Con el espectáculo Formas, presentado el martes en el Cicca, quedó ratificado el error cultural (en motivaciones políticas no entro) de eliminar, apenas nacido, el Ballet de Gran Canaria. Las vocaciones y el talento dancístico forman parte de la creatividad innata de la juventud isleña y constituyen un valor objetivo que no alcanzará plenitud hasta que la complementariedad de las iniciativas pública y privada propicie un movimiento integrador de lo disperso. Quizás no sea éste el mejor momento para recuperar la frustrada iniciativa del Cabildo, pero de su evidente implicación cultural cabe esperar un paso al frente en el proyecto de Fundación concebido por el actual Centro Coreográfico de LPGC, dirigido por Carmen Robles y Anatol Yanowsky, que alude directamente a la cooperación privada en su plan de educación, creación y divulgación de la danza. Un proyecto que, por su ambición y posibilidades, debería ser residente del Teatro Pérez Galdós.

Producido por el Centro Coreográfico, el programa Formas entusiasmó al público, juvenil en su mayor parte, que abarrotaba el aforo. Nueve alumnos destacados, de entre 15 y 18 años, interpretaron en estreno cinco nuevas coreografías. Lo hicieron de manera excelente por el alto grado de preparación técnica y por la absoluta entrega a un arte para el que demuestran estar específicamente dotados. En primer lugar, Raíces, trazado por Yanowsky sobre interpretaciones de Mestisay y poemas de Pedro Lezcano, fue un recorrido elegante y sutil por el repertorio popular de Canarias, con alternativas colectivas e individuales en el encadenamiento de melodías y bailes de carácter contrastado, del tajaraste a los aires de Lima y las aceleradas seguidillas de conclusión. Formidable Michael Guinot en Tap, una actualización expresiva del mítico claqué cuya música y trama coréutica son de él mismo. Sobre la espiritualidad y el misticismo de Arvo Pärt y esquemas de A. Ochoa continuó el espectáculo en una estética de concentración y misterio articulada en difíciles reminiscencias de la danza clásica.

En la cuarta, gran lucimiento de Alberto Iglesias sobre un trabajo de Yuri Yanowsky; y la quinta, Volticity Control, con libro, arreglos y proyecciones del mismo autor, ratificó la gran clase del conjunto y sus individualidades, aclamados con creciente intensidad por la sala entera. Incansables y sin sombra de fatiga, los jóvenes intérpretes dieron la medida de su rigurosa formación académica y de la fantasía innovadora, refrescante, actual, que su admirable inspiración sabe desarrollar. En cada número, muy buenos videogramas, iluminación y vestuario.

Culminó el espectáculo con el extraordinario paso a dos de dos grandes profesionales: Yuri Yanowsky y Kathleen Breen Combes, estrellas del Boston Ballet, que ilustraron a la perfección la meta a la que aspiran los jóvenes estudiantes. Entre ellos, varios nombres que ya han trabajado con compañías del exterior o ganado premios internacionales, como Teresa Saavedra, Guinot, Sofía Robles o Iyamilé Ramos. Materia prima que es preciso cuidar y proyectar como un auténtico lujo cultural.