E n una de sus célebres cartas a Louise Colet, el escritor francés Gustave Flaubert aseguraba: "No sé cómo, a veces, no se me caen del cuerpo los brazos, de cansancio, y cómo no se me hacen agua los sesos". Flaubert se quejaba del tormento que suponía para él escribir mientras atravesaba por una fuerte depresión. Algo parecido le sucedió al cineasta danés Lars von Trier, que se retiró temporalmente del cine en 2007 por una depresión personal. Trier declaró que se sentía como una "hoja en blanco" en términos creativos. De esa hoja en blanco surgió en 2009 su polémica película Anticristo y más recientemente Melancolía, que dice tanto de las características de su cine anterior como de su temperamento melancólico.

El cine de Trier, clasificable en géneros diversos, y más atento a reflejar las emociones y preocupaciones del director en cada momento que a sustentar desarrollos ideológicos o planteamientos estéticos, mantiene a lo largo de toda su filmografía, sin embargo, una clara actitud frente a la atmósfera social y cultural de los hechos que narra. Ambos intereses, el sociológico y el emocional, se dan cita en su nueva película. Melancolía narra la boda de Justine (maravillosa Kirsten Dunst) y Michael (Alexander Skarsgard) en casa de la hermana de la novia (Charlotte Gainsbourg) y de su marido (Kiefer Sutherland). Durante el banquete, un planeta llamado Melancolía se aproxima a la Tierra haciendo saltar todas las alarmas.

El director de Bailar en la oscuridad huye deliberadamente de las secuencias de boda convencional para recorrer los meandros de una historia de pasión contenida, desidia y vértigo hacia el abismo. Como también huye de la pura tragedia y de la conmiseración: pocas películas hay donde la filmación de lo más funesto suponga captar la belleza que anida en la desolación. Trier hace auténtica poesía de unos seres humanos cuyas vidas han dejado de tener sentido, ni siquiera se preguntan esas cosas tan habituales y necesarias: hacia dónde va uno, dónde están sus raíces, qué es lo que de verdad necesita en la vida.

Decía Susan Sontag que "la depresión es la melancolía sin sus encantos, sin su animación ni sus rachas". No sin motivo, la película de Trier tiene los encantos de la melancolía, su animación y sus rachas. Brillante en lo formal, Melancolía es una película extraordinariamente inspirada. Más allá de su concepción perfeccionista del plano o la secuencia y su sempiterna morosidad narrativa, Trier tiene el poder creador de ensamblar estilos y modos bien diferentes sin que la historia sufra de inverosimilitud o el espectador se aleje de ella. Melancolía es una película hipnótica, provocadora, sorprendente, que se lanza a explorar la desolación de nuestro tiempo. Nadie podrá poner en duda que se trata de una de las obras más tristes y desafiantes del cine actual.