Todas las esperanzas depositadas en Craig Gillespie, gracias a la simpática Lars y una chica de verdad y a la serie de televisión United States of Tara -en la que Toni Collette interpreta a una ama de casa con un desorden disociativo de personalidad que decide dejar la medicación para descubrir la causa de su enfermedad-, se han convertido en funestas desesperanzas en Noche de miedo. Si ya su película anterior, Cuestión de pelotas, propiciaba una digestión flatulenta, con su último filme, remake de la película de 1985 dirigida por Tom Holland, se hunde en las procelosas aguas de la infatuada y rijosa parodia que se devora a sí misma.

Noche de miedo se propone como un cruce, mejor un mestizaje, entre la comedia y el terror, sustentado en el enfrentamiento entre el rudo vampiro encarnado por Colin Farrell -que cambia de género pero ni por asomo de gestos ni expresión, a sus últimas películas me remito-, y su entrometido vecino, interpretado por Anton Yelchin, que después de observar que en la casa de al lado pasan cosas extrañas llega a la conclusión de que su vecino es un vampiro que se sirve del vecindario para cazar a sus presas.

El miedo se presume, pero la risa se supone por su ausencia. Ni siquiera la risotada adocenada convoca. Los gags no permiten despegar los labios y las escenas de acción son de una discreción apabullante. Los diálogos y situaciones son de una sonrojante ramplonería. El producto, filmado en 3D -por decir algo, porque es de una puerilidad que aturde- lo resuelve el director con una apatía abrumadora, una atonía televisiva, carente de la menor convicción. Gillespie no ha estado por la labor, y sin complicarse la vida, ha elaborado un típico producto de consumo para adolescentes no ya intrascendente sino decididamente desechable.

Añadamos, para terminar, en auxilio de Colin Farrell -no soy de los que acostumbran a abominar de este actor, que ha demostrado su talento en más de una ocasión, aunque de vez en cuando cede a la lamentable tentación de hacer tonterías de este calibre-, que los vampiros proporcionan espectáculo pero dan muy poco juego dramático. Sólo el actor húngaro Bela Lugosi cumplió a la perfección el papel de monstruo sensual, romántico y seductor sin perder esa sombra de sufrimiento y malignidad que envuelve al mito del vampiro. Cuestión de sangre.