La bandera, la monarquía, los toros, la lengua o el himno son símbolos de la nación, pero el "ser españoles" supone tener una identidad cultural en constante evolución, como sostienen los historiadores Javier Moreno Luzón y Xosé M. Núñez Seixas, que analizan la transformación de esos "imaginarios".

"La identidad nacional española, como todas las identidades nacionales, es una construcción cultural sometida a múltiples cambios y a la actuación de diversos actores, políticos y sociales", señalan en una entrevista con Efe para presentar su libro "Ser españoles. Imaginarios nacionalistas en el siglo XX", editado por RBA.

¿Qué significados hemos dado a las banderas rojigualda y republicana a lo largo de los años? ¿qué ha significado la monarquía como símbolo de la nación? ¿cómo esgrimimos la lengua como elemento diferenciador? ¿cómo ha cambiado el simbolismo de los toros?... son cuestiones analizadas por varios expertos pertenecientes tanto a universidades españolas como extranjeras.

Y es que para Moreno y Núñez, "los símbolos en sí no significan nada. Todo depende de la lectura que se les de en un momento determinado y del uso social que se haga de ellos".

A pesar de asegurar que la identidad española no es un caso excepcional, los autores reconocen "algunos rasgos especialmente marcados por la negociación y el conflicto permanente con otras nacionalidades en el territorio español".

Por ejemplo, la bandera española, símbolo donde los haya, ha normalizado su uso como tal en los territorios del Estado "en los que no existen problemas de identificación con la identidad nacional española. Otra cosa es donde hay identidades nacionales alternativas", indica Moreno Luzón.

Pero también España se diferencia de otros países en la identificación que se hizo de los símbolos nacionales con la dictadura franquista, que "abusó de ellos y los impuso de forma represiva durante muchos años", de tal forma que en la transición siguieron vinculados a posturas de extrema derecha.

Esta situación "empezó a cambiar a principios de los 80 al recuperarse el escudo monárquico, que permitió presentar a la bandera rojigualda como símbolo de la monarquía constitucional".

Tras cierto consenso de este símbolo a principios de los 90, "se empezó a romper en la segunda mitad de los años 90 bajo los gobiernos de Aznar, ante lo cual resurgió la utilización popular en manifestaciones de la bandera republicana, que había caído en desuso".

Otra cosa muy diferente es lo ocurrido con el himno nacional, un símbolo que, además de estar asociado a la corona y tener unas connotaciones religiosas importantes a lo largo de la historia, no tiene letra, ante lo que han surgido sustitutos como "Banderita" o "Que viva España".

El libro analiza también la monarquía y observa un cierto deterioro como símbolo debido por una parte a "los propios errores de la familia real", unido a una "cierta desmitificación" de la figura del rey, un mayor "escrutinio" por parte de la prensa y una cierta contestación de "los nacionalismos subestatales que son cada día más fuertes".

Moreno Luzón considera que "frente a un republicanismo todavía minoritario, a las dificultades de una hipotética reforma constitucional y a la urgencia de otros problemas, cabe imaginar una monarquía con futuro, siempre que permanezca al margen de los conflictos partidistas y consiga reinventarse como símbolo nacional".

Respecto a lo simbólico de las lenguas, Núñez Seixas cree que la diversidad "es vista como un factor enriquecedor e inherente de la realidad de la nación, pero no en clave de igualdad" de tal forma que el nacionalismo español no contempla a España como una nación con varios idiomas en pie de igualdad.

Pero también opina que los nacionalismos "subestatales" se han resistido a reconocer "que el castellano es la lengua materna y sentida como propia por buena parte de los ciudadanos que habitan en sus territorios".

Los toros son un claro ejemplo de la transformación de los símbolos: si al comienzo del siglo XX eran un símbolo del atraso español, en los años 20 y 30 tiene connotaciones muy positivas y, actualmente, ha crecido la oposición a su práctica, tanto desde los defensores de los animales como por parte de sectores nacionalistas.