La playa de las Canteras ha pasado el siglo XX transformando su fisonomía, desde aquella abrigada bahía y sus arenales del siglo XIX, al moderno paseo de una ciudad pujante que se asoma al mar para disfrute de nativos y visitantes en el XXI. Las casas de una sola planta o dos que allí se fueron construyendo, conformaron un tranquilo barrio de familias que se agrupaba por manzanas y tenían a adultos y niños ocupando el correspondiente espacio en la arena. A las casas se les sumó una avenida peatonal, que ejerció de imán para otro tipo de construcciones cuando la playa dejó de ser lugar de ocio de un barrio, para serlo de toda la ciudad y de turistas venidos de medio mundo. Las casas de familia fueron sustituidas, con el paso de los años, por edificios de apartamentos, hoteles y restaurantes.

Una de aquellas últimas casas de familia, que había quedado vacía ya en la década de los 90 y recientemente dejó de asomar su fachada con balcón canario al paseo de la playa, es la conocida como Casa de los Blanco, justo al lado del hotel Reina Isabel. Estos días se está convirtiendo en un moderno y funcional edificio de viviendas.

Pero aquella casa tuvo una intensa vida vinculada a la playa desde que fue construida a principios de la década de los 40 por el farmacéutico Manuel Blanco Hernández, que se vino a vivir a ella con su familia en 1942, también su hijo Enrique Blanco Torrent, que entonces tenía seis años.

"La playa estaba más limpia que ahora, pero porque había menos gente y además era mucho más corta", recuerda Enrique Blanco.

La construcción del barrio con sus casas y aquella avenida con su muro sobre la arena, dejó de permitir el movimiento natural de los sedimentos que hasta entonces venía funcionando en el ecosistema de la playa. La arena seca ya no se la llevaba el aire tierra adentro por los arenales. Ahora se amontonaba en la orilla. Junto a la roca conocida como El Peñón se podía navegar todavía en aquellos años de juventud de Enrique en un pequeño bote por la parte de la orilla, frente al muro.

Por cierto, que hubo una época en la que pusieron unos trampolines en algunas de estas rocas de la playa, uno en la Peña del Pico. No duraron mucho y hubo algún que otro accidente. "Yo sé de alguien que fue a subir y aquello estaba tan oxidado que se cayó para atrás agarrado al hierro y se dio un leñazo* en la espalda impresionante", relata.

Los fines de semana no podía faltar la cita con alguna película del Oeste en alguno de los dos cines de la época: el Hermanos Millares, al borde mismo de la playa, comiendo pulpo asado y rodajas de coco, y el Pabellón, en la calle Ripoche. con un cartucho de chochos.

"Una de las cosas que hacíamos los chiquillos era salir corriendo cuando el tren salía del Mercado del Puerto. El pitido se oía en todos lados, así que salíamos corriendo de la playa por la calle Padre Cueto. Llegábamos antes que La Pepa y poníamos una perra para que la pisara y la aplastara".

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