Prince of Broadway (Sean Baker, 2008) es, sin lugar a dudas, una de las películas más amables y digeribles para el gran público de las que se han proyectado en la Sección Oficial de un certamen capitalino que ha ofrecido más flores que cardos en su apartado competitivo.

Estupendamente interpretada por Prince Adu en su papel de Lucky, un inmigrante ilegal ghanés que sobrevive en la gran Nueva York haciendo trapicheos con falsificaciones de ropa de marca, esta película tiene todos los números para alzarse con algún premio en la presente edición del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Y los tiene porque narra una de esas historias que puede ganar el corazón de los menos avezados en las singularidades del cine independiente y, también, de los más radicales del cine entendido como arte y no como mero y vulgar entretenimiento. Sus galardones en Los Ángeles Film Festival, donde se alzó con el Gran Premio del Jurado, en Locarno, festival en el que se hizo con una Mención Especial del Jurado y el Premio del Jurado del Torino Film Festival avalan que estamos ante una de esas películas que logra el consenso de casi todos.

Sus virtudes son muchas. Prince of Broadway es un drama que golpea, sin hacer daño ni provocar la perturbación del espectador, en las partes más sensibles -no las físicas- del público. Su historia es sencilla, pero cuenta con numerosos elementos que atraen desde el inicio del metraje. Desde la trastienda de un comercio propiedad de Levon, un inmigrante de origen armenio-libanés, en la que todo es posible, hasta la convivencia de Lucky con un bebé que le ha caído de cualquier sitio menos del cielo después de que su descerebrada madre se lo dejara por unas semanas porque su novio no lo quería tener en casa, forman una base argumental contada de forma inteligente, dinámica y sin dar demasiadas vueltas a una perdiz cocinada a fuego lento que no provoca acidez al finalizar la digestión.

Sean Baker, que ya había tratado las vicisitudes de los miles y miles de inmigrantes que conviven a duras penas en la cruel, despiadada y maravillosa Nueva York en Take Out (2004), su segundo largometraje, conmueve sin resultar ñoño ni convencional desde un punto de vista plástico. El de Nueva Jersey se erige con su tercera película en un perfecto contador de historias, ese del que podrías ver un filme en cualquier momento, incluso en los más duros y terribles de nuestra banal existencia, y lo hace con planos deliberadamente mal encuadrados, con diálogos realistas y sin ningún tipo de pretensión.

Prince of Broadway es un ejercicio fílmico cercano al primer Spike Lee (Haz lo que Debas, 1989) o al John Singleton de los inicios (Los Chicos del Barrio, 1991), aunque sin tanta moralina racial y con más humor. No es una de mis favoritas, pero posiblemente rascará algo en forma de galardón. Notable.