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La ciudad de los chapulines

El canario director de comunicación de Unicef México nos invita a un té y un postre en el Bar Budapest

El lanzaroteño Dailo Alonso, jefe de Comunicación de Unicef en México, sentado en uno de sus rincones favoritos, el Bar Budapest.

Dailo Alonso comparte una característica con los saltamontes: va dando saltos por el mundo. Quizás sea una especie de empatía lo que le impide comer chapulines, nombre que dan en México DF a los saltamontes fritos que se despachan en los tianguis o mercados del centro histórico, en los barrios de Coyoacán o San Ángel. Después de haber visitado setenta y cinco países y de trabajar en la sede de la ONU en Nueva York o en la Televisión Central de China en Beijing, este lanzaroteño ha encontrado en México un lugar que se le ajusta como un guante. "Aquí hay un poco de todo lo que me gusta: buenas playas, una historia muy fascinante, excelente comida, riqueza etnográfica y rincones culturales de vanguardia", asegura.

Dailo nos abre la puerta de uno de esos secretos que se esconden en la vasta geografía arquitectónica y humana de la ciudad. "Se trata de un lugar un poco escondido porque está en la segunda planta de un edificio, en medio de una tienda, muy cerca de mi casa en la Colonia Polanco. Un pequeño bar regentado por una familia judía llamado Bar Budapest, con unas vistas espectaculares hacia el Parque Lincoln y una gran variedad de tés y postres de todo el mundo. Habitualmente está vacío, así que es un rincón fabuloso para leer o venir con el portátil para trabajar", explica.

"A cualquier hora del día sienta bien tomarse un taco callejero, y en cada esquina de este país hay puestos que suelen estar muy bien (cuanta más gente haya alrededor, mejor). Es recomendable combinarlo con limón y alguna salsa picante. Mi favorita es la salsa Valentina, que le echo hasta a las palomitas", confiesa.

"México", agrega, "me parece un país fascinante porque tiene una historia muy rica, una cultura inabarcable y una naturaleza muy diversa. Es un país gigante, de 120 millones de personas, por lo tanto lleno de matices etnográficos donde conviven 80 grupos indígenas que hablan 364 lenguas, con una gastronomía muy variada y lo mejor y lo peor de la condición humana: violencia, desigualdad, grandes fortunas y vidas miserables que conviven en mundos separados, lo que convierte el día a día en una experiencia inolvidable".

El chapulín conejero se despide. Seguro que en su cabeza ya hay algún viaje tomando forma. ¿El 76?

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