Ayer hemos estado sintiendo un calor abrumador, terrible. ¿Y cómo puede ser esto estando el día predestinado a llover granizo y nieve? ¿No era martes santo?

Hace muchos años, desde niños oímos el mismo pronóstico; nuestros mayores repetían, cada año, la misma frase: "Cuando se estrenó la escultura del señor de la columna, granizó y nevó de un espantoso modo. Ningún año después volvió a dejar el cielo de soltar su chaparrón". Desde esa infancia hasta hoy, hemos presenciado unas veinticinco procesiones de martes santo. No hemos recordado lluvia alguna y en estos últimos años más bien calor sofocante. Pero el señor se llama de la nieve y el granizo. Y como es humilde y además está atado no protesta de la impropiedad de su nombre. La gente es harto aficionada a poner apodos injustos, sin basarse en ninguna cosa efectiva. Yo conocí a un hombre que fue llamado don Antonio el filipino porque vivió muchos años en Puerto Rico.

El señor de la columna sale pacífico y dulce, a pesar de su dolor, y no se entera de los pronósticos. Las damas insulares, sin embargo, desde que se acerca la semana santa, ya nos hablan de esa nieve y granizo posibles. Y ciertamente, el martes santo amanece nublado cada año. Pero es una coquetería que el día suele tener con las señoras pronosticadoras.

Hay, de verdad, una rara emoción este martes. La gente cree en el advenimiento de la nieve. Y nosotros, un poco supersticiosos y con el viejo sedimento temeroso de nuestra infancia, llegamos también a creer en la rara tormenta blanca.

Cada año es la misma esperanza; cada año la misma emoción. Hoy vemos pasar al bello Cristo bajo el cielo turbio de la ciudad, con un poco de melancolía. Cuando llevábamos las empañadas navetas o el deshilachado estandarte, sentíamos como un frío temblor sobre nuestras cabezas. Era el miedo a la nieve, al espantoso fracaso, en mitad de la calle.

Cristo desde su columna nos muestra su amarga mirada, pero hay, detrás del rictus de su boca, una sonrisa leve como una pluma, la sonrisa para las viejas defraudadas. Porque en todas las ventanas de las casas, todas las viejas que contemplaron el temporal de antaño, esperan cada momento que el temporal se repita.

Y el año próximo volverá el pronóstico y el temor, y Cristo saldrá de nuevo entre la neblina gris del día, sonriendo detrás de su dolor. ¿Cuándo volverá a nevar el martes santo a la hora de la procesión?

Morirán las viejas generaciones que vieron el funesto día, el tiempo irá pasando y la nieve continuará remota y silenciosa sobre los altos picachos de la tierra. Y nosotros seguiremos comentando las palabras cada año, con esta incrédula frivolidad que nos caracteriza.

¿Lloverá? ¿Nevará? Y sin embargo... Son las diez de la noche del martes, el cielo se ha encapotado; silba agudo el viento... ¿La tormenta?

Y ahora ¿para qué?

ESTE ARTÍCULO FORMÓ PARTE DE LA SERIE DE CRÓNICAS DENOMINADAS 'CRÓNICAS LEVES' POR ALONSO QUESADA.