La mayor retrospectiva de la obra e ideario del artista lanzaroteño César Manrique (1919-1992) ocupa desde ayer el Espacio Cultural de CajaCanarias en Santa Cruz de Tenerife, en una producción de la institución en colaboración con la Fundación César Manrique. La muestra César Manrique. La conciencia del paisaje, que tiene una extensión en la sede cultural de la entidad en La Laguna, y que estará abierta al público hasta el próximo 10 de agosto, abunda en las inquietudes y emociones de Manrique desde su juventud en las playas de Famara, en un recorrido plástico, arquitectónico y social que llega hasta sus últimas acciones como activista medioambiental y amplificador de los atentados contra el territorio que soñó y convirtió en un legado a conservar.

Un montaje expositivo sin precedentes, con un conjunto de 83 obras entre pintura, escultura, bocetos, fotografías e instalaciones alrededor de la plástica de Manrique, fechadas entre 1940 y 1990 procedentes de la Fundación que lleva su nombre, instituciones y particulares, que llega meses después del 20º aniversario de su trágico fallecimiento, acaecido un 25 de septiembre de 1992.

Comisariada por Álvaro M. Arvelo Iglesias, director de Acción Cultural de CajaCanarias, y Joaquín Sabaté, profesor e investigador en la Universidad Politécnica de Cataluña, la exposición que a partir del 14 de septiembre se trasladará al centro de arte La Regenta en la capital grancanaria, va más allá de "mostrar, revisar y ordenar" la ingente producción del artista lanzaroteño, en palabras de Arvelo Iglesias, y profundiza en el "imaginario de un hombre que cambió la forma que hoy tenemos de entender nuestra relación con el paisaje y con la tierra".

Una muestra coral, que "apela a las sensaciones" de César en un tránsito en doce secciones que ofrecen una detallada radiografía de las inquietudes y del contexto social, cultural y urbanístico que alumbró cada paso y gesto del lanzaroteño. Es, según Arvelo Iglesias, el camino hacia "ese espacio soñado por el artista", que pretende reactivar su mensaje y perpetuar el legado entre los jóvenes.

La idea primaria de establecer un discurso expositivo alrededor del peso de Lanzarote y la relación con las gentes de la agricultura, la pesca y el paisaje, sustrato primario y latente en el devenir artístico de César, derivó finalmente en una antológica donde se reúne la mayor obra pictórica, que permite abordar todas sus aristas, tal como explicó ayer Joaquín Sabaté en la presentación de la exposición.

Doce son las secciones que vertebran La conciencia del paisaje, once de ellas en Santa Cruz y otra en La Laguna, donde se asienta la producción pictórica última de Manrique, ademas de dos esculturas, La guerra (1990), y uno de sus juguetes del viento, Energía de la pirámide (1991), que se levanta en la Plaza del Adelantado, en San Cristóbal de La Laguna. Es la primera vez que se expone fuera del espacio natural para la que fue concebida, la vivienda y estudio, y ahora Fundación César Manrique.

De Famara a Nueva York

El recorrido por la muestra arranca en Famara, donde según el comisario Joaquín Sabaté "Manrique se encontró con un mundo mágico de personajes, de piedras, un espectáculo que se recrea con una proyección de la playa y la voz en off de Manrique rememorando los años de la infancia". El embrujo de la cultura popular en el universo de César y el "afecto del artista hacia campesinos y pescadores, auténticos constructores del paisaje", a juicio de Sabaté, emerge con todo su fuerza plástica que se maximiza en un nivel superior cuando explota en Manrique el concepto matérico de la pintura, esto es la ligazón con la naturaleza lanzaroteña, el fuego y la lava.

A partir de aquí, llega el Manrique viajero, en una instalación en la que a partir de extractos de sus diarios, el público tiene licencia para alongarse al efervescente Nueva York en la segunda mitad de los años 60, desde la ventana de su apartamento en el nº 65 de la Segunda Avenida. Años en los que Manrique se codeaba con los cabecillas del expresionismo abstracto, y trababa amistad con John B. Myers, Andy Warhol o Mark Rothko. Se incluye una carta de Manrique a Pepe Dámaso, donde le confiesa al pintor de Agaete que "hay una imperiosa necesidad de volver a mi tierra". Un artista en ruta, de Nueva York a Madrid y de vuelta a Lanzarote, "lugares en los que asimila las manifestaciones artísticas para conformar su propio lenguaje", tal como subraya Sabaté.

Otro espacio para las sensaciones, la luz, el viento y el agua, "elementos fundamentales en su obra", que sentarían las bases de su proyecto territorial. A juicio de Sabaté, "es quizás uno de los aspectos menos estudiados de la obra de Manrique, es un caso único, alguien se anticipa a la llegada del turismo para intentar modelar cómo puede contribuir al desarrollo de la Isla". La relación con José Ramírez, presidente del Cabildo, fue determinante para transformar una isla con los centros de arte y cultura, que terminaría por convertir a César en un activista ambiental al ver que se sueño se derruía. Se incluyen bocetos del libro Lanzarote. Arquitectura inédita (1974). La última etapa de Manrique presenta a un artista para el que "la pintura se convierte en el refugio amable para recuperarse de la actividad que tiene como agitador de conciencias". Como reflexión final, el mono de trabajo que el artista dejó en su taller el día de su muerte. La señal de que otra isla y otra Canarias es posible.

Z Exposición. César Manrique. La conciencia del paisaje.

Z Lugar. Espacio Cultural de CajaCanarias, Santa Cruz de Tenerife.

Z Fecha. Hasta el 10 de agosto.