Las canciones de Rosana ya no le pertenecen. A la cantante y compositora lanzaroteña poco le importa que el público haya hecho suyas todas y cada una de las composiciones que ha venido cosiendo pacientemente desde su debut en 1996 con Lunas rotas, hasta llegar a su última criatura de estudio ¡Buenos días, mundo!, el sexto álbum que publica, compilaciones y directos aparte, que ha permitido que en dos noches consecutivas cuelgue el cartel de completo en los dos auditorios capitalinos.

Anoche en la capital grancanaria con la sala sinfónica del Alfredo Kraus al completo y con las entradas agotadas desde hace días, Rosana se reivindicó como lo que es, sin más arrope escénico que su voz y guitarra, un verbo que engatusa y convence a sus miles de seguidores, y tres músicos aportan el nervio rockero que la artista ha querido imprimir en el nuevo repertorio: David Pedragosa (guitarra), Javier Quillez (bajo) y Joaquín Migallón (batería).

La arista rockera que aflora en la mujer que se hizo grande en la escena nacional y latina con piezas como El Talismán, A fuego lento o Sin miedo (sin duda, la mejor letra que ha escrito hasta la fecha) no significa que haya abandonado el surco de melancolía con el que ha ambientado infinitos relatos de amores y desamores, sino que tal vez, fruto de esa madurez que ansía todo artista y de un optimismo vital nada habitual en estos días, ha encontrado el balance justo tras 15 años de carrera.

La cantante y su equipo llegaron a la capital grancanaria a mediodía de ayer tras un baño de masas en la capital tinerfeña que estiró su show hasta casi las dos horas y media. Las pruebas de sonido a media tarde, ya en la sala noble del Auditorio, dejaban todo preparado para un encuentro que el público que sigue los pasos a Rosana se había encargado de caldear a través de los perfiles de la artista en redes sociales como Facebook o Twitter. Un acontecimiento histórico a la mayor gloria de su legión de seguidores, que una larga hora antes del concierto aguardaban pacientemente a que el Auditorio abriera sus puertas.

Allí estaban, entre otros miles, Auxi Castellón, vecina de Guía que repartía banderas canarias entre el público para "darle colorido a la grada". Nerviosa como tantas y tantos, decía en voz alta: "Mi sueño es cantar con ella", un deseo que a mitad de concierto tendría la réplica de la propia Rosana, que la emplazaba al final del show, donde todos querían tenerla cerca.

En lo musical, el concierto arrancó minutos después de las 21.00 horas. Fue como un libro abierto en favor de ¡Buenos días, mundo!, con una nube de aplausos que recibió a la cantante mientras se colgaba la guitarra y sonaban los primeros acordes de Mi trozo de cielo y Solo veo lo que siento, su carta de presentación. "¡Qué alegría!", decía Rosana al público mientras le gritaban ¡guapa! y una oleada de bravos. "Guapa no, limpia", bromeaba la lanzaroteña para continuar Con el día tonto y Tu cruz por la cara, ya con el público en situación y en vísperas de romper la disciplina de asiento. Seguiría Yo no te dejo marchar (su pose reggae) para comenzar el juego dialéctico con el público cuanto atacó Aquel corazón, primer tema de los grandes éxitos.

"Empezaron cantando con el cuello, nos han perdido el respeto y la crisis no tiene nada que ver con la voz". Dicho y hecho. La dulce bronca de la artista hizo que el público abriera pulmones y a partir de entonces el patio de butacas fue un relajo. Soñaré, Como un guante, Para nada, Hoy, Te debo este sueño. Llegaremos a tiempo y Todo es empezar, encendieron aún más al público, al que le quedaba por delante una traca final de infarto con Al filo de la madrugada, Sentar la cabeza y un bucle por los tiempos pasados entre Contigo, El Talismán y a Fuego lento, y el bis, delirio colectivo, con Pa' ti no estoy y Mis querid@s desgraciad@s. El público, más que satisfecho.