Ocho actores canarios que se agrupan bajo el lema 2RC Teatro Compañía de Repertorio, han dado en Las Palmas un brillante recital de interpretación en la gestualidad, el movimiento, la vocalización del verso y, sobre todo, el ritmo. Asistimos a la última de las cuatro funciones del texto Abre el ojo de Francisco de Rojas Zorrilla, comediógrafo español de la primera mitad del siglo XVII, muy ágilmente versionado por Yolanda Pallin. Teatro casi lleno y éxito auténtico en el reconocimiento de un trabajo del director Rafael Rodríguez, también grancanario y vinculado a la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que junto a los actores, el escenógrafo José Luis Massó, la figurinista Lyuba Yanowski, la coreógrafa Lourdes Castejón y un nutrido equipo de músicos y técnicos ha creado un espectáculo de alta calidad. El talento canario, siempre fecundo en el lenguaje teatral, es capaz de producir acontecimientos del mejor nivel en cuanto dispone de los apoyos indispensables. Una realidad cuyo eventual frenazo habrá de pesar sobre la conciencia y la aptitud política de quienes miserabilicen los presupuestos de la cultura.

En un bello decorado, lineal y versátil, hábilmente iluminado por Rafael Morán mediante alternativas directas o de contraluz, despliega el director un gran ritual de actitud y movimiento, con variaciones imaginativas que van constituyendo una estructura casi coréutica. La música diseñada por Ángel Cabrera juega su papel ambientando la acción, apoyando los explícitos pasos de danza o como base de la "apoteosis final" cantada en coro. Esa ilustrada movilidad es fundamental para la fluidez del verso clásico, a su vez musicalizado y nunca pesante. Porque la adaptación del original observa tres niveles: la del tiempo histórico, trasplantado del Siglo de Oro a la belle époque; la del texto propiamente dicho, que hace desaparecer o mitiga los rigores clasicistas; y la identificación con un espacio y unas costumbres que son, justamente, los de Las Palmas de Gran Canaria. La propuesta actualizadora conlleva, por tanto, una intervención muy elaborada, que logra sus objetivos sin violencia estética pese a la incesante verbosidad de unos personajes que narran casi todo lo que dicen hacer.

Otra cosa es el grado de interés que motive en cada espectador esta voluntad de puesta al día frente a la opción del original en su pureza; o la receptividad de una urdimbre de intrigas amorosas y lances de sexo tratados con humor y desparpajo, que referencian la liberalidad costumbrista de la comedia del Siglo de Oro aunque sean difícilmente identificables -pese al intento- con la emancipación de hoy, excluyente de hipocresías y tapadillos sin duda desternillantes en nuestro Siglo de Oro. En definitiva, es la opción del clásico "adaptado" y actualizado, válida entre otras, pero acaso menos apasionante que las muchas creaciones contemporáneas que este gran colectivo podría producir con igual solvencia.

Todos los actores son excelentes. Las tres damas (Naira Gómez, Yanet Sierra y María de Vigo), los tres caballeros (Víctor Formoso, Maykol Hernández y Miguel Ángel Aristu) y los dos sirvientes-celestinas (Yanara Moreno y Mingo Ruano) exhiben auténtico virtuosismo en la expresión corporal y la palabra, encajados con precisión relojera en el mecanismo extenuante que les pide Rafael Rodríguez. Sea cual fuere la duración presencial de los respectivos roles, todos coprotagonizan un ensamblaje coral de gran aliento. Tal vez sea ésta la mejor manera de dar vida actual a la comedia clásica, pero el formidable equipo que la sirve nos mueve a añorar otras dramaturgias...