Lo vamos a pasar de puta madre esta noche", fue el saludo casi inicial de Fher Olvera en los primeros compases del concierto de Maná en Madrid ante las 15.000 personas que llenaban el Palacio de Deportes. Un saludo que conectó con un público entregado desde las primeras notas al que el líder del grupo, secundado por el batería, Álex González, encauzó hasta cerca del delirio en los momentos más apoteósicos del espectáculo. Maná celebró la noche de la Independencia de México conquistando la capital de la antigua metrópoli, 101 años después, con un concierto apabullante en el que combina con mucha habilidad los elementos escenográficos, técnicos y musicales para componer quizá el directo más espectacular de la música latina actual.

Durante dos horas y media Maná va desgranando más de una veintena de canciones e intercalando las que componen su nuevo álbum, Drama y luz, con algunos de sus clásicos más populares; las baladas pegadizas, con el rock más atronador; o las letras más intimistas, con las historias más dramatizadas. Pero siempre, eso, sí, sin abandonar la música melódica como quizá el mayor signo de identidad del grupo. Y para exponer ese fondo musical, el grupo ha montado una puesta en escena muy equilibrada, sobria pero muy expresiva y muy bien modulada en función de las canciones que va presentado. Un espectáculo que ya ha presentado en varias ciudades españolas siempre llenando todos los aforos, con el que está convenciendo a crítica y público en todas sus paradas, y con el que llegará a la capital grancanaria el próximo día 23, camino de su participación en Rock in Río el 1 de octubre.

Tras más de seis años en silencio discográfico y también largo tiempo fuera de la carretera, Maná ha preparado al detalle estos conciertos de presentación de su nuevo trabajo. Y si la escenografía -obra del español Luis Pastor- toca a veces el registro teatral, la música fluye por ella con contundencia y precisión con el objetivo siempre de tocar al corazón de la gente, el que el grupo aparenta entregar también en cada canción y el que el público le devuelve al final de cada título. Porque además de extremadamente melódica, incluso en su vertiente más roquera, la música de Maná es por encima de todo muy sentimental. Maná en todo corazón, a veces alcanzando la sobredosis. Con Lluvia al corazón precisamente iniciaron los mexicanos su concierto en Madrid, la canción más emblemática del nuevo disco y con la que los fans expresan ya un alto nivel de entrega.

Un inicio con el que, además de los primeros saludos de Fher Olvera al público madrileño, empieza a verse también el soporte escenográfico, con una gran cortina transparente a modo de telón sobre la que se proyectan imágenes; dos pantallas laterales que muestran las evoluciones de los músicos, y un fondo que emite decorados en formato LED.

Poderío escénico

A diferencia de las suaves y arregladas versiones de las grabaciones, Maná presenta en sus directos el perfil más potente de su sonido, con una sección rítmica contundente, con Álex González a la batería y Juan Calleros al bajo, y un Sergio Vallín que a veces hace aullar a su guitarra. Apoyan en desde la sombra (y es literal) un teclista, un percusionista y otro guitarrista.

Tras unas primeras canciones en la más pura clave pop-rock, el concierto cambia de registro para presentar su lado más teatral. En Espejo y Sor María, el grupo apunta primero a un rock sinfónico que deriva luego hacia un barroquismo gótico subrayado por la presencia de una mini- sección de cuerdas, con la aparición estelar ayer del famoso violinista Ara Malikian con uno de sus desaforados solos de violín. Después de la parte más doliente del concierto, en el que se incluye Vuela libre paloma que Fher dedica a su madre, fallecida mientras el grupo preparaba este disco, con Sol el escenario recobra luz y la música se torna más luminosa y sensual. El concierto llega quizá a su punto más álgido con Latinoamérica y Corazón Latino, el éxito que Maná grabó con Carlos Santana, de sabor afrocubano.

Más intrascendente musicalmente es el aparatoso y exhibicionista solo de batería de Álex, diez minutos de malabarismo con las baquetas en los que en realidad se limita a repartir fusas y semifusas por ocho o diez tambores y timbales con distinta intensidad pero con la misma falta de sutileza.

Tras un pequeño 'unplugged' en un escenario de bolsillo situado junto a la grada frontal del Palacio de los Deportes, que incluyó varios clásicos del corrido mexicano, el concierto entró en su recta final y en la apoteosis total, lo más roquero de toda la noche, con algunos clásicos del grupo: Cómo te deseo, Clavado en un bar y Labios Compartidos, sonaron con un Fher desatado que se había enfundado la camiseta de la selección española de fútbol ("son los mejores del mundo, cabrones", bramó al público).

Una declaración de confraternización hispano-mexicana con las banderas de ambos países entrelazadas ondeando en el escenario sirvió de despedida mientras sonaba a toda pastilla Muelle de San Blas.