Desde hace varias décadas, pago dos abonos anuales a las temporadas de ópera de mi ciudad, Las Palmas de Gran Canaria. Cada uno de ellos daba derecho a cinco representaciones de diferentes títulos. Han pasado a ser cuatro por imperativo económico, pero la penosa mutilación de las ayudas que anuncia el viceconsejero de Cultura en el presupuesto 2012 amenaza con dejarlas en tres representadas y otra en versión de concierto. El precio del abono es el mismo y espero que la totalidad, o la gran mayoría de los abonados -cuyo número ya ha notado la crisis- contribuya lealmente a salvar el bache. Ante el inevitable bajón en ingresos de taquilla, la firmeza del abono será lo que siempre ha sido: la razón de ser de una expresión artística que roza el medio siglo sin haber fallado un solo año. En ese tiempo, los rectores sucesivos no solo han trabajado con absoluto desinterés por preservar la continuidad y mejorar las producciones, sino que llegaron a comprometer en muchos casos su propio patrimonio como mecenas o avalistas de créditos imprescindibles para seguir adelante cuando cesa el respaldo institucional o se demoran los libramientos. So pena de cancelación, en este género hay que abonar al contado y en tiempo real algunos de los principales capítulos de gasto.

Es cierto que las temporadas basan en la cooperación de las instituciones una parte sustancial de sus presupuestos, como ocurre en el mundo entero. No lo es menos la cadena de altibajos que las distintas orientaciones políticas, cuando no el capricho de los políticos, ha lastrado el desarrollo de las temporadas; que la apatía o la ineficacia de la gestión en Madrid, salvo insuficientes excepciones, consiente que la ópera en Canarias siga recibiendo la más baja contribución estatal de todas las españolas; que el poder autonómico aplica un trato igual a desiguales con la paridad de ayudas a dos convocatorias provinciales muy disímiles en tradición, arraigo social y volumen de abono; o que presuntas soluciones, como la de unificarlas con mentalidad de tabla rasa, se han venido abajo por objetivamente imposibles.

No cabe obviar que, comparando producciones de nivel análogo, el precio de la localidad es en Las Palmas el más bajo del mundo no socialista. Con la que está cayendo, parece inoportuno postular la subida que debió aplicarse tiempo atrás. De hecho, si el abonado ha de pagar por tres funciones lo mismo que por cinco, el incremento queda consumado y donde hay que subir es en taquilla. La ópera es el más costoso de todos los espectáculos artísticos y la semigratuidad subsidiada no tiene futuro. Distinto sería que las instituciones se echasen fuera sin agotar las salidas viables, vergonzosa claudicación que las retrataría de cuerpo entero. Cuatro mil ciudadanos asistimos en Las Palmas a cada título, y esta cifra sin parangón merece otro trato. La crisis no puede cebarse en la cultura sin empujarnos como personas al hoyo de la desmoralización general. Cabildo insular y Ayuntamiento capitalino lo han entendido. La consejera Inés Rojas tiene ahora la palabra.