La Provincia - Diario de Las Palmas

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Rojo

Rojo

No me basta con que sea buena persona o un compañero, llámenme exigente, pero para mí un amigo tiene que ser alguien del que aprenda. Hace unos días perdí a uno. Podría decir que se fue al cielo pero era un ateo convencido. Para él, el cielo era estar rodeado de sus mejillones, de sus chirlas y de sus boquerones. El cielo era su vida de todos los días. Y me enseñó que las 4 de la madrugada era una hora idónea para empezar a trabajar. Que mientras yo dormía entre los brazos de Morfeo, otros brazos levantaban cajas de pescado fresco que llegaban a Mercamadrid desde ese mar lejano. Madrid, su Madrid, no era el de Sol, Cibeles y Almudena. Él hablaba del otro, el de los tiempos de la heroína en Vallecas, de las revueltas estudiantiles, del aperitivo después del Rastro y el de los paseos por calles perdidas que no han perdido su alma. Me enseñó su amor y que existen mil formas de demostrarlo. El amor a su "compañera", una mezcla exquisita entre respeto, admiración, los piropos más castizos y una rosa los domingos. El amor a sus hijos, a los que despertaba alguna madrugada para que lo acompañaran a buscar género e impregnarlos del olor de las escamas, de la sal, del esfuerzo y de la pasión por lo que uno hace. Me enseñó qué era ser "rojo" de los de palabra y obra, de los que corrieron delante de los "verdes" y levantaron el puño y la cabeza para plantarle cara a la España "negra". Me enseñó que se puede ganar al Trivial sin universidad, que se puede ser autónomo y feliz, que donar tu cuerpo a la Ciencia no es un mito, que siempre hay que despedirse y que la mejor paella es la que se comparte. Por todo, por tanto: Gracias, Joaquín.

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