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Un enigma prehistórico

A veces basta un golpe de martillo y cincel para cambiar la historia. O para sembrar de dudas un pasado que creíamos ya sabido. El paleontólogo Antonio Sánchez Marco conoce esta incertidumbre porque él mismo ha dado uno de esos martillazos antológicos en los abruptos riscos del Macizo de Famara, en Lanzarote. Ocurrió en las entrañas de este gigante de piedra, el cual ocultaba en su interior huevos pertenecientes a la familia de los ratites, muy similares a los avestruces actuales y que habrían vivido en la isla hace unos seis millones de años, aunque la datación definitiva todavía está pendiente del análisis de todas las muestras y datos recogidos desde 2010 en Valle Grande y Valle Chico.

Cada uno de los ocho huevos y medio localizados en el seno del macizo guarda a su vez un enigma pendiente de resolución. Lanzarote nunca ha estado unida al continente africano. Por lo tanto, ¿cómo llegaron hasta allí unas aves que no pueden volar? Por otro lado, el equipo dirigido por Sánchez Marco, miembro del Institut Català de Paleontología, recuerda que "no hay constancia en ninguna otra parte del mundo de que haya avestruces en islas surgidas de la corteza oceánica". El triángulo misterioso se completa con el campo de investigación que se abre sobre la antigüedad de los primeros asentamientos de fauna terrestre vertebrada en Canarias.

Antes de la ciencia llegó la imaginación, al menos en el caso de Lanzarote. Y lo hizo de la mano de la industria del cine, que pobló la geografía insular con fieros dinosaurios. Ocurrió con motivo del rodaje de Hace un millón de años (1966), dirigida por Don Chaffey y protagonizada por la exuberante Raquel Welch. Dio lugar a que se dijera que aparecía en la película ataviada con "el primer bikini de la humanidad".

El trabajo de Sánchez Marco, que desembocó en el mundo de la paleontología a través de la biología, nada tiene que ver con una producción de Serie B de la Hammer. Es un científico y también una suerte de detective del ayer, un Hamlet que busca el sentido de una existencia pasada y que en estos momentos toma entre sus manos el huevo de un avestruz prehistórico, lo mira de frente y le pregunta cuándo y cómo alcanzó las costas de Lanzarote. De momento hay más interrogantes que certezas.

"Cuando empecé a interesarme por estos yacimientos había diversas opiniones. Algunas incluso ponían en duda que fueran yacimientos paleontológicos reales y se decía que las cáscaras podían ser de huevos de avestruz traídos de África o de pardela", explica Sánchez Marco. Le gusta pensar que su trabajo sirve para que veamos nuestro entorno de otro modo: "La gente ya no ve una montaña. Ve una historia. Eso es conocimiento. Es lo esencial. Comprender nuestro sitio en la tierra". Los ratites de Lanzarote mantendrían una línea común (aunque no directa) con aves casi legendarias pero que existieron en la realidad, como el pájaro elefante de Madagascar. Este animal, de la familia de los ratites gigantes, podía superar los tres metros de altura y los 400 kilogramos. Se han encontrado huevos de un metro de diámetro y 34 centímetros de largo, ciento sesenta veces el tamaño de uno de gallina. Se extinguieron en el siglo XVII. En el caso de Lanzarote, el reto científico es no sólo explicar la presencia de estas aves terrestres y de otros animales en una isla oceánica y volcánica sino también comprender los procesos geológicos y climáticos que condicionaron su vida. Sánchez Marco insiste en que Lanzarote es la única isla oceánica y volcánica donde se ha confirmado la existencia de ratites.

"La parte más compleja es discernir cómo vinieron estas aves. Jamás han alcanzado islas oceánicas. Sabemos que nunca han llegado a la isla de Zanzíbar, que está bastante más cerca, ni a las Seychelles. Hay ratites en África, Madagascar, Sudamérica, Australia y Nueva Zelanda. ¿Por qué si Australia es una isla se encuentran allí? Resulta que Australia y Nueva Zelanda son islas continentales que surgen de la ruptura del continente de Gondwana, donde había unas aves terrestres primitivas que fueron evolucionando después, independientemente, en cada fragmento del antiguo continente", ilustra.

Y así, aves que jamás surcaron el aire vuelan en la imaginación y en los desvelos científicos.

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