Francisca Luisa Mesa Suárez -Pacota o Paquita Mesa tal como la conocían sus amigos y allegados- fue una mujer de sensibilidad y carácter muy especiales para época y para las inquietudes que la motivaron. Mañana viernes, 19 de Abril, se cumplen cien años de su nacimiento en Las Palmas de Gran Canaria y algunos amigos y admiradores, liderados por la inquieta profesora y cantante María Isabel Torón Macario, han organizado un concierto y una mesa redonda para recordar su figura y su obra bajo la feliz excusa de la celebración de la fecha de su natalicio.

El concierto se celebrará en el Auditorio de Paraninfo de la Universidad de las Palmas el próximo lunes, 22 de Abril, a las 20. 30 horas y actuarán diversos cantantes e intérpretes, en solitario o acompañados por el Coro de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria dirigidos por Luis Santana, interpretando diversas piezas del repertorio de las producciones que emprendió Paquita Mesa La mesa redonda, en la que participarán la propia María Isabel Torón, Miguel Guerra -Presidente de la Fundación Pancho Guerra-, el abogado Nicolás Díaz Saavedra, el musicólogo Isidro Santana y quien esto escribe- se celebrará el próximo miércoles, 24 de Abril, en la Casa de Colón de Las Palmas, a las 20.30 horas.

Paquita nace en el seno de una prominente familia de la burguesía de su ciudad natal. Entre sus antecedentes familiares encontraremos patricios locales que ejercen diferentes cargos públicos en la política canaria al menos desde la época de la Restauración. Pero su sensibilidad artística proviene de su ascendencia materna; es un vínculo que se ve reforzado con la regencia, por parte de su abuela, de la antigua librería Hispania.

Paquita trabajará en ella y, a pesar de su juventud, hará amistad con la intelectualidad local no solo a tenor de sus vínculos familiares sino a través de su inicial actividad como librera. Pero en realidad lo que la decide a poner en marcha sus primeras inquietudes escénicas es la vuelta a Gran Canaria del pintor Néstor Martín Fernández de la Torre.

Es harto conocida la importancia que va a tener en la adormecida ciudad colonial que era Las Palmas de la preguerra la aparición del pintor y esteta. Una parte importante de sus inquietudes culturales en su ciudad de origen van a ser encauzadas, gracias a su fama internacional curtida durante sus estancias en París, Nueva York y Madrid, en su liderazgo dentro de la Sociedad de Amigos del arte Néstor de la Torre.

En este sentido llama la atención -salvando distancias históricas, generacionales y estéticas- las similitudes entre el pintor Néstor y Cesar Manrique, donde cada uno de ellos ejerce como motores de un intento de cambio de mentalidad entre las clases dirigentes a propósito de la utilización de las riquezas patrimoniales isleñas en la industria turística y en la mentalidad cultural de sus conciudadanos.

Sobre la creación y actividades de la Sociedad de Amigos del Arte Néstor de la Torre hay mucho y bueno escrito. Lo más reciente, un libro de autoria colectiva -Pancho Guerra y la escena canaria, editado por la Fundación que lleva el nombre del escritor tirajanero- en el que en algunos de sus capítulos el musicólogo Isidoro Santana y el historiador de arte Franck González dan cumplida cuenta del origen y la actividades de aquel colectivo cultural ciudadano impregnado en sus principios de un acento republicano y liberal propio de los años anteriores a la Guerra Civil.

Amigos del arte

Paquita, en el inicio de actividades de la Sociedad, fue una activista más en el conjunto de socios, donde se reunieron nombres de prestigio ya asentado como Luis Doreste Silva, junto a una joven generación que comenzaba a destacar en la vida intelectual local y que, a pesar del sesgo que produce la contienda española del 36, desarrollarían sus talentos en la década de los 40 y 50 de la pasada centuria. Es el caso del propio Pancho, de Juan Rodríguez Doreste, de Néstor Álamo o del compositor Víctor Doreste por citar algunos de los más conocidos.

Y es que, como es bien sabido, esos primeros años de actividades ponen un especial acento en el ambiente regeneracionista y regionalista que hunde sus raíces en el indigenismo impulsado por la Escuela Luján Pérez, en las obras de los hermanos Millares o en las zarzuelas de temática y autores canarios que tanto éxito habían tenido en las dos anteriores décadas. El mayor ejemplo lo encontramos en la Fiesta Pascual que propicia Néstor Martín, con sus recreaciones de trajes, bailes y escenografías de los ambientes populares isleños.

A medida que las actividades de la Sociedad comienzan a ampliarse a lecturas dramáticas y poéticas, conferencias, exposiciones e incluso proyecciones cinematográficas, Paca va adquiriendo un papel de liderazgo y de notable ambición de producción que va a más allá de los intereses locales, tanto en contenidos como a ambientaciones y medios e infraestructuras escénicas de lo que se presenta al público de Las Palmas de Gran Canaria se refiere.

Se revela como una actriz consumada, y de los recitales poéticos salta sin ningún temor a la Susana de La verbena de la Paloma. No pretendamos encontrarnos con una cantante extraordinaria, ni siquiera con una beldad de una belleza irresistible; pero la Mesa era, a tenor de quienes la trataron en aquella época, una mujer con una personalidad arrolladora, tanto fuera como dentro de la escena. Y ese carácter y esa voluntad decidida, unida a un atractivo racial muy de época y a una educación social exquisita que le permitía sortear todas las trampas que la mohína mentalidad de la época le pretendía imponer, fue la marca de la casa.

Hablamos de una actividad cultural que, con todas sus limitaciones, hoy nos parece ejemplar. Entonces la ayuda de las instituciones públicas a la cultura era prácticamente inexistente; ni siquiera la mentalidad de sus promotores pensaba en el presupuesto público para llevarla a cabo. La financiación de casi todas esas actividades -especialmente las de carácter escénico- iba, inevitablemente, sujetas a la venta de entradas.

La otra clave fundamental de esa actividad productora era el carácter voluntarista que se imponía a la falta de medios: hasta los armarios y guardarropías de las casa pudientes de las Palmas llegaba la decidida voluntad de Paca para pedir prestados muebles, trajes, sombreros o mantones para sus representaciones teatrales. Y algunas de las chicas casaderas de aquella sociedad burguesa serían convertidas en bailarinas, actrices o cómicas en los repartos de sus producciones después de vencer , no sin dificultades, las reticencias familiares propias de la mentalidad del momento.

Christensen y guerra

En la vida de Pacota dos nombres son fundamentales para entender el desarrollo de sus capacidades como actriz dramática, como cabeza de cartel de revistas de ambiente cosmopolita o como productora e introductora en las Islas de artilugios y elementos escenográficos hasta entonces nunca vistos en la escena insular.

Nos referimos por un lado al escritor y periodista Pancho Guerra, cómplice en la amistad y en la admiración por la escritura dramática teatral española más rabiosa de la época y en la realización de textos para sus obras de teatro (no hay que olvidar que Paca estrena el primer Casona en Canarias con La Sirena varada (1936); o que en plena Guerra Civil se atreve con el inédito Bodas de Sangre lorquiano burlando a la censura); y por otro a Thomas Christensen, un comerciante danés con sólidos conocimientos musicales que se convertiría en el marido de nuestra intérprete.

El pasaporte danés al que accede por su matrimonio la permitirá moverse con soltura por las principales capitales europeas de la preguerra. En algunos de esos viajes ambos asisten -especialmente en el West End de Londres, ya entonces convertido en capital de los musicales- , a varios estrenos de revistas cómico-líricas muy en boga en la época.

Y serán adaptaciones de algunas de ellas - por ejemplo, Soyons Gais (1935), Boo Hoo (1938) y Ti-pi-tín (1939)- las que produzca y represente en Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife con un éxito de público y crítica arrollador. Luces, vestuarios, escenografías, arreglos orquestales y presencia escénica son, a pesar del componente aficionado de muchos de sus participantes, muy alabados. En todo ello, aparte de los talentos de sus interpretaciones protagónicas, tienen mucho que ver Paca y su pundonor y talento organizativo.

Su ida a Madrid y Barcelona, terminada la Guerra Civil, va disminuyendo sus ansias de producir e interpretar, aunque al colofón de su carrera, con una adaptación del Soyons Gays en el Teatro Español en la que participa el barítono canario Francisco Kraus en uno de los papeles, no desmerecerá de la ambición escénica de la que siempre hizo gala: 30 cuadros, 400 trajes y un amplio plantel orquestal en más de un mes de representaciones.

Su casa en Barcelona fue parada generosa, durante años, de los isleños que se acercaban hasta la capital catalana. Se cumplen, pues, cien años del nacimiento de una talentosa mujer, precursora en el mundo insular en una época de estrecheces mentales y económicas, singular artista y ejemplo de decidida vocación. Una mujer entusiasta y desprendida que entendió la acción cultural como un elemento indispensable de progreso y participación social en la sociedad que la vio nacer.