El Premio Nacional de Literatura Dramatizada tiene este año aroma isleño. El buen café cultivado en Gran Canaria y la Residencia de Estudiantes de Madrid han creado un torrefactado irresistible: el galardón recayó ayer en el dramaturgo José Ramón Fernández por su obra La colmena científica o el café de Negrín. La pieza teatral, que ya ha pasado por el teatro Cuyás, rememora el ambiente del famoso Laboratorio de Fisiología (1916-1936) de Juan Negrín, con discípulos de tanta proyección como el futuro Premio Nobel Severo Ochoa.

José Ramón Fernández refleja en la obra una de las facetas más desconocidas del expresidente del gobierno de la II República, su etapa como catedrático, médico y científico. La historiografía ha dado más relevancia a su perfil político, mientras que el aspecto docente quedaba relegado. Negrín, tras estallar la I Guerra Mundial, regresa de Alemania con el objetivo de aceptar una invitación para trabajar como investigador en Estados Unidos. Ramón y Cajal lo convence para que se quede en Madrid y dirija uno de los laboratorios de la Residencia de Estudiantes, una de las piezas del proyecto de la Institución Libre de la Enseñanza.

El autor de Nina (Premio Lope de Vega 2003), Babilonia y La Tierra, entre otras obras, contextualiza La colmena científica o el café de Negrín en este periodo que arranca en 1916 y que decae con la incorporación del catedrático a las filas socialistas, compromiso que le lleva a abandonar cada vez más la ciencia. El texto premiado, estrenado en octubre del pasado año y dirigido por Ernesto Caballero, introduce al espectador en el ritual del café preparado por el ayudante de Negrín, el profesor Hernández Guerra, nacido en Tejeda. Alrededor del apreciado estimulante, tras ser pasado por el molinillo y calentado en la probeta, se congregaba la tertulia. La cita venía a ser una foto fija de la efervescencia cultural y científica que vivía España: allí se llegaron a reunir los jóvenes investigadores con científicos de la talla de madame Curie (de paso por Madrid), con pensadores como Unamuno, y en ocasiones con el poeta Lorca, para hablar de lo divino y lo humano. Había una retroalimentación entre las ideas científicas y humanísticas.

La colmena científica o el café de Negrín refleja la alegría y el optimismo de una sociedad que avanza. Su punto de partida, sin embargo, es el exilio de Negrín, que en 1946 se reencuentra con Severo Ochoa en Estados Unidos. El expresidente y el futuro Premio Nobel de Medicina se habían enemistado por el suspenso que cosechó el asturiano en un oposición a una cátedra en Santiago de Compostela. Negrín estaba en el tribunal y apostó por otro candidato con cuña. Así y todo, el estadista socialista facilita a Ochoa y a su esposa el salvoconducto para salir de un Madrid asediado por la guerra civil. Tras el fin de la II República, el maestro y el discípulo sellan su reconciliación y aprovechan para mandar una postal a otro compañero del Laboratorio, el investigador Del Corral, que había preferido quedarse en Madrid bajo la protección del franquismo. El gesto epistolar, ajeno a la contienda entre las dos Españas, se guarda en los archivos de la Fundación Juan Negrín.

La obra de José Ramón Fernández destaca, frente a su entorno más cercano, la necesidad de Negrín por encontrar un cruce entre el saber científico y el compromiso político. Parte de sus discípulos, pero sobre todo Severo Ochoa, no llegarían a entender del todo que Negrín relegase su brillantez científica en favor de la complejidad de la vida de partido. En cierta manera tenían razón, el catedrático fue absorbido por la fuerza motriz de los acontecimientos y también por la de las conspiraciones. La colmena científica o el café de Negrín penetra en la psicología negrinista.