Un entretenimiento para el público, además de un desahogo para sí mismo. Ése debió ser el propósito principal de Mike Oldfield cuando compuso desde Bahamas "Man on the rocks", su retorno al estudio después de seis años y a un tipo de "rock básico" incardinado entre Tom Petty, Rolling Stones, Toto y Meat Loaf.

"Lo más lógico hubiese sido hacer otro álbum del estilo de 'Tubular Bells' -el cuarto ya- para intentar colocarlo lo mejor posible, pero no soy así y el álbum nuevo está totalmente vivo", ha declarado a su discográfica este británico, reafirmado musicalmente tras su porción de homenaje en la apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

El vigésimo quinto álbum de estudio de su carrera constituye en efecto un contraste con el ambicioso, vanguardista y poco convencional "Tubular bells" (1973) con el que saltó al Olimpo de los músicos internacionales, pero también con su inmediato predecesor, su intento de aproximación más cercano a la música clásica "Music of the spheres" (2008).

"Man on the rocks" (Universal Music), que se publica esta semana, suena igualmente clásico, pero a rock clásico, sin las rebuscadas reformulaciones estructurales o instrumentales a las que Oldfield (Reading, Reino Unido, 1953) ha acostumbrado a sus seguidores a lo largo de su dilatada carrera, con la salvedad de ejercicios puntuales más pop.

Para encontrar algo similar en su repertorio hay que retrotraerse hasta la publicación de "Crises" (1983), el célebre álbum del "Moonlight shadow" y "Shadow on the wall", y de "Discovery" (1984), con aquellos cortes de rock eléctrico que despertaron el interés de amantes del heavy.

Ante la aparente ausencia de un concepto más arduo, según él mismo ha dicho, su último disco tiene un claro componente nostálgico que se percibe tanto en la composición como en las texturas.

"Quería que sonara como si estuviera grabado en los sesenta o a principios de los setenta, que diera sensación de estar grabado sobre cinta analógica", ha relatado el que fuera adalid de la innovación tecnológica y de su directa aplicación a la música.

Que no se haya mostrado tan osado como antes no significa que no haya hallazgos destacables. El más importante es el de una nueva voz para sus temas, la del versátil cantante de una semidesconocida banda británica, The Struts, llamado Luke Spiller.

Es difícil escuchar "Man on the rocks" y no preguntarse quién le presta su garganta. El amplio margen para el matiz, el innegable poso roquero y la potencia vocal de Spiller sobresalen y refuerzan el carácter retrospectivo de muchos de sus temas.

Grabado entre su casa de Bahamas, Los Angeles y Londres con la guitarra eléctrica como estandarte y la coproducción de Steve Lipson (responsable de "Flower in the dirt", de Paul McCartney), el uso de la tecnología ha permitido en este caso que Oldfield completara el disco sin moverse de su paradisíaco hogar, un estado de placidez que se respira en gran parte de las composiciones.

El álbum se abre a lo Tom Petty con el optimista "Sailing", la prueba más evidente de su origen insular. "Cuando estás en mar abierto, ¡te invade esa sensación maravillosa de libertad!", explica sobre un espíritu lúdico que se mantiene en "Minutes" y, transportado por toques irlandeses, en "Moonshine".

Por su parte, "Man on the rocks" titula el nuevo álbum y es además su primer sencillo, una reflexión de menos a más sobre diversas adicciones, del alcohol al fracaso.

La superación de viejos temores se repite en la onírica "Castaway", sobre su miedo al abandono cuando era niño. "Ahora estoy psicológicamente en paz, tras años de psicoterapia. Recuerdo cómo solía ser y los traumas infantiles están dentro de mí, aunque soy capaz de mirarles directamente y no pueden controlar mi vida", dice.

"Dreaming in the wind" preserva unos minutos más la atmósfera de irrealidad y sosiego, justo antes de desatar con "Nuclear" y "Chariots" una agonía emocional y guitarrera a lo Scorpions o Meat Loaf, para abordar el tema de la ira y la frustración.

Igualmente energético resulta "Irene", corte sobre el huracán de categoría tres que toma prestado su empaque de los cortes clásicos de Rolling Stones.

El cierre de un disco mayoritariamente positivo no podía ser tan desolador, así que las buenas vibraciones regresan con "Following the angels", inspirado por la apertura de Londres 2012, y con el místico "I give myself away", un abandono momentáneo a la espera de que, algún día, cuando menos se espere, Oldfield entregue "Tubular Bells IV".