La vida carnavalera de Juana Manrique es un torrente de imaginación, color y, sobre todo, "mucha alegría y diversión", tal y como ella misma reconoce mientras revisa en el salón de su casa algunas de las decenas de fotografías que dan testimonio de ello. A esta arrecifeña de 89 años, hermana menor del artista César Manrique, aún le acompaña el espíritu del carnaval, aunque su participación en las fiestas ya no es como antes.

"No voy a negar que salí más bien a César, pero mi padre [Gumersindo Manrique], que era comercial, tenía muy buen gusto y era muy artista. Los obreros le decían cuando estaba haciendo la casa de La Caleta, que tuviera cuidado porque iba a poner mucho hierro o los ventanales eran muy grandes, pero tenía muchas ideas, a pesar de que no era arquitecto. La vivienda fue moderna para la época y aún hoy también lo parece", afirmó Juana para tratar de justificar el origen de su vena creativa.

Sus primeros carnavales los disfrutó de niña en el Casino de Arrecife vestida con un pijama que le regalaron sus padres. "No debería tener en ese entonces más de 10 u 11 años", rememoró. César diseñaba sus disfraces y Juana ideaba los de ella, su marido, el aparejador Alfredo Matallana, ya fallecido, y el grupo de amigas con las que salía.

A Juana no se le resistía ninguna fantasía. Helecho, lámpara de cristales, bailarina de ballet y de can can, gánster, sirena, pirata, tenista, vampiresa, chulapa, mitad hombre-mitad mujer, rumbera, ricachona, rockera y disco de vinilo son algunas de las caracterizaciones con las que acudía a los bailes del Casino y de El Almacén, donde se celebraban las verbenas.

Un mes antes de las carnestolendas se sentaba a coser con sus amigas para tener todo dispuesto y "disfrazarnos tres o cuatro días seguidos. Nos preparábamos en casa y nos divertíamos muchísimo". Hace dos décadas que no sale "en condiciones. Ya no tengo 15 años", ironiza. Juana también se encargaba de vestir a su esposo. "Al principio decía que no, pero yo le ponía el disfraz dobladito cerca de un sillón y cuando llegaba a casa, le decía, 'vístete que nos vamos".

En sus apariciones, Juana y sus acompañantes no dejaban nada a la improvisación. "Ensayábamos hasta cómo íbamos a entrar en el Casino y el posado para la foto. Mucha gente nos decía que iba al baile nada más para vernos. Éramos un grupo de 14 o 15 personas", indicó. "Casi siempre salía con mi marido, además de con mis amigas. Empezamos a reunirnos para el carnaval en los años setenta y así hasta los noventa, más o menos". No tiene ningún disfraz que le gustara más que otro. Sus originales y atrevidas creaciones le valieron varios premios.

Juana añora el carácter familiar de los bailes de carnaval de antes en las sociedades, pero admite que las fiestas evolucionan y cada una tiene su época. Anima a sus nietos a buscar vestimentas en su gran armario carnavalero, pero "me aparecen con un sombrero, un marabú... Les digo que se vistan en condiciones". Cuando suena la melodía, a Juana "aún se me van los pies".