En 1937, para la película La Habanera, los nazis convirtieron Tenerife en la isla caribeña de Puerto Rico de la mano del director alemán Claus Detlef Sierck, quien, tras su huida a Estados Unidos escapando de la barbarie fascista, pasó a la historia como Douglas Sirk, el autor de títulos imprescindibles como Obsesión o Imitación a la vida, entre otros.

La Habanera fue una de las primeras producciones que la Alemania de Hitler rodó en Canarias "y se grabó íntegramente entre la ermita de San Telmo, de Santa Cruz de Tenerife; varias fincas de La Orotava y diversas localizaciones del Puerto de la Cruz, que por entonces era un lugar turístico de gran popularidad entre los alemanes", explica Fernando Gabriel Martín Rodríguez, catedrático de Historia del Cine de la Universidad de La Laguna.

El desembarco de los aparatosos equipos de grabación de la Universum Film Aktiengesellschaft (UFA), factoría de muchos de los filmes de propaganda nazi de aquella época, fue todo un acontecimiento en la Isla, "y no sólo porque se solicitaron muchísimos extras, que hicieron de indígenas", recuerda Martín Rodríguez. "El hecho de que la película estuviese protagonizada por la actriz Zarah Leander, famosísima en los años treinta a los niveles de Marlene Dietrich o Greta Garbo y protegida entonces por Joseph Goebbles, el ministro nazi de propaganda, generó un revuelo importantísimo" en una sociedad tan humilde y poco acostumbrada al mundo del cine y su parafernalia, pero que, sin embargo, conocía a la intérprete.

Melodrama tropical

La historia que dirigió Sirk, con un guión trufado de detalles fascistoides, con referencias, por ejemplo, al poderío blanco frente a los morenos isleños, narra el viaje de dos mujeres suecas, tía y sobrina, a una isla caribeña donde una de ellas se enamora perdidamente de un adinerado hombre del pueblo, don Pedro, abandonándolo absolutamente todo para vivir su amor tropical junto a él. La noticia, evidentemente, no sienta bien a su tía, que rompe relaciones con ella y regresa a Suecia.

Diez años más tarde, un médico amigo de la familia le comenta a la familia que va a viajar a Puerto Rico porque hay una plaga mortal en dicha isla y debe ir a vacunar a sus habitantes para que no mueran. Al más puro estilo Douglas Sirk, la tía de la protagonista decide que es el momento de regresar a aquel lugar para, primero, salvar de la muerte segura a ese pueblo subdesarrollado y, después, recuperar el amor de su sobrina, aunque a su llegada compruebe que ni el paraíso es tan idílico, ni su sobrina es la joven felizmente enamorada que ella dejó en Puerto Rico hace ya una década.

Desde ese minuto del metraje hasta el final de la cinta, llora hasta el apuntador, muy en la línea melodramática de Douglas Sirk.

La película es, según Martín Rodríguez, "pura propaganda nazi". "Los alemanes eran unos maestros en ese tipo de producciones; de hecho, ellos son los inventores", recuerda antes de explicar que "en La Habanera suceden cosas como que son los europeos quienes salvan a los pobrecitos isleños de morir víctimas de la plaga e incluso muestran al hijo que la protagonista tuvo con el isleño -y morenísimo- don Pedro, como un chico rubio y de piel clara, muy en la línea de los conceptos sobre raza aria".

Lista negra

La Oficina de Servicios Estratégicos estadounidense, precursora de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), incluyó La Habanera entre las películas de propaganda nazi que debía perseguir y prohibir. "Hay incluso informes oficiales, a los que he tenido acceso", cuenta Fernando Gabriel Martín, "donde se habla concretamente de los detalles propagandísticos de esta película de Sirk".

Entre las curiosidades que destaca Martín Rodríguez de La Habanera destaca el desatino con que se dibuja a los isleños caribeños, que en unas escenas lucen taparrabos, en otras visten una fantasía folclórica imposible de definir y, en las menos, son unos elegantes señores de inspiración mexicana -con bigote charro-, que viven en maravillosos latifundios localizados no en la Pampa, sino en La Orotava.