Entre los múltiples rostros de Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935), su amor por el país vecino fue un gran desconocido que permaneció en penumbra. Quizás porque su relación con España fue, sobre todo, literaria y epistolar, ya que su renuencia a los viajes le privó de pisarla nunca, salvo una excepción. Durante unas horas, en un mes cualquiera de 1902, el poeta y ensayista portugués recaló en el Puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, en una escala técnica entre Lisboa y el pueblo sudafricano en que residió durante su infancia. Sin embargo, una vez reinstalado en la ciudad de los tranvías en 1905, no volvería a cruzar sus fronteras, aunque a pocos escapa que Pessoa, a través de sus versos y palabras, vivió muchas vidas. En la maraña de identidades con que se revistió el portugués, que escribió bajo los heterónimos de Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis, todas sus miradas se dirigieron hacia España a lo largo de su vida, tanto en materia literaria como política.

El nombre de Pessoa afloró por primera vez en el país vecino en las páginas del extinto diario onubense La Provincia en 1923, donde el poeta ultraísta Rogelio Buendía tradujo sus poemas ingleses al español. Como fruto de su infancia en Sudáfrica, Pessoa pensó siempre en lengua inglesa y tradujo textos por el día y escribió versos por las noches desdoblándose en otros nombres desde el inglés. Pero a pesar de su formación bilingüe y su postrera reclusión en Lisboa, Pessoa se declaraba apátrida, incluso de sí mismo. "A la patria, amor, prefiero rosas", rezaba. Aquellos primeros versos en español que tradujo Buendía, al que tanto admiró Pessoa por "embriagar un momento lo que sueña en mí", llegaron a sus manos a través del también poeta ultraísta Adriano del Valle, con quien Pessoa trabó amistad en Lisboa, cuando el primero la visitaba por su luna de miel.

Huella

Este es el comienzo de un arsenal de anécdotas e historias que recoge la muestra Pessoa en España, que exhibe la Biblioteca Nacional española hasta el 24 de agosto, donde se refleja la impronta de España en la obra del autor a través de cartas, libros, manuscritos, fotografías y pinturas. "Existe una versión tradicional muy extendida de que Pessoa vivió de espaldas a España", señala Antonio Sáez Delgado, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Évora (Portugal) y comisario de la muestra, "esta exposición intenta demostrar que hubo muchos momentos de contactos y experiencias que salpicaron toda su vida y que subrayan que tuvo un vínculo importante con España".

Además de su relación con poetas ultraístas, entre los que también mantuvo contacto con Isaac del Vando - Villar e Iván Nogales, además de un encuentro con el prolífico escritor Ramón Gómez de la Serna en un café lisboeta, Pessoa cultivó un discurso político en torno al "mito y problema de Iberia", que reunió bajo el título Iberia. Introducción a un imperialismo futuro. "Una frontera, si separa, también une, y si dos naciones vecinas son dos por ser dos, pueden moralmente ser casi una por ser vecinas", plasmó Pessoa. Aunque describió España como "enemigo eterno de Portugal", articuló una teoría donde defendía que "el conjunto de pueblos de Iberia debía construir un imperialismo futuro, basado en el ámbito de la cultura en lugar de en la política", según explica Sáez. También fue conocedor de los problemas territoriales que bullían en España y escribió numerosos artículos sobre la función que cumplían Cataluña, el País Vasco, Galicia o Portugal en el mapa ibérico. Además, Pessoa, apasionado de la astrología y el esoterismo, trazó la Carta atrológica de la Segunda República Española, un vaticinio en inglés sobre el futuro del país.

El gran desencuentro que vivió su relación con otros españoles fue con el escritor y filósofo Miguel de Unamuno, al que escribió una carta en 1915, junto con un ejemplar de su revista Orfeo, publicación imprescindible en la historia de la literatura portuguesa. "Esperaba que entendiese su literatura, discutió muchas ideas políticas suyas, pero Unamuno nunca dio muestras de interés", cuenta Sáez. El existencialista reaparecería como una sombra intermitente en la vida de Pessoa, y sus libros formaron parte de su biblioteca hasta su muerte.

A pesar de esta relación en la sombra, no fue hasta mucho después de su muerte, en torno a los años 60 del siglo pasado, cuando los versos de Pessoa calaron por fin en la sociedad española, a través de las traducciones del Nobel mexicano Octavio Paz. En ambas patrias se alzó como un poeta imprescindible del siglo XX, aunque jugara con las fronteras como lo hizo con los idiomas, los versos y su nombre: "Soy un occidental extremo, para quien el Oriente comienza en España. Soy también lo contrario de esto: un occidental extremo para quien, súbdito del mar y del cielo, no hay frontera ninguna".