Si alguien se tomó al pie de la letra sin morir en el intento lo del sexo, drogas y rock and roll fueron los Rolling Stones, que a excepción del malogrado Brian Jones siguen vivitos y coleando. De hecho, el que Keith Richards continúe en este mundo es un milagro que la ciencia nunca podrá explicar. Venerables sexagenarios, ha llegado el momento del abuelo cebolleta y dos de ellos se han atrevido a contar sus vidas, el propio Richards y Ron Wood, con narraciones trepidantes que dan cuenta de unas existencias tremendas, vividas todo el rato al filo de una afiladísima navaja.

La Vida de Keith Richards ha merecido ya unos cuantos premios. Escrita con la colaboración del periodista James Fox, el libro tiene un arranque memorable, que ya es un clásico: el protagonista, Wood, y un par de colegas van por la Norteamérica profunda en un coche cargado de drogas hasta los topes. Se meten en el baño de un bar de camioneros para ponerse unos tiros y, a la salida, se encuentran detenidos. Le echan cara al asunto, enmarronan a unos, persuaden a otros, y al final, salen ilesos de toda la aventura, en un rocambolesco happy end típico de las andanzas de Richards. Hay episodios descacharrantes, como cuando le llevan las cintas del Emotional Rescue a Juan Pablo II para que las bendiga (el disco fue un fracaso). Vida está escrito con nervio y con algunos resabios de nuevo periodismo que, supongo, habrá que atribuir a Fox.

Compañero de muchas de las travesuras que narra Richards es precisamente Wood, afectado como su compañero de una especie de horror vacui vital que le lleva a estar todo el día hasta el culo de todo e ideando una trastada tras otra. En sus Memorias de un Rolling Stone es mucho más evidente la cara B del desenfrenado estilo de vida que patentaron Sus Satánicas Majestades. Wood sufre su adicción al alcohol -fue durante décadas un borracho de tomo y lomo que, según él mismo reconoce, nunca salía a tocar sobrio. Consigue finalmente mantener a raya a sus demonios y desintoxicarse. Puede parecer un final de cuento de hadas, poco digno del luciferino prestigio de un Stone, pero es la realidad. Los que lo conocen atestiguan que está a día de hoy limpio y, por lo visto, bastante feliz.

La exitosa biografía de Richards despertó el interés por el que aparece como blanco de muchas de las acusaciones que vierte en el libro, nada menos que Mick Jagger, que sale muchas veces retratado como una superficial prima donna, más interesado en la vida social y la moda del momento que en el verdadero rock and roll.

Mick no se ha decidido aún a contar su parte de la historia, y no cabe duda de que, cuando lo haga el libro resultante no pasará desapercibido.

Mientras tanto, algunas claves aparecen desveladas en Jagger. Rebelde, rockero, granuja, trotamundos, un libro escrito por Marc Spitz que es también una necesaria defensa del talento de Jagger, que a día de hoy cotiza a la baja. Porque aunque parezca mentira, con este rebumbio de biografías se han invertido los papeles y Richards ha acabado apareciendo ante la opinión pública como el chico bueno, quedando Jagger como el malo.

Spitz repasa al Jagger artista, rescata las influencias musicales que llevaron a aquel joven londinense a probar fortuna interpretando la música de sus ídolos y se retrotrae hasta el nacimiento de los Stones. Aborda también el proceso de creación de sus canciones. Luego está, claro, su vida privada y su relumbrón como rock star, para completar el puzle del icono de rock por excelencia.