Vas hecho un Cantinflas!", te afeaban, cariñosamente, en la adolescencia, las hechiceras mayores de la tribu familiar. En esa hora punta de la interminable devolución de la visita, primero ametrallaban, a quemarropa y en pelotón, a tu sufrido compinche, desaviado, asimismo, con una de esas gruesas camisolas que gastaban los Bonanza en La Ponderosa: "¡¡¿¿Y tú de quién eres??!!" ("Sí mujer... de los de toda la vida, el casado con la prima del cuñado, que antes vivían en, pero ahora viven en...") Y, acto seguido, inconscientes de que ellas mismas sí que se acercaban a la esencia del personaje, con sus paliques rizomáticos y desbordantes, te reajustaban el camisón por dentro de los calzones. Era su modo de sublimar que ya no fuera cosa de sobarte y hacerte el "ajó-ajó" de apenas unos lustros atrás, cuando ahora empezabas a despeinar pelos en la pelvis y a lucir en el bigote irregulares pendejos semejantes, en efecto, a los del peladito mexicano. Y también lo hacían, seguramente, porque les estaba vetado afearles lo propio a sus maridos que, indefectiblemente situados en corrillo aparte, llevaban, como variante estilizada del ubicuo personaje, bajo el bigotito dictatorial y pitiminí, el cinto de los pantalones ajustado a la altura de los sobacos.

Cuánto trabajo pasarían hoy, las pobres, ya difuntas en su mayoría... Si supieran, que en la generación de sus bisnietos, son andróginas legiones, ellos y ellas, que avanzan renqueantes, mostrándote los slips, con el calzón por debajo de donde el propio Cantinflas llevaba las tobilleras... Creíamos, entonces, que tras la frontera del 2000, el mundo se parecería a una nave espacial, con gentes de oreja triangular y aviadas como mister Spock, y hete aquí un universo hiperencantinflado, con los calzones por debajo de las nalgas, en abanderada protesta, tal vez, por lo porculizante que se ha vuelto la precariedad laboral... ¿Quién no suscribiría hoy, in extremis, esta sabia pauta de don Cantinflas: "Si se necesita un sacrificio, ¿renuncio a mi parte y agarro la suya?"

De hecho, Mario Moreno Reyes, que en agosto habría cumplido cien años, dispuso que se leyera únicamente este epitafio, durante la larga ceremonia de su entierro, en abril de 1990: "Parece que se ha ido, pero no es cierto". Nació en una familia humilde del extrarradio del DF. Era el sexto entre doce hermanos, hijo de un cartero, quien llevaba muy mal que, siendo aún menor de edad, se infiltrara entre los cómicos de las carpas nocturnas de teatro popular. En una de ellas, surgió, a comienzos de los años 30, el célebre apodo, según el cronista mexicano Carlos Monsiváis. Al parecer, el peculiar discurso de Moreno, cuajado de absurdos, rodeos y repeticiones hasta la extenuación, no surgió, en un principio, de un modo deliberado, sino como un reflejo de los frecuentes lapsos que le provocaba un cierto miedo escénico. Aquel muchacho se subía al escenario y para rellenar las lagunas de su guión, soltaba lo primero que se le pasaba por la cabeza; es decir, que inflaba su discurso y parecía proferido por alguien que fuese inflado de alcohol... De ahí que el público le reprochara a gritos "¡Cuánto inflas!" y "¡En la cantina te inflas!"... "¡Cant-inflas!" Aquellas improvisaciones serían la génesis de sus vacuas e inconfundibles muletillas, como "¡Tranquilo, usted no se despreocupe!", "ahí está el detalle" o "como quien dice"; y de sus absurdos ingenios, enfatizados, además, con irreprochable construcción retórica: "Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos"; "Por un lado es mucho, pero, por otro es poco"; "Las razones fundamentales que todo conglomerado debe entender son tres: la primera, la segunda y la tercera... ¿Qué cosas, verdad?, Pues así es"; "No estoy para que ustedes me digan ni yo para decírselos"... Realizó más de cincuenta películas, que arrasaban en las taquillas del mundo hispano, y aunque, en 1956, tuvo un éxito rotundo con La vuelta al mundo en 80 días, su debut en Hollywood, la siguiente cinta, Pepe, fue un fracaso radical. Su humor no sólo era ilegible para el estadounidense medio, sino que, además, se convirtió en el terror de los traductores, incapaces de controlar el magma de aquel discurso proferido en un español anfetaminado. Y, además, estaban sus extrañísimos giros de solidaridad con los parias hispanos. Aun siendo el propio Moreno un conservador moderado, su Cantinflas encarnaba a gentes de oficios humildes, cuando no un pelado casi lumpen, con un potente discurso reivindicativo, precisamente, por lo que tenía de exasperante, capaz de desarmar por KO, el discurso de su explotador, aun sin convencerlo. "Si el trabajo fuera tan bueno, ya lo hubieran acaparado los ricos", razonaba. Con todo, Monsiváis explica la más sutil vigencia de Cantinflas, lo que le vuelve imperecedero: "Él habla para no decir, y los demás escuchan para no entender". ¿Les suena?