Suena Mozart con una delicada digitación mientras un foco blanco casi imperceptible irradia desde las alturas de la boca escénica del Teatro Cuyás para iluminar la silueta de Rosa Torres-Pardo y sus manos sobre el teclado. Una suavidad casi imperceptible, preludio de 80 minutos en los que el espectador tendría que imaginar todas las escenografías posibles sobre una banda sonora que cobra vida a cada golpe de voz.

Es Música callada. La vida misma, el espectáculo con pauta y guión del poeta Luis García Montero y dirección de José Carlos Plaza, que anoche trajo a la capital grancanaria a Torres-Pardo junto a la cantante y actriz Ana Belén, con un repertorio de compositores enfrentados a otros tantos poetas y literatos. En el Cuyás hubo que dejar volar la imaginación, con un espectáculo que tenía las dósis justas de acto de declamación poética, de recital y acción teatral para no distorsionar un proyecto que se escora en estos tres vectores sin quedarse en exclusiva con ninguno de ellos.

La escena vacía sin mas atributos que dos músicos-actores. El silencio de los gestos, la negritud, un ambiente mínimo, despojado de atrezzo salvo un piano, un atril y tres sillas en las después habría de rotar Ana Belén en los múltiples roles que desarrolla en el espectáculo que trajo a Rlas dos artistas al Teatro Cuyás. No hacía falta más carpintería que la sutil iluminación para convertir en un espectáculo sonoro de envergaduda, sentido y evocador, esta serie de emparejamientos certeros que colocaban a un lado, el de Torres-Pardo, piezas del mentado Mozart, "la música misma", según declamaba Ana Belén, Chopin, Mompou, Guastavino, García Abril, Stravinsky, Fauré, Bartok, Beethoven, Gershwin, Prokofiev o Ives Montand, tratados por la pianista conforme a la dinámica teatral en la que desarrolla esta Música callada, en un maridaje perfectamente calculado con textos de San Juan de la Cruz, Rafael Alberti, Gil de Biedma, Luis Cernuda, Federico García Lorca, José Hierro.

Las "combinaciones de notas, armonías, silencios y también rumores, murmullos, susurros y ecos y sobre todo ideas, imágenes sugeridas, palabras, la palabra...", a los que alude José Carlos Plaza a modo de declaración de principios del por qué de Música callada, no tendrían sentido sin su concurso; esto es, haber dado coherencia a unos diálogos, un tú a tú entre Belén y Torres Pardo, entre la ahora actriz, ahora rapsoda y cantante, y la pianista, que se sale lo justo de su rol para insuflar más entusiasmo a cada nota, a cada palabra de terceros que Ana Belén interioriza y declama como de su propia cosecha.

No es nueva esta propuesta de sacar de su contexto obras sonoras y literarias aparentemente inconexas y establecer un diálogo fluído como éste. Tampoco la elección del repertorio, el musical y poético, se dejó a la mano del azar. Ahí está el gesto de Luis García Montero, a quien Rosa Torres-Pardo embarcó en esta aventura sonoro-dramática junto a Ana Belén. Una asociación de ideas que pone sobre la escena a un puñado de creadores donde el piano y la voz se dan la réplica continua. Un duelo al que el espectador asiste complaciente.