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Héctor Vega, el murguero que siempre se entiende

Es uno de los intérpretes que ‘tradujo’ a la lengua de signos el repertorio de las murgas en las dos fases y final, con el entusiasmo de un componente más

Héctor Vega, a la derecha, junto al maestro de ceremonia Daniel Calero. LP/DLP

Iba para azafato de vuelos y prefirió quedarse en tierra como intérprete la lengua de signos. Dice que fue una vocación tardía, pero lo más relevante es su capacidad para aunar sus dos pasiones: su labor profesional y su admiración por las murgas.

Ya el lugar de procedencia de Héctor Vega lo denuncia: el Risco de San Nicolás, cuna de Los Sarandajos del Risco, a la que perteneció tanto su padre, Rafael Campos, como su tío, Julio Herrera, quien ostentó la presidencia de la murga y también estuvo al frente de la Federación Insular de Grupos del Carnaval de Gran Canaria (Figruc). Esta afición es compartida con su prima Tirma, una de las banderas de Los Sarandajos del Risco.

Casi a la par que comenzó en el colegio San Juan Bosco, que regentan las salesianas, Héctor rescata sus primeros recuerdos de Carnaval, con apenas cuatro años. «Precisamente el otro día encontré una fotografía en la que aparezco en casa de mi tía disfrazado y con un metro en la mano. Nunca salí como componente en Los Sarandajos del Risco, sino que iba al parque para animar a todas las murgas».

Héctor lo tiene claro: «Ser murguero lo llevo dentro, me divierte en especial ese ambiente y la picardía de las canciones». Esa es la clave precisamente de su éxito.

Nacido en 1993, culmina sus estudios en el colegio de las Salesianas, supera el bachillerato y se forma como azafato de vuelo, hasta que decidió cambiar los aviones por la tierra para ser intérprete de lengua de signos. «Es algo que me enamoró porque me permitía poder expresarme. Utilizar las manos para algo más que una función anatómica». Por ello, en 2014 dejó atrás su formación como azafato para dedicarse como intérprete de la lengua de signos. «Soy el único de mi familia y entre mis amigos que he desarrollado esta faceta sin necesidad de haber conocido antes a una persona sorda. Es una vocación tardía, pero que he cumplido», afirma con la misma ilusión que un niño vive la noche de los Reyes Magos.

Va más allá: «Un día que no signe es un día perdido», apostilla en referencia a la necesidad que siente de recurrir a diario a la interpretación de la lengua de signos, y es que ya de forma innata siente la necesidad de expresarse con las manos. «A veces se me olvidan las palabras y las digo con la lengua de signos, porque lo tengo interiorizado en la cabeza».

Héctor recuerda que la primera experiencia como intérprete, en 2017, cuando pudo ‘trasladó a las manos’ la picardía y la ironía de las murgas para comunicarlas a las personas sordas con el ímpetu de los murgueros sobre el escenario. «Desde que sonó la primera trompeta se me fueron las manos», reconoce, para hacer partícipe de la buena acogida de este proyecto al acuerdo de colaboración de la Sociedad de Promoción del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria con la Asociación de Sordos de la capital grancanaria.

Además del Carnaval, la colaboración se desarrolla también en el ámbito jurídico, sanitario, laboral y donde sea preciso, cuenta Héctor Vega, ‘el murguero bailón’ del concurso de murgas de Las Palmas de Gran Canaria que, aún bajando el sonido a la televisión, es capaz de hacerse escuchar y transmitir el contenido de las letras con tal éxito que se le entiende mucho más que algunas de las actuaciones que se sucedieron en el parque.

Héctor: «Un día que no signe es un día perdido (...). Cuando olvido alguna palabra acudo a las manos»

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Han sido cinco años dando esta cobertura por más que este año haya alcanzado tanta popularidad. ¿Cuál es la clave de su éxito? Cuenta que las murgas les facilitan a los intérpretes sus letras, material que utilizan para ver si hay palabras que no tienen un signo concreto y estudiar cómo traducirlas. «Siempre interpretamos lo que escuchamos, a tiempo real».

Eso sí, Héctor Vega y el grupo de intérpretes tienen el plus añadido que facilita a quienes los sigue de poder entender detalles que en el parque o incluso oyendo la actuación pueden pasar inadvertido o no se entienden. Ver en acción a Héctor Vega es un lujazo y garantía de éxito porque transmite el entusiasmo con el que vive la murga.

«Nuestro código ético no nos permite ponerme un tocado, sino que tenemos que ir vestidos totalmente de negro, si no... te garantizo que me hincaba el gorro de cada una de las murgas según se suceden las actuaciones», explica este casi treintañero, el menor de dos hermanos, que agradece las felicitaciones recibidas por la concejala de Carnaval, Inma Medina, y de su equipo por la labor desarrollada, así como de las murgas, como el caso de Nietos de Sarymánchez, a quienes interpretó en un colegio y también acabaron celebrando su enriquecedora aportación.

La vida sigue. Hace un alto para atender la llamada y sin que le deslumbre el brillo de la popularidad alcanzada en las redes sociales cierra el paréntesis de esta conversación para seguir con lo que le enamora: volver a signar, que en su caso, casi rima con Carnaval.

La necesidad de comunicar

Belén Reynes Álvarez integra también el equipo de intérpretes de todos los actos de la fiestas de Las Palmas de Gran Canaria; en su caso, es la primera vez que afronta estos servicios del Carnaval, si bien ella se formó cuando era un grado superior que con el paso de los años se ha transformado en universitario. «Eso fue hace doce años», precisa, para advertir: «No soy tan mayor, que el próximo lunes cumplo 34 años», se ríe.

Esta intérprete reconoce que sintió el gusanillo de aprender la lengua de signos cuando, de pequeña, conoció a un niño sordo «y no nos podíamos comunicar». Luego conoció la posibilidad que le brindaba el grado superior y lo aprovechó. Natural del barrio capitalino de Tafira Baja, hace partícipe a su madre –como en otras facetas de su vida– de darle el empujón como ser intérprete de lengua de signos. En realidad de mayor quería ser periodista, como casi ha conseguido, pues ella misma comunica a las personas sordas. Después de su experiencia en el mundo laboral con una compañía telefónica, a la que estuvo vinculada durante ocho años, ahora desarrolla su tarea como intérprete, «aunque nunca he dejado de prestar este servicio».

Belén: «Estudié lengua de signos ya que de pequeña no pude comunicarme con un niño sordo»

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«Antes de que yo lo estudiara, mi madre hizo un curso de lengua de signos y me dijo que era una gran experiencia; y me animé a realizar el grado». De eso han transcurrido ya doce años, por más que este sea su estreno en todos los actos de Carnaval. ¿Lo más complicado? «Cuando el sonido no va bien, es lo más complicado para trasladar a la lengua de signos, o cuando las murgas cantan a dos veces. O trasladar la ironía oyente» a la lengua que ‘canta’ con las manos.

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