No es fácil poner punto y final a un proyecto como Cuasquías. El pub y sala de conciertos, situado en la Cuesta de San Pedro, es más que un mero espacio para el divertimento nocturno y la música en directo. Por méritos sobrados, en lo bueno y lo malo, es un referente de la vida social y cultural de la capital grancanaria de los últimlos treinta años, y que a partir del viernes 15 de marzo será historia. La crisis se lleva por delante al emblemático y excepcional local, acentuándo lo que en los últimos años venían siendo un lamento entre un círculo de allegados, amigos y clientes.

"Todavía no me he hecho a la idea, me gustaría seguir con esto pero la cosa de la noche está tan dura, que no sé. Verme otra vez con la soga al cuello como me he visto aquí, desde luego que no. Es muy duro, si quieres ser legal como yo he sido durante más de treinta años. Tengo la conciencia tranquila y si no he hecho mas es porque no he podido". Las palabras de Toñín Barrera, propietario de la marca desde los inicios en 1982, reflejan el agotamiento de un proyecto quebrado por razones económicas, imposibles de sortear a corto plazo.

Y como la historia la escriben siempre los vencedores, a Cuasquías le corresponde el privilegio de haber sido el punto de encuentro de la intelectualidad y la bohemia insular desde la primera mitad de los años 80, una de las décadas mas ricas en el hecho cultural en España de lo que Canarias no fue ajena. "La gente hizo suyo el Cuasquías", reza la leyenda que Toñín Barrera repetía esta semana en varias ocasiones, mientras con el gesto torcido de la renuncia buscaba un almacén para trasladar el mobiliario, equipos y fondo de bodega repartidos entre la sala y el cafetín anexo.

El anuncio del cierre no deja indiferente a quienes quemaron entre Venegas y San Pedro sus años de loca juventud, los años de experimentar con todo, en el sentido artístico del término. "Se merece otro fin muy distinto y creo que no ha tenido el justo reconocimiento a lo que fue, un sitio de referencia, un laboratorio de creación sin cortapisas". El que habla es Miguel Ramírez, director de Colorado Producciones y del Festival Canarias Jazz & Mas Heineken. Y lo hace desde su condición de músico que participó de las noches infinitas del Cuasquías de Venegas, y que en 1994 acompañó como socio durante cinco años a Toñín Barrera en el traslado a Triana. Una empresa a la que se sumaron Juan Miguel Zerpa y Antonio Aguiar. De vuelta a la calle Venegas, el Cuasquías primario era un grill donde se despachaba comida y bebida, con los recursos contados para lo que estaba por venir. Asegura Ramírez que "cumplió una función muy importante y ahora se crea un vacío importante que va a ser dificil de repetir".

Fue la casa de acogida de artistas y los que aspiraban a serlo. Con músicos en frente como el saxofonista Jorge Pardo se encendía una jam session de forma espontánea. Mandaba la improvisación entre los profesionales y los anónimos. Junto al también saxofonista Morgan, quien le acompañaría en proyectos musicales de futuro, asomó un día la cabeza por aquel local para quedarse por siempre. Allí estuvo con Escándalo Público, Sin Afrika, La Deliciciosa. "Recuerdo tocar con músicos de Irakere, por citar algunos, haciendo de cada noche una fiesta irrepetible", dice Ramírez.

El traslado a Vegueta fue otra historia. Con el nombre hecho y el público de su parte, el sentido común demandaba abrir otra vez el bar. Tras un año sabático, "fuimos a una subasta por el local que ocupaba el Pool, ya estábamos en ruta". La apertura fue un evento igual de histórico que el bar, aunque ahora Ramírez se lamenta de que Toñín Barrera decidiera esa noche no cobrar a nadie. "Podíamos haber hecho la caja del siglo", bromea el músico y productor. El camino, pese a tener una programación heterogénea de conciertos y actividades teatrales y literarias, tuvo temporadas de éxito tremendo y otras que mejor no mentarlas. De tener a pesos pesados del jazz como Arturo Sandoval o Joe Lovano, fruto de las jam que traía el Festival de Jazz, a tener que lidiar con el cambio de hábitos horarios y comenzar a tocar cuando la madrugada se pone fiera. "El espíritu de puertas abiertas pasó factura al tiempo que se decidió dar prioridad al cafetín", subraya Ramírez. Nada sería igual.

Pero algo había en Cuasquías cuando se plantó en Vegueta. El casco antiguo se revolucionó en unos años donde lo único que asomaba era El Herreño, en un Mendizabal radicalmente distinto al que hoy conocemos, la terraza del Hotel Madrid, el Adargoma y los bares del mercado.

A Alexis Ravelo, ahora reputado escritor y maestro del verbo, le tocó muy de cerca aquel estreno. Entró en la vida de Cuasquías un 13 de diciembre de 1994. "Fue un local que me mató el hambre del estómago, del intelecto y del espíritu. Aquello no era un simple trabajo, trabé amistad con Toñín, que hizo muchas veces de padre". Rememora Ravelo que en aquel entonces "yo trabajaba en la terraza Varadero, pasé por la inauguración y terminé detrás de la barra sirviendo copas. Estuve 14 años de camarero".

Metido de lleno en el que era "el típico local donde se juntaban clientes de distintas generaciones", jamás olvidará atender a figuras como Javier Krahe, Valentin Iturat, Compay Segundo, además de trenzar amistad con Manolo Padorno y Carlos Álvarez, que además de compartir pasiones literarias y plásticas eran el eje de Nocturna Free, cuya impronta en directo no dejaba indiferente a nadie, ni en Venegas ni en San Pedro. Si se le pregunta a Ravelo qué imagen reserva de aquel trajín, se queda con "algunos episodios impagables como servirle un botellín a Serrat". En un contexto totalmente distinto al de entonces, el cierre inminente es, según Ravelo, fruto del signo de los tiempos: "No se puede competir con la federación de locales que se encuentran al otro lado del Guiniguada".

A propósito de Nocturna Free, un proyecto que "empezó como una broma", según apunta el escritor y guionista Carlos Álvarez, donde "cada noche tocábamos un instrumento distinto", que ninguno de ellos sabía manejar. Como ejemplo, Álvarez menta a Morgan, que cambiaba el saxo por una guitarra a la que previamente rompía su afinación. "Fue algo colectivo y alternativo en unos años en los que aquel Cuasquías no tenía ni licencia para hacer conciertos, pero allí iban todos, los intelectuales, los políticos...". Cuasquías fue el trampolín para una legión de músicos canarios. Entre ellos, Ginés Cedrés, Charlie Moreno o Paco Marín. Cedrés guarda muy gratos recuerdos del local de Venegas, donde aquellos primarios Coquillos, con su hermano Miguel a su izquierda, se subieron a un escenario por primera vez. "Nos dejaron los instrumentos para tocar dos canciones y tras acabar aquello ya teníamos fecha para tocar: el 26, 27 y 28 de abril, y llenamos los tres días". Dice el guitarra que ahora milita en Salvapantallas, que "Los Coquillos tuvimos la suerte de que nos rodeamos de los músicos de jazz que frecuentaban Cuasquías".

La despedida le trae a Ginés "una sensación de orfandad, y creo que los locales ahora tienen otros problemas distintos a la crisis y lo que implica, que son los vecinos y el Ayuntamiento, que siempren le buscan la vuelta". Otro músico a quien Cuasquías le alumbró el camino es Charlie Moreno. "Nací como músico de jazz en Cuasquías, y allí conocí a mi mujer", explica el bajista afincado en Barcelona. "Tocar en la sala era una meta para muchos de nosotros, entre otras cosas porque era lo único que había entonces y en un concierto de Javier Massó Caramelo y el armonicista Antonio Serrano tuve la alternativa". A partir de entonces, "Toñín me dió la oportunidad de tocar durante cuatro meses, fue muy generoso, tengo una deuda con él", afirma Moreno.

En su cabeza quedan grabados hitos como la primera vez que el trompetista Jerry González pisó el escenario de Cuasquías. "Tuvo unos años de esplendor, y la sala se fue diluyendo por muchas razones, entre ellas que muchos de los que crecimos allí nos habíamos ido fuera".

La escuela

El guitarrista Paco Marín, miembro activo de decenas de proyectos musicales en la Isla, tiene claro que "no sólo perdemos un local sino a una persona que apostó siempre porque los músicos utilizaran la sala, fue una escuela maravillosa". Destaca Marín que "Ricardo Montelongo me llevaba al antiguo Cuasquías a que Luis Vecchio me maltratase y en medio de aquella performance continua aprendí muchísimo".

Paco Marín no quiere dejar pasar la ocasión para hablar de Toñín Barrera como una "persona de gran honestidad y capacidad de arriesgar, siempre apostó por ofrecer una sala equipada para beneficio de todos los que pasamos por aquellos escenarios".

En el paseo virtual de la fama de Cuasquías quedan los nombres de Jerry González, Jim Mullen, Miguel Ángel Chastang, Compay Segundo, Elíades Ochoa, Amparo Sandino, Kike Perdomo, Polo Ortí, Jorge Pardo, Andreas Prittwitz, Javier Krahe, Javier Bergia, Luis Pastor, Hilario Camacho, Pedro Guerra, Rosana Arbelo, Arístides Moreno, Los Coquillos, Australian Blonde, Sobrecarga, Fracaso Escolar, Sugar Hill Band, Prana, Benito Cabrera y Domingo Rodríguez el Colorao y José Antonio Ramos. Fue el malogrado timplista quien por necesidades técnicas ideó su primer timple electroacústico para salvar los problemas de amplificación y que el instrumento tuviera voz solista.