El árbol, erguida resistencia frente a la depredación de la naturaleza a manos del asfalto, centra la exposición que desde ayer acoge el Club LA PROVINCIA. Una treintena de creadores de la Escuela Luján Pérez se acercan a su plástica y a su irradiación simbólica. Esa "flecha de fe, saeta de esperanza", que cantó Gerardo Diego a propósito del ciprés del Monasterio de Silos, es enraizado testigo de la barbarie, pero también dardo que señala la posibilidad de renacimiento y reforestación. Toda esta trama de significados lo hacen sumamente sugerente y en ellos ahonda el conjunto de obras de esta muestra.

La colectiva El árbol, que se inauguró ayer, acoge creaciones que desde diferentes disciplinas se acercan a este motivo medular. Orlando Hernández, director de la Luján Pérez, en un texto que acompaña a la exposición, recuerda el proverbio griego que afirma que "una sociedad se hace más grande cuando los ancianos plantan árboles, aunque saben que nunca se sentarán en su sombra". Este ser, grande y longevo, indefenso y resiliente, es fuente de inspiración, pero también recordatorio de la necesidad de enraizarnos en la vida y la naturaleza.

Algunas de las obras seleccionadas contemplan al árbol inserto en el ciclo natural estacional, de muerte y resurgir. Es el caso de David Seguí y su Ocaso y renacimiento, el de Otoño dorado, de Linda Lannerskog, y el de Nacimiento de un árbol, de Anselmo Sánchez Palacios. El cromatismo domina composiciones pictóricas tan distintas como Follaje (Manuel Ruiz) o El bosque de bronce (Cristina Carrión).

La carretera, de Juan Báez, muestra árboles como mojones al borde de la vía asfáltica, vueltos sobre el gris de la pista como si quisieran recuperan el terreno que les ha sido arrebatado, mientras que en la fotografía Huérfanos sin futuro, de Ángel Tristán, el protagonista es un tallo talado a ras de suelo, víctima de esos dientes de sierra que también pueden cercenar nuestro futuro como especie y el del ecosistema que nos da cobijo en el planeta.

Otros, como Carmen Lafuente en su Bodegón con árbol o Juan Cabrero en su Onírico, optan por hacer de los árboles el objeto de sus especulaciones plásticas y de sus sueños creativos, respectivamente. Y es que estos seres pueden ser también la rampa desde la que se lance a volar por lo celeste nuestra imaginación. Ya lo dijo en sendas greguerías Ramón Gómez de la Serna a propósito de nuestra querida palmera, que "ancla la tierra al cielo" y es "el monumento al cohete". Feliz vuelo propulsado por la Escuela Luján Pérez.