Parece ironía esta vaina del "menos es más", repetida hasta la náusea en una crisis que obliga a hacer de la necesidad virtud, cuando la cotización europea pierde enteros cada día. Pero el conjunto Europa Galante (10 arcos, cémbalo y laúd) y su líder Fabio Biondi, la hacen buena por encima de la coyuntura. Técnicamente, tienen lo mejor de la orquesta barroca y, además, son creativos por la comunicativa vitalidad, la energía en el batido de tiempos y ritmos, el punto idóneo de imaginación cromática en un fraseo que nunca edulcora ni se va al technicolor. Son rigurosos en el punto de acidez que corresponde a los arcos cortos, el no-vibrato y la evocación de la sonoridad del settecento, tan severa como limitada en desarrollo armónico, pero no dejan por ello de articular un discurso musculoso, sin abuso de la hipótesis "auténtica" que ahoga o depaupera el vuelo de la escritura.

Una obra maestra tan llena de novedad y fantasía como Las cuatro estaciones de Vivaldi es objeto de miles de ejecuciones más amables que la de Biondi y su gente, cortante, seca, a veces vertiginosa y batida en pautas implacables, sin una sola cesura. Sin embargo, funciona muy bien por el dinamismo intrínseco del estilo y la ausencia de concesiones expresivistas. La velocidad es a veces problemática para el director y solista, que no emite una afinación perfecta por la saturación de las figuras de virtuosismo, atacadas con un arco no corto sino demasiado corto al ser asido muy por encima del talón. Y, aún así, la seducción del juego mantiene tensa la escucha. Lo más sorprendente en esta obra-tópico fue el subrayado de los pasajes de tanteo armónico (conciertos Otoño e Invierno) en los que Vivaldi experimenta con la disonancia. Impresionante para su época. El descriptivismo vivaldiano había tenido presencia en la Suite burlesca del Quijote, de Telemann, admirablemente expuesta en su rigor formal, que preserva las armaduras de cada una de las danzas sin dejarse llevar de imitaciones realistas. Una pieza muy atractiva, en versión idónea por su variedad y sostenido interés.

Y en esquemas más académicos, completaban el programa una Sinfonía de Sanmartini y un Concerto grosso de Corelli, convencional la primera y muy llena de fantasía la segunda, con los arranques virtuosos que estimulaban por entonces los luthiers de Cremona.

Menos es más. El 29o minifestival lo hace evidente en su capítulo camerístico, muy bien elegido.