo repentino. Ha sido un proceso de deconstrucción, aprendizaje y autoconocimiento.
Y aunque es un proceso que no termina nunca, ya entendí que no tengo que bailar para gustarle a nadie más que a mí.
Así que ahora bailo con mis propias reglas: con pausas, con giros, a veces con pasos torpes, pero siempre con libertad. Porque si algo he aprendido es que vivir desde lo que una es y no desde lo que se espera de ti, es el acto más revolucionario y de amor que puedes tener contigo misma.
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