Un extraño concierto, pues la ovación al final de la interpretación de los fragmentos de Música Callada, de Federico Mompou, no guardan correspondencia con los comentarios, prácticamente unánimes, de los asistentes, ya que todos coincidían en que era una obra inadecuada...

Y otros adjetivos más que, por discreción, omito. Vaya por delante que la versión del pianista ruso Arcadi Volodos de la obra del compositor catalán fue extraordinaria dando todo ese especial estilo de la original composición, cuyo título sugiere ese carácter de música misteriosa que se compone casi sin darse cuenta y que termina la frase como pidiendo perdón por el atrevimiento. Otra cosa es la selección de los fragmentos escogidos de los veintiocho compuestos, pues eché en falta algunos más melódicos y con un cierto carácter popular, que hubieran aligerado algo esa atmósfera de nana tan abundante en la elección del pianista. Esta es una de esas obras que, sin una cierta preparación del oyente con notas oportunas, no deben programarse en una Temporada tradicional.

La preciosa Sonata nº 2 en do mayor, de Schubert , tuvo una interpretación un tanto grácil en su Allegro moderato inicial, pues a la entrada con ese primer tema tan enérgico y en cierto sentido orquestal, le faltó, a mi juicio, algo de brío, pero desde la exposición del muy contrastado segundo tema cambió totalmente el panorama dándonos una interpretación schubertiana con esos cambios agógicos tan frecuentes, repetición de notas, corcheas con puntillo seguidas de semicorcheas, y todo ese mundo tan del estilo del austriaco que, para Brahms, era el auténtico sucesor de Beethoven.

Una segunda parte con el quizás más romántico de los músicos, Robert Schumann, nos mostró a Arcadi Volodos con otro sonido, que es una de sus cualidades más sobresalientes y así todo ese encanto especial de las Escenas de niños nos llegaba nítido en esas variadas miniaturas musicales, unas dulces, poéticas, y otras más vivas, pero sin sobrepasar nunca esa delicadeza de la obra con ese Träumerei, la pieza más famosa de su autor, que se ha convertido en una especie de patrimonio de la humanidad, y que fue maravillosamente cantada por el pianista. En vivo contraste con esta pieza, toda la carga dramática de la Fantasía op. 17, con ese fuego interior totalmente romántico, contrastes dinámicos maravillosamente expuestos, unos fortes y fortissimi que nunca taparon la línea melódica, y un movimiento moderado, enérgico, donde, para mí, estuvo lo mejor de tan magnífica velada, cerrada con una atronadora ovación que ocasionó varios encores que alargaron demasiado un concierto ya, de por sí, extenso.