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Fuerteventura encuentra su propia voz gastronómica

Uno de los platos de El Pellizco

Uno de los platos de El Pellizco / @food_kool

Carlos Bernal | Manuel García

Las Palmas de Gran Canaria

Costa Calma nunca había tenido un restaurante que levantara tanto ruido en el mapa gastronómico insular como El Pellizco. No es casualidad: tras los fogones se encuentra Rigoberto Almeida, un cocinero de raíces cubanas afincado en Canarias, formado en escuelas de prestigio como Le Cordon Bleu y el Basque Culinary Center, que ha decidido poner a Fuerteventura en el radar de la alta cocina. Con este proyecto Almeida ha conseguido que la isla se pronuncie con un timbre propio, sin complejos, frente a Tenerife o Gran Canaria.

El restaurante ocupa un espacio sobrio y luminoso en Costa Calma, con apenas unas mesas que miran hacia el Atlántico. Esa proximidad con el mar no es decorativa: marca el pulso de una cocina que bebe del territorio, de la pesca local, de la ganadería caprina y de los productos de la huerta majorera. El Pellizco no es un comedor de paso, es un destino en sí mismo. Aquí se viaja, no solo se come. El golpe de efecto ha sido la creación del primer menú degustación creativo de Fuerteventura, bautizado Encuentro entre dos mundos. La idea es clara: articular un recorrido sensorial que muestre la raíz canaria con acentos del Caribe. No hay concesiones fáciles ni platos de escaparate: cada pase responde a una idea precisa y a un relato que conecta ambos universos.

El arranque juega con la memoria popular: una pella de gofio frita convertida en bocado ligero, una papa negra con mojo negro y un guiño al chicharrón de pescado de la costa. Desde ahí la secuencia se despliega con inteligencia: escaldón con pulpo majorero, carabinero de Fuerteventura con cúrcuma de la isla, ajiaco reinterpretado con carne de cabra o un postre de chocolate y queso de cabra que pone punto final sin perder coherencia. Fuera del menú, la carta mantiene piezas que ya son firma de la casa: el tartar de atún con pella crujiente de gofio, los buñuelos de calamar en su tinta con alioli de higos, la ventresca de atún rojo flambeada con tuno indio o el bogavante con mojo verde y coco, perfecto ejemplo de esa fusión atlántico-caribeña que caracteriza al chef.

Al frente de la sala está Yahimara Ferrand, responsable también de la sumillería. Su papel resulta clave: acompaña cada pase con una serenidad que equilibra el ritmo del servicio, mientras sugiere un maridaje que nunca resta protagonismo al plato. La bodega reúne unas setenta etiquetas: vinos canarios con protagonismo especial para Fuerteventura, referencias peninsulares de corte clásico y algunas sorpresas internacionales. Nada desmesurado, todo pensado para sostener el discurso de la cocina. La experiencia se completa con un detalle que en la isla es poco frecuente: un comedor específico para el menú degustación, apenas 18 plazas, donde la intimidad convierte la cena en ritual.

Almeida insiste en una cocina comprometida. No lo repite como lema de moda, lo practica: energía solar para reducir consumo, maquinaria eficiente, eliminación total de plásticos, reciclaje riguroso y vajilla encargada a artesanos locales. La coherencia atraviesa todo el proyecto, desde la concepción del menú hasta la gestión del día a día.

En un territorio donde aún predominan los restaurantes de playa y las cartas previsibles, El Pellizco representa una apuesta valiente: demostrar que Fuerteventura puede jugar en la liga de la alta cocina sin perder identidad.

Quizá por eso, más allá de premios y distinciones -reconocimiento de la guía Qué Bueno como Chef Revelación de Canarias y mención de la Repsol como restaurante recomendado-, Almeida se ha convertido en la cara visible de una nueva etapa culinaria para la isla. Su trabajo no es anecdótico: abre camino a una generación que entiende la gastronomía como cultura, como motor de desarrollo y como espacio de encuentro. El Pellizco no pretende ser un restaurante “de hotel” ni de turistas al uso. Se dirige a un público que quiere comprender Fuerteventura a través del sabor y busca autenticidad con técnica. Esa es, quizá, la mayor victoria de Almeida: hacer que la cocina majorera deje de ser folclore para convertirse en lenguaje universal.

En Costa Calma, entre el rumor del mar y la luz que inunda el comedor, El Pellizco ofrece mucho más que platos bien ejecutados: ofrece sentido. La isla necesitaba una voz gastronómica propia y Rigoberto Almeida la ha encontrado, entre Cuba y Canarias, entre memoria y modernidad. Lo que aquí se sirve no es solo comida: es identidad cocinada a fuego lento.

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