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La esencia de las cosas

José Lirio crea un mundo de resonancias, interior y delicado y conecta con los mitos del arte

"El afecto es ese cariño que se siente hacia lo familiar, un amor sosegado que surge de lo próximo o lo cotidiano. José Lirio parece adoptar este sentimiento respecto a ciertos personajes y motivos que recrea en sus obras, por remotos que se presenten.

Sin embargo, es la suya una querencia desnaturalizada: ese apego genuinamente pop que manifiesta hacia objetos tan lejanos surge de un trato mediatizado que, aunque constante, no deja de ser unidireccional e indirecto. Gracias a la distancia que implica acercarse a las cosas mediante fotografías, o a través del cine, la publicidad y la televisión, consigue evocar el objeto para mostrarlo no como es, sino como lo desea".

C. Fernández Quintana,

José Lirio: Caras, retratos y similares

Desde hace años, Jose Lirio (*) crea en su pintura un mundo lleno de resonancias, interior y delicado y al mismo tiempo, conectado de manera voluntaria con los mitos del arte contemporáneo que, sin duda, han ido marcando sus preferencias. Es una pintura en la que indaga en la esencia de las cosas, de los rostros, de los paisajes.

En esta exposición para el Centro de Artes Plásticas del Cabildo Insular de Gran Canaria, una delicada armonía impera entre las obras expuestas. Sin embargo, logra crear una diferencia sutil entre las series que configuran su obra más reciente. En este sentido, y ante la trayectoria que ha seguido la pintura de Jose Lirio, es conveniente detenerse y reflexionar ante lo que ha sido su recorrido. Artista de carácter constante y silencioso, su obra se enmarca en una visión depurada y tardía de la pintura Pop. Sin embargo, la obra de Jose Lirio está llena de sorpresas, de acordes que dotan su pintura de una capacidad insólita para la mirada.

En los años que han transcurrido desde que conocí a Jose Lirio, la primera impresión, o la impresión general que proporciona su pintura, es la de un artista lleno de color y de líneas simples y depuradas, con un voluntario acercamiento a la obra de Andy Warhol, al que homenajea de manera permanente y sincera en muchos de sus cuadros.

Pero es también un artista que se preocupa por la Historia del arte y por la vida que le rodea. De su acercamiento lleno de humor y de color a las obras de arte más emblemáticas de la historia queda su peculiar versión del Principe Baltasar Carlos a Caballo, que permanece expuesto en el Rectorado de la ULPGC. Pero también surgen, de manera a veces tangencial, miradas a las obras de han marcado su trayectoria, como el bodegón de frutas que pinta en homenaje al Dejeuner sur l'herbe de Manet.

Los años transcurridos han servido para asentar la obra de un artista que mira el mundo desde un cierto desprendimiento y desde un humor bondadoso, con una dosificada ironía.

En el caso de sus cuadros más desenfadados, aparecen iconos que Jose Lirio retoma desde sus vivencias y desde la historia del arte. Pero también desde una mirada crítica a una iconografía llena de resonancias estereotipadas y muchas veces agotadas en sí mismas.

Quizá sea este el caso de dos cuadros que inician la exposición: Personajes de corrida, en el que una escena de plaza de toros aparece simplificada y brillante, con una ausencia total del drama que se esconde tras ese colorido; y Canarias, con una mirada llena de humor a los símbolos simplificados y simplificadores de una supuesta identificación nacionalista. El plátano y el sol aparecen aquí como un guiño y también como una crítica a una forma de pensar sobre Canarias que ha demostrado ser, en la mayoría de las ocasiones, errónea. El recorrido de la exposición, que Jose Lirio ordena según un criterio colorista e iconográfico, hace que junto a los símbolos de una cultura determinada por la geografía, como es el caso de la obra Canarias, aparezca una de sus referencias esenciales, el arte Pop personificado en Andy Warhol. En la serie Andy, Lirio juega con los colores y emplea a fondo la visión simplificadora del Pop, recreando con la pintura lo que la técnica de la serigrafía sirvió para inmortalizar: el uso de colores primarios y secundarios en secuencias marcadas por la monocromía.

Tras las cuatro facetas de Andy Warhol - una imagen que deviene en propia gracias al trazo suelto y personal de Jose Lirio- marcadas por cuatro colores esenciales: verde, rojo, naranja y turquesa , la secuencia se interrumpe.

Es interesante observar, junto al homenaje uno de los artistas que más influyeron para considerar la obra de arte en base a la cultura del consumo, la imagen de una estética mercantil. Las líneas depuradas de la publicidad sirven para recrear en la Colonia- Fragancia, que rememora algunos de los cuadros creados por Jose Lirio en sus etapas anteriores, una colonia que es en definitiva un envase. Interesado siempre por la imagen definida y estudiada de los objetos comerciales, Jose Lirio retoma en este lienzo la idea del objeto que sirve para el consumo y que, a su vez, se convierte en objeto de deseo o de culto entre los consumidores atraídos por él o por toda la maquinaria del marketing que le rodea.

Junto a esta explosión de color- especialmente el homenaje a las serigrafías de Warhol- , la serie Arácnidos muestra una faceta diferente, muy elaborada y depurada en referencia al color y a la técnica

Con fondo dorado, una rememoración directa a la infinitud del oro de los iconos bizantinos, Lirio sitúa un solitario personaje en cada uno de estos cuadros: una araña.

La silueta en negro de una araña de jardín, de una Araña peluda o de una araña abstractizada en el nombre de la especie, arácnido, muestran una búsqueda intencionada de una nueva pintura. Esta serie de cuadros dorados, elegantes y simples en su esplendor, refleja la capacidad de Lirio de indagar, de abstraer la esencia de las cosas. Sin que ello marque esta nueva obra, no podemos dejar de recordar la importancia que los iconos bizantinos tuvieron en la abstracción del siglo XX, encarnados especialmente en las obras suprematistas de Kasimir Málevich.

Esta serie de arañas sobre fondo dorado, delicada en su austeridad y en la belleza del oro, da paso a una nueva versión del paisaje. Pero en este caso se trata de un paisaje retenido en la memoria, fragmentario y sereno como un día de verano: una sombrilla cerrada en la playa, el contrapunto de un cielo azul y de la arena blanca, se transforman en dos versiones de la misma memoria, de una cierta y frágil melancolía. En el papel, el acrílico se convierte en un trazo firme y determinado, como si de una plumilla o de una simple línea en negro sobre blanco se tratara. En el lienzo en cambio, el color alcanza una plenitud atemperada por el recuerdo: es un día luminoso pero el sol aún no calienta demasiado.

Desayuno en la hierba aporta una de las miradas retrospectivas que Lirio plantea sobre la historia del arte. Escoge de hecho un cuadro mil veces admirado y estudiado pese a lo escandaloso que resultó en el Salon de 1863, cuando Manet lo expuso. De este cuadro, eje junto con la Olimpia del inicio de la modernidad, Lirio escoge un detalle, el bodegón que situado en un lugar discreto del cuadro de Manet es, sin embargo, uno de los más comentados. El bodegón exquisito, aparentemente descuidado, que Manet pintó sobre la hierba, se transforma para Lirio en una visión luminosa y de brillante colorido de unas jugosas y tentadoras frutas. Un bodegón brillante y casi táctil que, sin embargo, se acerca a su visión del color primigenio que utiliza en sus versiones de Andy.

Junto a esta mirada a Manet, Lirio escoge otro de los iconos de la historia del arte para recrearse en el color. Curiosamente lo hace de un pintor al que Manet admiraba sin reservas, Diego Velázquez; y de uno de los cuadros más emblemáticos de la historia, Las Meninas.En esta ocasión, transforma la figura de la pequeña infanta en una fiesta de color. Los trazos amplios y vibrantes son el contrapunto adecuado a la seriedad del original. Jose Lirio celebra aquí la vida, la infancia, sin pretender una lectura segada o determinada por la historia.

Junto a estas referencias vitales a las pinturas que él admira, surge en la siguiente obra la angustia de la vida contemporánea. En El ojo que ves? simula la pixelación de las imágenes digitales a través de la pintura. El ojo del gran hermano, el ojo que vigila, aparece realzado por el colorido azul y frío de la era digital. Una reflexión intensa y personal desde la postura de un artista que escoge sin ambages la tradición del pincel y la puntura frente a las nuevas tecnologías.

En este recorrido personal y algo melancólico por la historia de la pintura, no podía faltar la referencia al icono por antonomasia, la Gioconda o Mona Lisa de Leonardo, convertida, esta vez sí a través de la ironía y de las palabras, en La Monada Lisa. Fue en 19.. cuando Duchamp convirtió a la Mona Lisa en un antimito del arte contemporáneo, utilizando para ello un bigote y unas misteriosas letras, LHOOQ. Sin embargo, y a pesar de esta versión desmitificadora provocada por Duchamp, el mito se mantiene intacto , y así, aunque con una ironía no exenta de admiración, la recibe Jose Lirio en su pintura. En su versión, refleja en negro sobre un fondo gris metalizado, algo plomizo, las facciones de la mujer más famosa y enigmática de la historia de la pintura. Reduce los detalles al mínimo y sin embargo logra atrapar el misterio que confiere a este mítico cuadro ese aura de obra única.

Hace ahora dos años, y tras una profunda restauración , se descubrió en el Museo de El Prado una versión de la Gioconda de Leonardo Da Vonci, Tras limpiar el fondo, que estaba oscurecido por pintura negra, se descubrió que el misterioso paisaje que hay tras la dama era muy similar al de la Gioconda de Leonardo. Al comprobar además que el procedimiento pictórico había sido prácticamente igual, el sfumato y los retoques añadidos añ mismo tiempo, se llegó a la conclusión de que el artista que la pintó lo hizo al mismo tiempo que el maestro y en el mismo estudio, pues de otra forma no habrían sido posibles tantas coincidencias y tanta sincronía. Es pues una hipótesis ya muy aceptada que debió ser pintado por uno de los discípulos más cercanos a Leonardo: Andrea Salai o Francesco Melzi.

Esta Gioconda, llamada desde entonces la Gioconda del Prado, parece algo más joven que la famosa de Leonardo y su belleza no resulta tan enigmática, pero es también un personaje fascinante. Es así como retrata Jose Lirio su segunda versión de La Gioconda: La dama del río, también un retrato en negro sobre fondo de un gris metalizado y plomizo, cierra de manera misteriosa y elegante este recorrido por la pintura, o quizá por la esencia de la pintura, que atrae desde la obra de Jose Lirio.

(*) Texto de Ángeles Alemán extraído del catálogo de la exposición Ecléctico, de José Lirio

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